Almohada y menú

Escondido en una calle del barrio de Salamanca, un palacete decimonónico elegante, pulcro. Propiedad del barcelonés Pau Guardans i Carbó, al igual que los hoteles Grand Central Barcelona y Miró Bilbao. Otro barcelonés de Igualada, Ramón Freixa, le acompaña en esta aventura al frente de la cocina. Sus degustaciones de temporada, inteligentes y minuciosas, ya están dando que hablar.

Otros compañeros son el arquitecto Aurelio Rubio, ortodoxo en el rescate de la clásica escalera central del edificio, y el interiorista Manolo Melón, autor, entre otras cosas, de la escultura curvilínea lacada en rojo que se descuelga a través de los peldaños. Se les puede criticar una cierta imposición efectista sobre el racionalismo original del palacete, pero no el gusto por los detalles y su capacidad de hacer hablar al edificio. Lejos de ser un discreto hotel, el trasiego de gente guapa lo hace rutilante. Un auténtico escenario de película.

Los techos altos dan perspectiva a lo que sucede dentro. En los dos salones se hojean toda clase de revistas y libros de arquitectura. Pavimentos escaqueados de mármol. Grandes balconadas de forja. Maderas nobles. Jardín trasero más tranquilo, con un lounge ambientado al aire libre. Y, por supuesto, el restaurante de Freixa.

Las habitaciones siguen la línea expresada de efectismo decorativo y mucha calidad en los detalles, incluido un iPad en las suites. Tonos cálidos y naturales. Camas confortables. Ducha de lluvia. Luz, mucha luz a través de sus amplios ventanales. Insonorización a prueba de fiestas. Más que encanto, un lujo para los sentidos. Y, por si todo esto fuera poco, el desayuno merece un tiempo cada mañana.

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