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La larga espera de los menores migrantes en Ceuta Entre 300 y 500 menores viven en las calles de Ceuta desde el pasado 17 de mayo. Ese día consiguieron cruzar la frontera, ahora viven encerrados en la ciudad. Los jóvenes han construido campamentos con materiales sacados de la basura y objetos donados por los vecinos. La ilusión de cruzar el Estrecho y llegar a la Península les ayuda a soportar las condiciones más duras. Con apenas una comida al día, sin luz ni agua, sin cobijo ni protección. Assim tiene 12 años y es marroquí. Hoy es la primera vez que intenta saltar al puerto de Ceuta para colarse en los cargueros que van hasta la Península. En mayo, unas 10.000 personas entre menores y adultos cruzaron las aguas que separan la frontera del Tarajal entre España y Marruecos. Un chico salta la valla de acceso al puerto por encima de la garita del personal de seguridad. La vigilante fuma un cigarrillo y comenta: “Cada cinco minutos cruza uno”. Tres niños esperan a que algún cliente les dé unas monedas a cambio de limpiar el coche en una gasolinera a las afueras de Ceuta. Detrás aguarda su protector, un adulto que cobrará una parte de lo ganado por los niños durante el día. Un joven aparece al amanecer entre los pilones de la escollera de Ceuta, donde ha pasado la noche. Las duchas de la playa son utilizadas a diario por los más de 400 menores no acompañados que viven en las calles de Ceuta. Las calles del polígono industrial del Tarajal, a un kilómetro de la frontera con Marruecos, se convierten en improvisados salones de juego para los inmigrantes. Todas las barandillas del polígono del Tarajal se convierten en tendederos improvisados, al menos una vez al día. En una zona conocida como el Cortijo, en Ceuta, hay un campamento en el que sobreviven una treintena de personas sin agua potable, sin luz y con la esperanza de cruzar la última gran frontera: el estrecho de Gibraltar. Unos jóvenes juegan al fútbol con unos palés que sirven de portería en el polígono del Tarajal, al atardecer. Abdelselam, El Pastilla, vecino del Cortijo, prepara una cachimba para todos después de la cena: “El otro día me quedé dormido aquí y vinieron y me arroparon para que no cogiera frío”. Los residentes del Tarajal se reúnen al sol en las puertas de las naves donde son custodiados por vigilantes de seguridad y Cruz Roja. En uno de los campamentos improvisados en el Cortijo se cocinan filetes de pollo en una hoguera con una parrilla donada por los vecinos. Dos hermanos juegan a las puertas de la nave donde residen desde su llegada el pasado mayo. Unas 70 niñas permanecen en un ala separada del polígono por su seguridad. Un adolescente observa las luces de la ciudad desde el campamento del Cortijo con el mar de fondo