Guía para sobrevivir a los días laborables navideños
Aprovecha para adueñarte de la oficina, ten preparadas tus contestaciones para cualquier chascarrillo infame y no te refugies en la comida
Entre fiesta y fiesta, trabajo. Las navidades están plagadas de pequeños festivos que dibujan en nuestras mentes un espejismo odioso de recreo. Rutina, rutina, rutina, descanso, familia y... rutina otra vez. ¿Y para qué? ¿A quién incentivan esos días grises, ese disfraz esquizofrénico que se pone la ciudad para estimular el consumo, emperifollada de leds, al mismo tiempo que nos obliga a ocupar nuestros puestos de trabajo, no sea que alguien se olvide de girar las manivelas del sistema? No podemos acabar con esta farsa, pero sí arrojar algo de luz. Tómate nuestros consejos como si fueran claraboyas en medio de la mar helada y titanesca de tu vida laboral, sobre la que flotan esos engañosos festivos, tan frágiles como una tabla de madera incapaz de soportar el peso de tu martirio o el de un DiCaprio cualquiera.
Ensaya tu contestación para los chascarrillos infames
"Bueno, hasta el año que viene, jiji". "Feliz falsedad." "¿Qué tal se han portado los Reyes?". "¿Sabías que el Papá Noel gallego es un pederasta que toca la barriga a los niños?". Etcétera. Etcétera. Etcétera.
Mírate. ¿Qué tienes, 12 años? ¿Por qué respondes a los rebuznos de esa caterva de lamemedias y cuelgacapas con un resorte maquinal de risilla? ¿Por qué ofrendas la vulgaridad espesa de la que hacen gala con un jeje? Eres un adulto. Deja de fingir. Reacciona.
Entra en las catacumbas de la red y documéntate sobre el último grito en cuñadeces. Visita Forocoches, el Twitter de Pipi Estrada y Cabronazi. Estudia su comportamiento. Analiza sus gustos. Y ensaya ante el espejo las mejores respuestas para mantener tu dignidad intacta. Son seres primarios y por tanto previsibles. Adelantarte a sus movimientos es fácil y te pondrá a la altura de un viajero espacio-temporal que sabe siempre cómo actuar porque conoce lo que va a ocurrir. Conviértete en tu propio guionista y no dejes que te avasallen con su refranero.
Aduéñate de la oficina
Te conceden la ilusión de un descanso cuando, en realidad, sólo dejas la obligación tiránica de rellenar de números tus Excel para entrar en la obligación tiránica de rellenar de besos la mejilla de un familiar. Pensándolo bien, al menos los informes de cuentas no huelen a esa colonia añeja, como cocinada en bañera, que gastan cierto tipo de ancianas parientas. Hay gente, sin embargo, que aprovecha estas fechas para coger parte de sus vacaciones. Tú no eres uno de ellos. Ése es un privilegio reservado para otros en la oficina.
Los que empatan festivos con vacaciones son el club de las madres y padres que quieren disfrutar en familia, esa secta de gente orgullosa de unos bebés feísimos cuyas caras ya confundes en tu memoria, harto de activar una sonrisa automática ante la exhibición de fotos y vídeos. También las coge el cretino que se va a Argentina de vacaciones ("allí es verano, je, je") o el señor de bigote al que su mujer sigue preparando los tuppers todos los días (él habla nerviosamente sobre cómo se ha cocinado él mismo ese arroz vomitivo, pero tú sabes que es un negado con los fogones, lees la inepcia en la goma desmayada de sus calcetines y la rubicundez delatora de sus mofletes).
Sí, ellos no están. No habían agotado ya sus vacaciones, como tú, que vuelves a trabajar el día 26 de diciembre y el día 2 de enero con una joroba invisible de rencor. No pasa nada. Aprovecha su ausencia para dar tu pequeño golpe de estado sobre esa oficina fantasmagórica y medio vacía que ahora es de tu propiedad. Roba clientes, cambia fondos de pantalla, espía correos.
No te pases con los atracones
Las calles están llenas de gente comprando regalos y tu oficina medio vacía. Vas y vuelves en autobús o en metro odiando las caras de esos desconocidos, analizando cada arruga y mancha de sus camisas, imaginándoles unas vidas más desgraciadas que la tuya sólo para sentirte mejor con la alienación que te seca la existencia. Trabajar resta muchas energías; vivir en la amargura más todavía.
Por ello te recomendamos que, durante esas paradas de boxes que son las comidas y cenas familiares, no llenes el vacío de tu náusea con cantidades imprudentes de comida. Recorrer los tramos absurdos que puentean el trabajo con la fiesta se complica con esa sensación, tan navideña, de llevar una bolsa de piedras dentro. Estimado infeliz: si ya llevas un peso en el alma, no añadas otro al estómago.
Recuerda tu infancia
El último y más terapéutico consejo, que te recomendamos seguir mientras fumas una freudiana pipa, es volver a la infancia. ¿Por qué? Porque lo peor de hacerse mayor llega al demoler la comedia de las vacaciones escolares y familiarizarse con el calendario adulto.
De niños las vacaciones de Navidad duraban un mes de ocio ininterrumpido, y el verano tenía casi la consideración insular de algo aparte; una unidad temporal embarazada dentro de otra unidad temporal más grande, pero con su propia identidad. La nostalgia envuelve nuestros recuerdos infantiles con esa misma seda, y así hablamos del año 1997 pero también del verano del 97, como si pertenecieran a rincones distintos de la memoria. Luego crecemos y nos acostumbramos a que las vacaciones dejen de ser un pack, desgranado ese monolito de tiempo libre en migajas de festividad impotente. ¿Qué hacer para soportarlo?
Retoma las distracciones que te ayudaban a sobrellevar los domingos de la niñez. Sí, los domingos, esos días en los que no tenías clase (bien) pero que debías terminar acostándote tempranito (mal). El domingo es un día que define personalidades: el optimista verá el vaso medio lleno de su libertad, y el pesimista vivirá angustiado por la inminencia del lunes, cuyo pestilente aliento a rutina ya casi se puede oler. El domingo de la infancia no era un día, era una amenaza. En vez de saborear sus ventajas, desconfiabas de su naturaleza conclusiva. Y en verano pasaba lo mismo con septiembre, que era el domingo más largo de del año.
Cierra los ojos y recuerda las herramientas que utilizabas para aprovechar los últimos coletazos del fin de semana o el verano y no pensar en la mortífera vuelta al cole. Conecta con tu yo de pantalones cortos y vocecilla aguda y pregúntale cuáles eran sus trucos para no caer en la depresión. Ir a trabajar entre fiesta y fiesta puede parecerte una losa de la vida adulta, pero es sólo el continuum de una tradición que lleva contigo desde siempre: la facultad, humanísima y desasosegante, de no saber disfrutar de la vida.
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