El flechazo de una reina española con una botella de Rioja

Medoc Alavés, la historia de la invención del vino de calidad hace 160 años

Vendimiadores de Viña Tondonia, en Haro (La Rioja), en la década de 1920. Fotografía de Archivo Bodegas López de Heredia Viña Tondonia

La aventura de los pioneros del Medoc Alavés impulsó una revolución. Regresamos a los orígenes de una tierra donde un puñado de visionarios puso las bases de la denominación Rioja.

LA CORTE DE la reina Isabel II no era precisamente conocida por sus exquisiteces gastronómicas. Se comía bien, como no podía ser de otra manera, pero lejos de desplegar unas artes culinarias semejantes a las que ya eran habituales entre la realeza británica y, sobre todo, en la Francia de Napoleón III, la realeza española no se distinguía por la búsqueda de la excelencia culinaria. Es más, testigos de la época incluso se quejaban de que en ocasiones los modales exhibidos por la reina y sus acompañantes en la mesa no siempre parecían acordes con la delicadeza que se suponía a su rango social. E...

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LA CORTE DE la reina Isabel II no era precisamente conocida por sus exquisiteces gastronómicas. Se comía bien, como no podía ser de otra manera, pero lejos de desplegar unas artes culinarias semejantes a las que ya eran habituales entre la realeza británica y, sobre todo, en la Francia de Napoleón III, la realeza española no se distinguía por la búsqueda de la excelencia culinaria. Es más, testigos de la época incluso se quejaban de que en ocasiones los modales exhibidos por la reina y sus acompañantes en la mesa no siempre parecían acordes con la delicadeza que se suponía a su rango social. Eso sí, independientemente de estas diferencias, la Corte española compartía una característica importante con sus homólogas en Londres o en París: la Corte marcaba tendencia en muchos ámbitos, como el arte, la moda o, también, los hábitos y preferencias en el consumo de comidas y bebidas.

Barricas de roble de la bodega de Marqués de Riscal, en Elciego (Álava), en una imagen de finales del siglo XIX.Bodegas de los Herederos del Marqués de Riscal

Era un sábado, el 5 de mayo de 1866. Sin saber que le quedaban tan solo un par de años de reinado hasta que una revolución la forzara a exiliarse en Francia, Isabel II convocó otro día más a un nutrido grupo de comensales al almuerzo. Los documentos no revelan el menú, pero con bastante seguridad el plato principal era algún asado, el predilecto de la reina. Todo era como otros sábados, con una sola excepción. Había un intruso en la mesa: el vino. No era vino de Burdeos o de Borgoña, como habitualmente, sino un vino tinto elaborado en la provincia vasca de Álava. Llevaba una etiqueta con un nombre curioso: Medoc Alavés, una combinación de palabras creada con la atrevida pretensión de relacionar este nuevo producto del pequeño territorio foral con el Médoc, la meca del vino de calidad en la francesa Burdeos. Entre los comensales se encontraba Fernando Muñoz, duque de Riánsares, desde la muerte de Fernando VII en 1833 amante secreto y a partir de 1845, por decisión de las Cortes, marido oficial de María Cristina, la madre de la reina Isabel II. En una misiva suya, Riánsares dejó testimonio de lo que seguramente fue la primera cata en alta sociedad del nuevo vino alavés: “En la comida se le hicieron [al vino] los honores que se merece y S. M. fue la primera en probarlo, sin decir su opinión hasta que el perito D. Pedro Rubio lo degustó una y dos veces, después de haberlo mirado a la luz otras tantas. Dio la casualidad que estaba en la mesa D. Alfonso Chico de Guzmán, que tiene gran cosecha en Murcia, de vino, y es inteligente, y también fue invitado a dar su voto. Unánimes fueron en que era un vino exquisito, bien elaborado y de excelente gusto y color, hallando todos mucha más fuerza en él que tienen todos los vinos franceses”. La propia reina compartía esta valoración positiva y se reservó para su consumo privado 6 de las 12 botellas que se le habían enviado.

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Esta cata triunfal en la mesa real fue la coronación, nunca mejor dicho, de un experimento innovador y hoy en día todavía muy poco conocido. Un experimento iniciado a finales de la década de 1850, nacido de una profunda crisis social y puesto en marcha con el objetivo, nada menos, de inventar un nuevo vino de calidad. Pocos sabrán que el vino de Rioja que hoy consumimos es heredero de aquel predecesor decimonónico fabricado en Álava. Obviamente, no era necesario inventar el vino en el Alto Ebro, pues la vitivinicultura en las diferentes partes de Rioja tenía una larga tradición que se remonta al menos hasta los tiempos del Imperio Romano. Pero a mediados del siglo XIX esa larga tradición ya se había convertido en un problema por el exceso de la producción y por otras graves deficiencias inherentes al vino tradicional. Como no soportaba bien los calores veraniegos, los cosecheros estaban obligados a venderlo como fuera a precios a menudo irrisorios antes de la irrupción del calor. Además, los vaivenes durante el transporte conllevaban el riesgo de alterar el vino y avinagrarlo. De ahí que los mercados al alcance de los cosecheros eran bastante reducidos. Si sumamos el impacto de las enfermedades de la vid (oídio) y de las fuertes heladas, queda a la vista la precariedad en la que se encontraban miles de familias cuya vida dependía de la producción de vino.

Tal y como suele ocurrir a menudo en la historia, situaciones agudas de crisis pueden ser parteras de soluciones innovadoras. Así ocurrió en Álava a finales de la década de 1850, cuando emergió la idea de reinventar el vino de Rioja mediante la fusión de la experiencia atesorada a lo largo de los siglos con los descubrimientos científicos sobre las diferentes fases de producción que a la sazón estaban siendo divulgados por eminencias como el químico Jean-Antoine Chaptal o, algo más tarde, el químico y bacteriólogo Louis Pasteur. El pistoletazo de salida lo dieron en 1858 dos diputados del distrito de Laguardia con una moción dirigida a la Diputación Foral de Álava, en la que instaban a los responsables de la Diputación a adoptar las medidas necesarias para la producción de un nuevo vino de calidad “por medio de una inteligente elección de cepas y una buena elaboración”. Solicitaron la importación de diferentes clases de vid, así como la construcción en Laguardia de una bodega pionera, dotada de todos los elementos necesarios “para ensayar las mejoras de que es susceptible la fabricación de vinos”.

Trasiego de barricas en el patio de la bodega Marqués de Riscal, a finales del siglo XIX.Fotografía de Bodegas de los Herederos del Marqués de Riscal

Esta idea de modernizar la producción del vino no era del todo nueva. A finales del siglo XVIII, el canónigo alavés Manuel Esteban Quintano había conseguido un vino que sobrevivió un largo transporte a América. Cuatro décadas más tarde, Luciano Murrieta, estrecho colaborador del general Baldomero Espartero, logró otro tanto en Logroño. Sin embargo, su esfuerzo individual fue frenado por el contexto hostil de una sociedad agraria tradicional poco dada a experimentos innovadores.

El experimento iniciado en Álava, en cambio, fue diferente. Por una parte, ya no se trataba de una locura individual, sino de un plan apoyado por una amplia y prestigiosa coalición formada por aristócratas y productores de vino ilustrados, los primeros técnicos formados en lo que hoy llamaríamos la enología, y, sobre todo, un grupo de dirigentes políticos bien situados y relacionados, capaces de pensar y actuar en dimensiones que superaban las estrecheces de sus intereses particulares y cortoplacistas. Cabe añadir que esta coalición promotora contó con el activo respaldo de una institución pública tan importante como la Diputación Foral de Álava, la cual, gracias al amplio autogobierno asegurado por el sistema foral, contó con una enorme capacidad de gestión —también económica— y se volcó durante buena parte de la década de 1860 en impulsar el experimento innovador mencionado. El político moderado y fuerista Pedro Egaña, diputado general de Álava entre 1864 y 1868, un hombre de una dilatada experiencia política con buenas relaciones personales en la Casa Real (fue ministro de Isabel II), convirtió el proyecto del nuevo vino en una de sus prioridades, ocupándose personalmente de todos los detalles y problemas que iban surgiendo.

La reina compartía la valoración positiva de los expertos y reservó para su consumo privado 6 de las 12 botellas enviadas

A partir de ese momento se desarrolló un guion que daría para una buena película de espionaje. Sus protagonistas se pueden contar con los dedos de una mano. Además del ya mencionado Egaña y su antecesor en el cargo, Ortiz de Zárate, aparece en escena un gran terrateniente liberal oriundo de Bizkaia: Guillermo Hurtado de Amézaga, y, más tarde, su hijo Camilo, poseedores del título de marqués de Riscal. Por razones políticas y profesionales, Riscal había trasladado su residencia a Burdeos, la capital mundial del vino de calidad, y su negocio. También había heredado unos terrenos en la localidad alavesa de Elciego y ya estaba relacionado con la producción del vino. Riscal se convirtió en el mediador entre la Diputación de Álava y la élite del vino bordelés. Comenzó a recorrer localidades y bodegas en el Médoc con el fin de hacerse con los secretos de la producción del afamado vino francés. Al final, dio con un experimentado enólogo —mayordomo lo llamaban entonces— de uno de los conocidos châteaux bordeleses, a quien presentó una oferta irrechazable: la de triplicarle el sueldo si se trasladaba a la Rioja Alavesa y ponía sus conocimientos al servicio de la Diputación. Jean Cadiche Pineau viajó con toda su familia a Laguardia, donde empezó a dar charlas públicas a los cosecheros interesados. Gracias a la traducción a cargo de otro de los ilustres terratenientes de Labastida, Francisco Paternina, los discípulos de Pineau conocieron algunas claves para la producción del vino aplicadas en el Médoc: la determinación del momento idóneo para el comienzo de la vendimia, la selección de las uvas según criterios de calidad, el proceso del prensado, las precauciones de higiene para prevenir enfermedades del caldo, la necesidad de los trasiegos y la maduración del vino en barricas de roble. Estos y otros temas eran recurrentes en las charlas del bodeguero francés, quien, con el fin de llevar a la práctica lo que estaba predicando en teoría, abrió un taller para la fabricación de barricas y dirigió la primera vendimia según el nuevo modelo en el año 1862. Fue asistido por Eugenio Garagarza, director de la ya entonces afamada Granja Modelo (más tarde: Escuela de Agricultura) de Álava y uno de los primeros técnicos españoles formados en Francia.

Embalaje de botellas en Marqués de Riscal.Bodegas de los Herederos del Marqués de Riscal

Tras el debido periodo de crianza y el visto bueno otorgado al nuevo vino por un jurado de expertos —una especie de Consejo Regulador avant la lettre—, el nuevo vino, bajo la etiqueta Medoc Alavés, cosechó sus primeros galardones en sendas exposiciones internacionales en Bayona y Burdeos. Con el viento a favor, Egaña organizó una potente campaña de marketing en Madrid, enviando botellas de regalo a los periodistas más influyentes, a aristócratas, a diplomáticos y a médicos y farmacéuticos que daban fe de que el nuevo vino era un vino natural y saludable. La escena de la cata en la mesa real fue parte de esta gran campaña de publicidad llevada a cabo durante el año 1866. El éxito fue inmediato: los precios del nuevo vino se dispararon y —quizás la prueba más irrefutable del éxito— el mercado se inundaba con vinos de escasa calidad que, fraudulentamente, se vendían como Medoc Alavés.

Más de siglo y medio después, el vino de Rioja, y ya no solo el de Álava, ha conquistado los mercados. Una cuarta parte de todos los vinos producidos en alguna de las zonas vitivinícolas españolas con denominación de origen proviene de los viñedos bajo el control de la Denominación de Origen Calificada Rioja, seguida a mucha distancia por las denominaciones de Cava y de Rueda. El rioja está también muy presente en los mercados internacionales: de la cosecha récord de 2016, casi un 40% fue vendido en el extranjero. Sin embargo, este indudable éxito ha provocado también nuevos problemas que, curiosamente y pese a que la historia no se suele repetir, no difieren mucho de los problemas decimonónicos mencionados antes. Si la apuesta de 1858 era potenciar la calidad frente a la cantidad, hoy en día hay críticos que acusan al Consejo Regulador de priorizar un modelo de crecimiento y una política de precios más basados en la venta masiva de vinos baratos. Sin entrar en el fondo de esta polémica, que es más compleja de lo que parece, lo que sí es cierto es que para muchos consumidores el vino de Rioja se asocia con el que no debe valer más que cinco o seis euros la botella. Resulta obvio que la imagen del rioja barato es una amenaza para muchos productores pequeños y medianos que han optado por la producción de vinos de terruño que, para poder sobrevivir, necesitan un precio de venta más elevado. Tim Atkin, Master of Wine y uno de los mejores conocedores de los vinos de Rioja, ha resumido este dilema actual provocado por el choque entre diferentes modelos y filosofías en la pregunta: “¿Sabe Rioja quién o qué es?”.

Vendimia en La Rioja, a principios del siglo XX.Fotografía de Archivo Bodegas López de Heredia Viña Tondonia

Entre los cosecheros de vino de Rioja, la búsqueda de la calidad y de la excelencia no desapareció ni en la crisis de superproducción a mediados del siglo XIX, ni a partir de 1890, cuando la filoxera arrasó todos los viñedos, ni tampoco en los actuales tiempos de la globalización y los bajos precios. Un recorrido sin prejuicios por los diferentes territorios de la denominación, en Álava, pero también en algunas zonas de Navarra y de La Rioja, permite encontrar auténticos tesoros, modernas reliquias de la tradición del Medoc Alavés y su filosofía de aprovechar unas condiciones climatológicas y geológicas óptimas, poner en valor una experiencia secular y maridar todo con las aportaciones de la ciencia: vinos pegados a la tierra, con alma, que llevan en su ADN el saber hacer de generaciones y que son espejos de su paisaje inconfundible y único. Vinos, en definitiva, que en los tiempos que corren nos recuerdan que todos tenemos raíces. 

Ludger Mees (Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco) es autor de El Medoc Alavés. La revolución del vino de Rioja (La Fábrica) y, junto con K.J. Nagel y H.J. Puhle, de Una Historia Social del Vino. Rioja, Navarra, Cataluña 1860-1940 (Tecnos).

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