El Salero, viaje a Torija

En la fachada se conservan en perfecto estado los azulejos que recuerdan otro viaje: C. J. C. durmió en esta casa el 6 de junio de 1946. La cama es de hierro, grande, hermosa, con un profundo colchón de paja”. Así relata Camilo José Cela, en el Segundo viaje a la Alcarria (1985), su regreso a esta curiosa posada aludida en el Primer viaje como El Parador. Le dolía que el ama que lo atendió aquella noche ya hubiera muerto, como también le había ocurrido a su hija, Segunda Paniagua. Lo que no se imaginaba el Nobel era que, 30 años después, la nieta del ama, Pilar Paniagua, retomara las riendas del negocio y junto a su marido, Paco Romero, reconquistaran al viajero motorizado de hoy con unas camas en las antípodas de aquellas, inesperadas en un lugar como este.

Todo ha cambiado en este pueblo literario de la Alcarria, y lo que antes era una ascendente carretera nacional con el castillo de Torija en su horizonte, hoy se negocia a toda velocidad desde la autovía que va de Madrid a Zaragoza. Lo que antes era parada y fonda, hoy se anuncia como un bed & breakfast (cama y desayuno) cómodo si no apetece seguir devorando kilómetros cuando cae la noche.

El Salero es hoy un establecimiento con demasiadas imposiciones. No hay cena si el número de huéspedes es escaso. Se recomienda cenar en un bar del pueblo. El desayuno se sirve de 9.30 a 10.30, y eso que es para viajantes… Justo es reconocer que a cualquier hora se ofrece, si es necesario, un desayuno frugal. El otro, el no condicionado, pide un enlace con la hora de comer. Casero, variado, alcarreño…

La decoración no es el fuerte del alojamiento. Ni el mobiliario. Pero se ve limpio y cálido, y los propietarios se exceden en gentilezas con los huéspedes. Tanta es su conversación, y tan animada, que hasta se disculpa la carencia de wifi en la casa. Por añadidura, dos detalles compensatorios: una flor de lavanda sobre la toalla de presentación en el cuarto de baño y un tarrito de miel de la Alcarria. Sin soslayar la excelente insonorización del conjunto, ya que de otro modo no habría manera de pegar ojo. Sus muros casi besan la autovía.

Al otro lado está el pueblo, con dos mesones rústicos para cenar y un castillo medieval restaurado como museo. Quizá el único museo en el mundo dedicado a un libro. Naturalmente, el Viaje a la Alcarria.