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Columna
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Reparar la relación con Rusia

Europa, con Alemania y Francia a la cabeza, debe asumir ese reto ante la inacción de Trump

Francisco G. Basterra
El presidente ruso Vladimir Putin durante una reunión en San Petersburgo.
El presidente ruso Vladimir Putin durante una reunión en San Petersburgo.Mikhail Svetlov (Getty Images)

En una época de grandes acontecimientos internacionales como la que vivimos, lo extraordinario acaba pareciendo menor. El envenenamiento por un agente nervioso de fabricación rusa de un espía y su hija, en una plácida ciudad inglesa, no es una historia de una novela de John Le Carré . Es un ataque químico en un país europeo miembro de la OTAN originado en la Rusia de Putin, donde nada escapa a su control. Una línea roja ha sido sobrepasada. Y merece una respuesta eficaz.

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No vale argumentar que Putin, que mañana renovará el omnímodo poder que ejerce desde hace 18 años, solo trata de borrar la humillación sufrida por Rusia de manos de Occidente tras la implosión de la URSS. No es un hecho aislado, es una provocación intencional destinada a probar la cohesión y la firmeza de Europa y EE UU. Anexión de Crimea, desestabilización de Ucrania, regreso de Moscú a Oriente Próximo para apoyar al carnicero El Asad, interferencia en las elecciones de EE UU, en las presidenciales de Francia, en el Brexit. Asesinato del opositor político Borís Nemtsov y de la periodista crítica Anna Politkovskaya. Envenenamiento con polonio de Litvinenko, ex KGB, también en Londongrado.

El historiador británico Hobsbawm acuñó la idea de un siglo XX corto (1914-1991) entre la Gran Guerra y la revolución soviética y la implosión de la URSS. Podemos datar el comienzo efectivo del siglo XXI con la calamitosa llegada de Trump a la Casa Blanca, el repliegue mundial de EE UU, el alumbramiento de guerras comerciales, las grandes migraciones. El inicio del Gran Desquicie, del mundo en desorden, con el vacío propiciado por el Washington populista y nacionalista. Un momento único aprovechado inteligentemente por Xi en China, proclamado emperador vitalicio, y por Putin, que escala su apuesta nuclear. Ambos creen que Occidente declina.

Y en un mundo al revés, con el final de la verdad que no se diferencia de la mentira, los grandes líderes autoritarios iliberales, Putin y Xi, disfrutan del amor y la envidia que les profesa el ignorante e imprevisible ocupante de la Casa Blanca. El contradiós es redondo. Como en Rusia y China, también en EE UU el show es solo de Trump, que acaba de arrojar por la borda a su secretario de Estado, un moderado, por lo demás bastante inútil. Han laminado el poder blando de EE UU.

La Rusia de Putin seguirá jugando sucio. Ya no está arrodillada y ese sentimiento cimenta su autocracia. El zar garantiza el orden, la estabilidad, los grandes negocios para sus amigos, el orgullo de la Gran Rusia. Padre de la nación, espejo de un autoritarismo consentido desde abajo. Es urgente reconstruir las deterioradas relaciones con Rusia, un país necesario para resolver los grandes problemas internacionales. Su aislamiento no funcionará. De Trump, atrapado en la telaraña rusa, no cabe esperar una estrategia reparadora. Europa, con Alemania y Francia a la cabeza, debe asumir este reto. Hay Putin para rato.

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