Noche en la muralla

Probablemente el caserón de piedra en el que se asienta este hotel, construido durante el siglo XVI, habría tenido que ser proclamado monumento histórico si no fuera porque Ávila entera posee esa consideración. Una estancia aquí pasa sin pena ni gloria frente a otros acaudalados establecimientos abulenses, como el parador, el palacio de los Velada o el de los Valderrábanos, junto a la catedral.

Las Leyendas se encuentra en el flanco sur de la ciudad antigua, junto a la Puerta de la Santa, a escasos diez metros de la muralla. Con dos accesos, el principal por la calle de Francisco Gallego y el del paseo del Rastro ajeno al tráfago urbano, el hotel carece de aparcamiento. Una incomodidad incluso para depositar las maletas, dada la dificultad de montarse sobre la acera para una breve parada de descarga. La amabilidad en recepción subsana este pequeño inconveniente, no menor que el carácter recluido del edificio, negado, desde la mayoría de sus habitaciones, a las vistas sobre el conjunto monumental o las demasiado lejanas cresterías de Gredos. Afortunadamente, el interiorismo reclama la atención sobre los tabiques de ladrillos apilados, la viguería atravesada de madera, el mampuesto a flor de piel, las puertas de cuarterones, los artesonados originales, los balcones de rejería, así como la gracia del patio ajardinado, que atesora casi de manera anónima el brocal de un pozo, un banco tallado sobre una viga de madera con cuatro siglos de antigüedad, un árbol centenario y una fuente.

Algunas habitaciones conservan sus muros de piedra vista, las viejas portezuelas, la viguería o los restos de un antiguo horno como cabecero. El mobiliario incrustado, de corte contemporáneo, no le hace mucha justicia estética a las alcobas, ni mucho menos a los cuartos de baño, aunque ejercen su rol funcional y confortable, como el de cualquier hotel urbano al uso. La señal wifi es lenta para aburrir. Los fondos de cama, pesadotes y más bien feúchos. En la ducha falla de cuando en cuando el chorro cromático de leds. Desde el privilegio de su altura, el ático está acondicionado como comedor vinoteca. Si el desayuno no provoca emoción, su estética mesonera y sus vistas al valle de Amblés deparan agradables cenas con una soberbia carta de cervezas artesanas y esmerados pinchos como el ganador del Concurso Ávila en Tapas 2013.

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