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Columna
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Aprender a nadar

Cuando terminan las campañas electorales, si es que alguna vez terminan, cuesta mucho esfuerzo de atención darse cuenta de la realidad

David Trueba
Pedro Sánchez durante la celebración de los resultados electorales en la sede del PSOE en la Calle Ferraz de Madrid.
Pedro Sánchez durante la celebración de los resultados electorales en la sede del PSOE en la Calle Ferraz de Madrid. Javier López (EFE)

Ahora los niños aprenden a dividir antes de aprender a sumar. Pasa en todos los países. La campaña política consiste en invocar una supuesta fractura nacional que sitúa a algunos de un lado, y al resto, de otro. Los que sostenían que había dos Españas acabaron rendidos a la evidencia de que del mismo modo había terminado por haber dos Estados Unidos, dos Venezuelas, dos Italias, dos Francias y dos Reinos Unidos, por no seguir citando. El mal de tantos es nuestro consuelo de tontos. Resulta complicado establecer el momento exacto en que la vida política perdió fuelle argumental y se transformó en una conjunción bastante básica de elementos emocionales disgregadores. Le cedió al deporte la única representación posible de la convivencia, fallido todo intento de apostar por la cultura, y nos obligó a posicionarnos entre ganadores y perdedores. Claro, puestos a desempeñar ese cargo, no hay nadie que elija voluntariamente el de perdedor. Así que los ganadores se disputan la plaza a cara de perro. Machacar al otro es una estrategia de boxeo, porque si te sueltan en un ring tampoco es cuestión de ponerse a dialogar, a inventar, a reflexionar y a escuchar. Te pones a soltar mamporros y confías en la violenta providencia.

Cuando terminan las campañas electorales, si es que alguna vez terminan, cuesta mucho esfuerzo de atención darse cuenta de la realidad. Porque la realidad consiste en que la mayoría de la gente vuelve a su empleo y a su vivencia y allí comparte preocupaciones y batallas con esos supuestos rivales insoportables. En el vecindario y en la familia unos y otros se aplican a lo más razonable, que consiste en preservar el espacio íntimo más amable para lo cual es preciso remendar el entorno colectivo para que no sea ni hiriente ni amenazante. La filosofía del miedo tuvo su mejor opositora en una pensadora aragonesa ya inmortal, Felicitas de Lechago, cuando dijo aquello de: “La gente alegre vive más años; los tristes se mueren de miedo”. Es por tanto la valentía del alegre el único remedio contra el rencor. Porque son el rencor y el abandono escolar, que no consiste únicamente en abandonar la escuela, sino en abandonar el aprender, los que empujan a personas a considerar antipersonas a otras. Es ahí donde la división se convierte en la única tabla de multiplicar que manejan, la de multiplicar lo divisorio.

Al margen de la campaña electoral, las personas inician trabajos, esfuerzos y proyectos. Se ponen en marcha hacia algo nuevo o regresan al espacio cotidiano, tanto da. Nadie va a venir a pedirles que echen un discurso o pongan en forma de consigna lo que para ellos es una ilusión o un consuelo o una maldición. Lo encaran y punto. No hay ya tribuna para el oportunista, porque no hay nada que decidir de manera contable, sino por insistencia, por estar ahí, por darlo todo, que es lo que hacemos cuando terminamos la jornada, ni más ni menos: entregar el día. Es un poco lastimoso que los niños tengan que aprender a dividir antes que el resto de operaciones aritméticas. Pero en este nuevo plan de estudios les ha tocado así. Ahora consiste en sentarse y tratar de enseñarles a sumar. Por supuesto, es mucho más difícil, igual que resulta más complicado enseñar a alguien a andar si está educado solo para ir en moto. Al fin y al cabo, en el origen fuimos peces, pero con el tiempo nos tocó aprender a nadar como si nunca antes lo hubiéramos hecho.

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