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Cristina Gutiérrez: “Hay niños que piensan que la felicidad de sus padres depende de ellos”

En 'Crecer con valentía' su autora ofrece información para introducir la educación emocional en casa con el objetivo de ayudarles a desarrollar sus habilidades

Un niño da de comer a su padre.
Un niño da de comer a su padre. GETTY

No hay una fórmula mágica para criar y educar. O tal vez sí, las hay, pero no siempre es fácil encontrar la que mejor nos encaja. Nuestras mochilas, nuestros miedos, nuestras expectativas, influyen de manera inevitable en cómo educamos a nuestros hijos e hijas. Cristina Gutiérrez Lestón, educadora emocional y fundadora del proyecto La Granja, analiza en Crecer con valentía (Grijalbo) cómo ayudar a los niños y niñas a afrontar la vida de una manera más positiva y segura. Con valentía. Para ello quizás es necesario replantearnos nuestra propia educación emocional, nuestras competencias. Solo así, dice Cristina, podremos entrenar no los mejores hijos del mundo sino la mejor versión de sí mismos para el mundo.

PREGUNTA. Ya en el prólogo dices que nunca como en los últimos años te has encontrado con tantos niños con tantas carencias emocionales. Hablas de miedos, de desconfianza, de inseguridad… ¿Qué está pasando?

RESPUESTA. Yo creo que los miedos han aumentado muy rápidamente como consecuencia de la sobreprotección que nos ha invadido. Muchas veces yo creo que se sobreprotege a los hijos buscando que todo sea perfecto, que todo vaya bien, que todo salga según el plan que nos hemos montado en la cabeza. Al final es inevitable que en esta línea terminemos educando en el miedo, y cuando educas en el miedo, los niños terminan aprendiendo el miedo. Y, además, cuando además los sobreproteges y acabas haciendo cosas que podrían hacer ellos (hacerles los deberes, prepararles la mochila…), también terminas entrenándoles en la pasividad y no en la actividad. La valentía es acción, la cobardía es pasividad.

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P. ¿Por qué crees que es fundamental educar desde la valentía y no desde el miedo?

R. La vida no es peligrosa, lo que es peligroso es educar niños en la fragilidad. Todos tenemos la valentía dentro de nosotros y debemos darles la oportunidad a los niños y niñas de que saquen esa valentía.

Si lo pensamos, la valentía ha sido necesaria desde el origen de la humanidad para estar donde estamos como especie. Siempre hemos necesitado la valentía para superar las adversidades. Los miedos están ahí, son naturales, y nos van a visitar cada día de nuestra vida, pero si no afrontamos esos miedos, si no estamos entrenados para hacerles frente, nos vamos a quedar parados. Paralizados. Si esto no lo entrenamos en los niños y niñas, ¿quién va a tirar del carro de la tribu mañana? Es aquí cuando tenemos un problema grave. Somos animales sociales, y estamos diseñados para aportar algo a nuestra comunidad.

P. Decía Francesco Tonucci en una entrevista reciente que es posible que hace 30 años los adultos ejercieran menos sobreprotección sobre sus hijos en referencia a cómo en la actualidad los niños han desaparecido de las calles. “De forma extraordinaria, a la vez que disminuye el peligro aumenta el miedo”, decía. ¿Estamos preparados socialmente para que nuestros hijos e hijas tengan más autonomía?

R. Los niños están preparados para aportar a la comunidad. Si no les entrenamos desde pequeños para ello, tenemos lo que encontramos en nuestra granja: niños y niñas que forman parte de la generación del “Yo-Yo”, yo antes que nadie, y del “ya-ya”, todo inmediatamente. Estamos convirtiendo a nuestros niños y jóvenes en personas dependientes que no pueden hacer nada por sí mismos. Que lo necesitan todo ya.

Cuando un niño no se siente “útil”, capaz de hacer las cosas por sí mismo, le baja la autoestima. Ellos saben defenderse, y desenvolverse, por sí mismos pero si siempre intervenimos, si no se lo permitimos, entonces entienden que necesitan que les defiendan, que les solucionen todo.

P. Una parte de tu trabajo pasa por lo que habéis llamado El Método La Granja, basado en la educación emocional. ¿Qué beneficios habéis encontrado con respecto a la educación emocional de niños y jóvenes?

R. Hemos encontrado que mejora la regulación emocional y la conciencia emocional. Todas las emociones tienen algo bueno para nosotros, y es muy necesario saber para qué sirven, qué nos aportan. El miedo también. Hasta los celos tienen algo positivo para nosotros cuando los controlo porque me empujan a darme cuenta de qué está fallando. Cuando aumentan las competencias emocionales de los alumnos, aumentan las sociales, especialmente el trabajo en equipo y la cohesión.

P. En casa no sé si antes de pensar en la educación emocional de los hijos debemos empezar por la nuestra….

R. Es evidente. Si tú tienes miedo, y les transmites ese miedo, es posible que lo acabe adquiriendo también. Si tú piensas que tu hijo no puede, es posible que tu hijo acabe pensando que no puede. Cuando no les dejamos hacer algo por miedo, estamos invalidando las competencias emocionales que necesitan. Por ejemplo, si no les dejamos ir a comer a casa de un amigo por si no le gusta la comida, ¿de quién es el miedo? ¿Del niño o de sus padres? Hay una cosa muy clara: los niños son muy lógicos.

Cuando a un niño le da miedo algo hay que pensar qué se ha estado haciendo los años anteriores. La cuestión es que si desde los dos años les estamos entrenando en el miedo, cuando llegan a la adolescencia es más complicado cambiar esa dinámica de miedos. Cuanto más grande es el miedo, además, más difícil es afrontarlo. Entrenar en la valentía siempre funciona.

P. ¿Cuánto hay de carácter y cuánto de educación en la persona que van construyendo nuestros hijos?

R. Hay diferentes teorías. A nivel genético se cree que el carácter supone un 40% y la educación un 60%. Hay que tener en cuenta que la educación no es solo en casa, también es el entorno. Y cuanto más mayores, más grande es ese entorno porque el entorno se amplía.

Lo que ocurre es que los padres tienen más intencionalidad cuando educan. Aquí es cuando todo se vuelve más potente, el “efecto” de la educación se multiplica.

P. “Cuando veo respeto en una familia sé que los límites están bien marcados”. ¿cómo definirías exactamente qué son los límites y cómo crees que deberíamos marcarlos en casa?

R. Los seres humanos necesitamos los límites, las normas, porque esto nos da seguridad. Las normas nos permiten anticiparnos, saber qué va a pasar, y eso hace que no tengamos miedo. Un niño sin límites es un niño inseguro. Si queremos que nuestros hijos tengan seguridad y confianza en sí mismos, deben tener unas normas claras y coherentes. Se deben marcar unos límites claros y lógicos. No es no siempre. Hay familias que no ponen límites por miedo. Miedo a que les creen un trauma, miedo a que lo pasen mal… Lo que traumatiza no es el miedo, lo que traumatiza es no sentirte capaz de afrontar el miedo.

P. Podemos saber la teoría pero luego la práctica es muy compleja… ¿Qué hacemos si no se cumplen esos límites?

R. Por ejemplo, si en casa habéis marcado como norma que mientras comemos no nos levantamos de la mesa. Vale, bueno, pues levantarse de la mesa tiene una consecuencia: no tomar postre, no seguir comiendo… Las consecuencias se pueden pactar con los niños previamente. Si se incumple la norma, basta con recordar qué ocurre. Es más fácil si esto lo marcamos cuanto antes: es más fácil si se establecen unos límites claros con cinco años que con doce.

P. Educar no mejores hijos sino hijos para hacer un mundo mejor. ¿Por dónde empezamos?

R. Veo muchas familias que se empeñan en lograr que sus hijos sean los mejores. Los mejores del mundo. Perfectos. Hay niños muy pequeños que piensan que la felicidad de sus padres depende de ellos. De que saquen un 10, de que ganen un partido… Esto ejerce una presión en los niños enorme y terminan estallando. Debemos transmitirles que no deben ser los mejores, sino la mejor versión de ellos para el mundo. Que sean ellos mismos, y para eso hay que ser muy valiente.

La realidad es que todos los padres hacen las cosas con la mejor intención. Lo que ocurre es que a veces, lo que hacemos, no les deja crecer, no les dejamos brillar, por nuestros miedos. Recuerdo a una niña –lo cuento en el libro– que una vez me dijo que sus padres siempre le decían lo que necesitaba para cuando fuera mayor pero nunca le preguntaban lo que necesitaba ahora. Estaba apuntada a un montón de extraescolares pero a ella no le gustaban. Yo le pregunté qué quería ella ahora y me dijo que llegar a casa y jugar con sus padres. ¿Por qué estamos con seis años decidiendo lo que necesitarán con 20?

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