‘Homo sapiens’ u ‘homus idiotus’
La inacción de los Gobiernos de todo el mundo ante las advertencias de los científicos sobre el gran peligro de los virus confirma la tendencia a no pensar
Científicos y expertos eminentes advirtieron desde 2013 del enorme peligro de los virus en un mundo globalizado. Ningún Gobierno les hizo caso. Las hipótesis del filósofo alemán Peter Sloterdijk (La vida actual no invita a pensar) y del escritor uruguayo Washington Abdala (El homus idiotus; Aguilar, 2019) se cumplen trágicamente. La decadencia del homo sapiens debe combatirse con urgencia desde la escuela. El fomento como herramienta pedagógica del ajedrez, un juego que incita a pensar, puede ser muy útil a la hora de mejorar la calidad de la educación.
Los medios de comunicación más influyentes deben asumir también una gran responsabilidad. Muy poca gente conocía las repetidas advertencias de los expertos. No recuerdo haber escuchado o leído grandes titulares durante los últimos cinco años donde se mostrase alarma por la advertencia de Bill Gates durante una conferencia TED Talks en 2015: “Si algo ha de matar a más de diez millones de personas en las próximas décadas, probablemente será un virus muy infeccioso, más que una guerra. No misiles, sino microbios. En parte, la razón de esto es que se han invertido enormes cantidades en disuasivos nucleares. Pero en cambio, muy poco en sistemas para detener epidemias. No estamos preparados para la próxima epidemia”.
Gates no fue el único. El economista Lawrence Summers, quien ocupó altos cargos con los presidentes Clinton y Obama, publicó un artículo en 2016 (The National Bureau of Economic Research) cuyo título es cristalino: El coste intrínseco del riesgo de gripe pandémica. Lo comentó otro eminente economista de EE UU, Tyler Cowen, también muy explícito: “Una gripe pandémica es, realmente, un gran problema. Pero, al contrario de lo que ocurre con el calentamiento global, no encaja convenientemente con las batallas que definen nuestras políticas, y por tanto recibe mucha menos atención”.
Solo dos ejemplos más. En el libro In 100 years (MITPress, 2013), del español Ignacio Palacios-Huerta, catedrático de la London School of Economics, uno de los coautores, el estadounidense Edward Glaeser, catedrático de Harvard, advierte claramente de que los virus de la gripe son una amenaza muy seria para los próximos años. Y el caso quizá más llamativo sea el del actual director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, quien advirtió en marzo de 2019 sobre el peligro de una gripe “que se propague de los animales a los humanos y cause una pandemia”.
Cada vez hay más gente que piensa menos o peor. Lo hemos comprobado con la pandemia: casi ningún país aprendió de lo ocurrido solo unos días antes en los demás
¿Cómo es posible que ninguno de los Gobiernos del G-20 reaccionase ante tales avisos? El presidente Obama lo sabía, habló de ello en 2014, pero no me consta que hiciera nada más. Quizá porque, como apunta el divulgador David Quammen en su entrevista con EL PAÍS del pasado domingo, se decían: “No gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato”. Entre las teorías conspiratorias que se propagan hoy por las redes, una de las más populares sostiene que esta pesadilla fue ideada por el Gobierno chino, capaz de sacrificar a miles de sus ciudadanos y de provocar un daño muy serio a su economía con tal de perjudicar a EE UU y otras potencias. No me consta indicio sólido alguno de semejante aberración. Y —todavía peor— si fuera cierta indicaría que el único Gobierno donde el homo sapiens sigue haciendo honor a su nombre es el chino, pero de la manera más atroz posible.
Sí hay, en cambio, razones de peso para afirmar que el problema de fondo es la peligrosa tendencia a la idioticracia con la que inicio, desde hace un año, todas mis conferencias sobre el ajedrez como herramienta educativa. Cada vez hay más gente que piensa menos o peor. Lo hemos comprobado a medida que se extendía la pandemia: casi ningún país aprendió de lo ocurrido solo unos días antes en los demás. Hay una acumulación de motivos para esa aversión al pensamiento: vida muy acelerada, mal uso de las redes sociales, telebasura, aumento de la desigualdad en gran parte del mundo, etc. Ahí puede estar parte de la explicación de por qué millones de ciudadanos están eligiendo democráticamente —o incluso reeligiendo; aunque también es verdad que las dictaduras son aún peores— a personas incompetentes para dirigir un país, como Donald Trump (cuyas últimas ocurrencias son arruinar a la Organización Mundial de la Salud y sugerir que se inyecte lejía a los enfermos de coronavirus para matar al virus), o con ideologías cercanas al fascismo, como Orbán en Hungría o Bolsonaro en Brasil.
El acongojo colectivo provocado por la covid-19 puede ser un motor muy potente para neutralizar esa tendencia tan nociva y mejorar el mundo. Pero, además de una voluntad masiva, necesitamos herramientas e iniciativas concretas. Por ejemplo, potenciar y valorar como se debe a los científicos en general y a los expertos en pedagogía y maestros de escuela en particular. Como hizo Finlandia a partir de 1991 tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, que era su pulmón económico, repensar la educación de los niños y dotarla de la máxima calidad debería ser un asunto de Estado en cada país.
Son ya muchos los estudios científicos que respaldan la gran utilidad educativa del ajedrez, muy fácil de promover por el bajísimo coste de sus materiales básicos
Son ya muchos los estudios científicos que respaldan la gran utilidad educativa del ajedrez, muy fácil de promover por el bajísimo coste de sus materiales básicos. Es el único deporte que puede practicarse por internet —las audiencias de los clubes virtuales durante el confinamiento están siendo millonarias—, tiene más de quince siglos de historia documentada y se practica de manera organizada en casi 200 países. Además, España está, junto a Argentina, Uruguay, Armenia y Hungría (gracias a la inmensa labor de Judit Polgar, la mejor jugadora de la historia), en la vanguardia mundial de su aplicación como herramienta educativa, social y terapéutica (el Congreso de los Diputados la apoyó por unanimidad en 2015).
Una de las muchas virtudes del ajedrez es que desarrolla el pensamiento flexible, fundamental para adaptarse a un mundo que en los últimos 25 años ha cambiado muchísimo —como pocas veces en la historia de la humanidad—, y todo indica que también lo hará en los próximos 25. En algunos ámbitos para bien, sin duda, pero otros cambios nos han llevado a esta trágica pesadilla, causada por un ente microscópico.
Esos dos vectores de la transformación del mundo pueden simbolizarse en el homo sapiens y en el homus idiotus, respectivamente. Es una partida de ajedrez a vida o muerte. De momento, el primero tiene todavía la ventaja de la iniciativa, pero la amenaza del segundo es gravísima. Hay que encontrar las jugadas ganadoras. Y para eso, ante todo, hay que pensar.
Leontxo García Olasagasti es periodista especializado en ajedrez.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.