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Columna
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Desconfianzas múltiples

Los lemas y discursos que hablan de gobernabilidad, estabilidad y seguridad dan en la diana de lo que el conjunto de la población necesita y quiere oír

Cristina Monge
Pleno del Congreso de los Diputados, el pasado 17 de septiembre.
Pleno del Congreso de los Diputados, el pasado 17 de septiembre.Julián Rojas

Tras varias semanas debatiendo sobre la imposibilidad de formar Gobierno por la desconfianza entre las formaciones políticas que podían hacerlo, la llamada a las urnas desplaza el análisis hacia otro tipo de recelo: el que despiertan en la ciudadanía sus representantes políticos. Según el CIS, la desconfianza es, precisamente, el primer sentimiento que provoca la política al 34,2% de la población. Le siguen el aburrimiento y la indiferencia.

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Este estado de ánimo en forma de desafección y descontento no es nuevo, por lo que sería injusto atribuirlo a lo ocurrido en los últimos meses, aunque parece obvio que eso no ha contribuido a mejorar las cosas. Los motivos hay que buscarlos más allá. En su Algo va mal, Tony Judt se preguntaba hace casi una década: “¿Qué legaron la confianza, la tributación progresiva y el Estado intervencionista a las sociedades occidentales en las décadas que siguieron a 1945? La sucinta respuesta es seguridad, prosperidad, servicios sociales y mayor igualdad en diversos grados”. Curiosamente, todo aquello que hoy se tambalea, asimilando la incertidumbre al miedo. Quizá por eso el mismo Judt afirmaba que “si la socialdemocracia tiene futuro será como una socialdemocracia del temor”, máxima que podría hacerse extensiva al resto de opciones ideológicas.

El contexto actual crea sociedades temerosas y desconfiadas porque la línea recta del progreso se ha truncado, porque la revolución tecnológica y la inteligencia artificial dibujan un escenario de arenas movedizas, porque el cambio climático supone modificaciones en las condiciones de vida humana en el planeta cuyo alcance tan sólo se puede estimar ligeramente y en escenarios cambiantes, y porque la desigualdad se ha instalado en el disco duro del sistema. Mientras esto ocurre, la política se muestra impotente. Porque no sabe, porque no puede o por ambas cosas, pero el resultado es una enorme sensación de desprotección de la ciudadanía, que observa temblorosa y desconfía.

En este escenario, los lemas y discursos que hablan de gobernabilidad, estabilidad y seguridad dan en la diana de lo que el conjunto de la población necesita y quiere oír. Ahora bien, su eficacia se reduce notablemente si a continuación los partidos no aclaran cuáles serán el día 11 de noviembre sus criterios y política de alianzas. Salvo sorpresa, para formar Gobierno se necesitarán acuerdos entre, al menos, dos formaciones, y muy probablemente entre tres. Si no fueron capaces de gestionar la desconfianza antes, ¿por qué iban a lograrlo ahora? Es necesario un plus de explicación y pedagogía para que cada cual haga públicas sus líneas rojas, manifieste sin tapujos quiénes son sus socios preferentes —si los tiene— y dibuje el marco en que puede moverse. Los programas políticos y las medidas ya las conocemos, nos las contaron hace apenas cinco meses y no han podido variar mucho. Ahora falta saber qué quieren hacer con ellas. Se trataría de trazar una especie de triángulo: recibir la confianza de la ciudadanía en función de cómo vayan a construirla entre ellos.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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