Espacio libre de estereotipos
Éramos cinco. Entramos en el bar y nos ofrecieron pintalabios, lápices de ojos y pegatinas brillantes. Los chicos se pintaron y se decoraron. Él se puso las pegatinas de brillantes en la oreja y apareció sorprendentemente sexy. Me di cuenta: qué frágil es la masculinidad. De repente su aspecto cambió radicalmente: ya no era un hombre, ya no era el mismo hombre. Es el problema de la identidad. Miré a mi alrededor: en la oscuridad del local, iluminado por luces tibias de colores fríos, el enjambre de personas que me rodeaba ya no tenía género, se desdibujaba: allí, todos éramos queer. Hombres maquillados, pestañas de colores postizas, cabezas rapadas y diamantes. La masculinidad de la calle desaparecía, para dar paso a un espacio de ambigüedad y misterio. Como un refugio del exterior. Ese bar ofrecía un lugar donde poder dejar de ser mujer u hombre, un espacio de resistencia a las agresiones de la publicidad y de la vida pública.
Rosa Llinás Queralt. Barcelona.