Lo primero, la realidad

Martin Ouellet-Diotte (AFP)

SI USTEDES DESEAN conocer las diferencias entre la renta per capita de Canadá y la de España, no las busquen en Google, fíjense en los calcetines de los señores de la foto. En Canadá, la economía llega a las partes más alejadas del cuerpo social, a las más periféricas, que son también las más necesitadas. Los pies no están excluidos de la prosperidad global. Reciben tantos cuidados como el pecho; más aún, si cabe, puesto que en esta foto los ojos se nos van a los zapatos y a los calcetines del manda...

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SI USTEDES DESEAN conocer las diferencias entre la renta per capita de Canadá y la de España, no las busquen en Google, fíjense en los calcetines de los señores de la foto. En Canadá, la economía llega a las partes más alejadas del cuerpo social, a las más periféricas, que son también las más necesitadas. Los pies no están excluidos de la prosperidad global. Reciben tantos cuidados como el pecho; más aún, si cabe, puesto que en esta foto los ojos se nos van a los zapatos y a los calcetines del mandatario canadiense en vez de a su rostro, que sería lo común. En España, en cambio, las desigualdades entre pobres y ricos no hacen otra cosa que aumentar frente a la indiferencia, cuando no a la complicidad, de los políticos.

De ahí que las extremidades de Sánchez vayan de luto riguroso. Zapatos negros: verdaderos ataúdes pequeñitos para sus fríos pies, y calcetines que evocan a los de la terrible marca Ejecutivo, a juego con los pañuelos funerarios que las abuelas de nuestros pueblos suelen llevar en la cabeza. La alegría, el color, el regocijo, no llega a las clases bajas, lo que queda perfectamente metaforizado en esta imagen de una dureza ­inusual. Aquí solo acudimos al podólogo in articulo mortis, porque les tenemos poca consideración a los suburbios. Somos clasistas en lo económico y centralistas en lo político, por eso también los problemas de unidad y ruptura en los que llevamos décadas o siglos enredados. Algunos pensarán que la solución pasaría por regalar a Sánchez unos calcetines de corazones. Pero no: primero habría que arreglar la realidad. 

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