“Si este fuera un país serio, tendríamos un Ministerio del Aceite de Oliva”
El humorista confiesa que cocina escuchando la radio, no tiene microondas y que le encanta el botillo del Bierzo
A Leonardo González Feliz (Matarrosa del Sil, León, 1962), más conocido como Leo Harlem, apodo que tomó del Café Harlem de Valladolid en el que estuvo trabajando, siempre le ha gustado comer "bien y sencillo". Por eso parece encontrarse tan en su salsa en una entrevista de temática gastronómica. El cómico y actor recomienda libros: La casa de Lúculo o El arte de comer de Julio Camba; Ranchos de a bordo, ya agotado, que publicó el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación con recetas de los pescadores del litoral español. Da pistas para elegir un buen restaurante: "Si el jamón está muy nuevo no lo pido". "Las bayetas dicen mucho de un sitio, a algunas habría que hacerles la prueba del carbono 14". "Me gustan los restaurantes en los que no se puede pagar con tarjeta, se suele comer bastante bien".
Pregunta. Haciendo un repaso a sus monólogos, hay un montón que se refieren a restaurantes, comida, camareros...
Respuesta. Claro, ¡a mi vida! Mi vida han sido bares, restaurantes y videoclubes.
P. ¿Qué platos se le dan bien?
R. Los guisos marineros, el marmitako, las patatas con merluza... El cocido lo hago bastante bueno, el cuchareo en general.
P. ¿Cómo le gusta cocinar?
R. Yo cocino con el transistor, me pongo música clásica, Radio Nacional. Cuando me levanto leo el teletexto, las cabeceras de todos los periódicos, y ya estoy informado. Y luego, ya, música clásica... De lo gordo, te enteras.
P. ¿Alguna manía o ritual entre fogones?
R. No son manías sino hábitos: lavarme las manos antes de ponerme a cocinar y asegurarme de que las herramientas estén bien, los cuchillos, afilados... Soy bastante organizado, voy limpiando a medida que voy cocinando, y me duele mucho tirar comida. Soy un chollo, un gran partido, ponlo ahí.
P. ¿Un ingrediente que no puede faltar?
R. El aceite de oliva es innegociable. Si este fuera un país serio, tendríamos un Ministerio del Aceite de Oliva, es nuestro mayor bien.
P. Curro, su personaje en la película El mejor verano de mi vida, trabaja vendiendo robots de cocina. ¿Qué le parece ese invento?
R. Yo no lo tengo, pero he comido grandes recetas hechas con un robot de cocina. Hay gente que le ha cogido el punto, es como todo; la práctica hace maestros.
P. Por sus monólogos, parece que no le gusta demasiado la cocina moderna o innovadora.
R. Eso es porque se puede parodiar más. Pero reconozco que hay gente que está haciendo una labor tremenda, ya no de cocina, sino de investigación, se están creando máquinas, técnicas, nuevos productos...
P. ¿Esferificaciones, nitrógeno líquido?
R. Tengo orden de alejamiento contra esas cosas. Mi base de la cocina es el fuego, que el animal esté muerto, mis legumbres, mi arroz, ajo, cebolleta y pimiento verde, y ahí empezamos a trabajar.
P. ¿Un regalo culinario que le haría llorar de emoción?
R. Una botella hiperextraordinaria de aceite o champán. O una trufa blanca.
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