
17 momentazos que cambiaron para siempre la alfombra roja (y Google Imágenes)
Un famoso se la juega cada vez que pisa una entrega de premios. Estos llegaron, sonrieron y asombraron al mundo

Cuándo. En los American Music Awards de 1984.
Por qué. Porque la pareja más improbable de los ochenta supo armonizar los 'looks' más improbables de la década. Ella, con traje blanco de reflejos nacarados, parecía la Tess McGill de 'Armas de mujer' vestida para hacer la primera comunión. Él, que vivía en aquella época la dulcísima resaca de 'Thriller', iba comprendiendo que lo que se esperaba de él no era vestir bien, sino vestir de Michael Jackson. Su chaqueta roja con alamares dorados, toda brillante y rebosante de pedrería, anticipa el fabuloso delirio en que se convertiría su armario durante la década siguiente.
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Cuándo. En el estreno londinense de 'Cuatro bodas y un funeral', en 1994.
Por qué. Porque nunca lo ordinario estuvo tan cerca de lo sublime. Pongámonos en antecedentes. En 1994, Hurley con 29 años era una actriz de segunda fila a la que la industria no tomaba muy en serio, y que solía aparecer en los medios siempre en calidad de novia de Hugh Grant, el galán de comedia romántica que en aquellas fechas estaba en la cumbre de su carrera. El problema surgió al buscar modelito para aquel estreno: misteriosamente, las marcas de Londres se habían quedado sin vestidos para prestarle. Hasta que llegó a Versace, que tampoco tenía modelos disponibles, y se encontró con este boceto sin terminar del diseñador, un diseño imposible con aberturas de vértigo cerradas por imperdibles dorados. Lo pidió y se lo prestaron. Y, el día del estreno, los medios no hablaron de otra cosa. Era tan ordinario y tan impecable que el público no daba crédito. A día de hoy, aquel vestido es posiblemente la pieza más famosa de Versace, tiene página propia de Wikipedia y, tristemente, sigue siendo el punto más álgido de la carrera de su portadora.
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Cuándo. Cuando Cher ganó el Oscar a Mejor Actriz en 1988 por 'Hechizo de luna'. Tenía 42 años.
Por qué. Porque, en una época en que la corrección política llena las alfombras rojas de aspirantes a princesitas disfrazadas de Grace Kelly, recordar que Cher recogió su Oscar con esta oda a las transparencias (y a Las Vegas) es un ejercicio muy reconfortante. La actriz y cantante eligió a su diseñador de cabecera, el infalible Bob Mackie, que ideó una fantasía en gasa transparente drapeada y llena de pedrería cuyas únicas prendas visibles eran un sostén y una braguita. Nunca la lencería cabaretera llegó tan alto, nunca los cristales tallados brillaron con tanto fulgor y nunca una oscarizada impresionó tanto como Cher.
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Cuándo. En cada alfombra roja que pisa (esta corresponde a los Oscar de 2005).
Por qué. Porque llamar la atención puntualmente tiene mérito, pero ser el verso suelto de las alfombras rojas durante décadas es mucho más difícil. Johnny Depp, tal vez inspirado por la cruzada estilística de sus amigos Burton y Bonham Carter, lleva años cultivando un 'look' de dandi desaliñado y pelín anacrónico (fíjese aquí en su pajarita, en el corte del esmoquin o en los zapatos) que raramente defrauda. Igual que Bela Lugosi acabó convencido de ser el nuevo Drácula, Depp tiene siempre algo de Eduardo Manostijeras, de Willie Wonka y de Jack Sparrow. Bien por él.
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Cuándo. En los Oscars de 2001.
Por qué. Porque hasta para hacerse la rara hace falta medir los tiempos, y Björk hizo ambas cosas. La cantante islandesa más inclasificable del pop de los noventa encaraba su momento de mayor popularidad gracias a su participación en la película de Von Trier 'Bailar en la oscuridad' y anticipaba ya la temática de 'Vespertine', que aquel mismo año cerraría el ciclo de sus primeros álbumes. El vestido que la diseñadora Marjan Pejoski diseñó para ella tenía forma de cisne: el cuerpo eran sus caderas, y el cuello del ave abrazaba el de la artista para conformar un escote imposible. Suscitó críticas feroces y alabanzas desmedidas, igual que sus discos, pero todo el mundo sigue recordándolo.
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Cuándo. En los American Music Awards de 2001.
Por qué. Porque eran jóvenes, inexpertos y estaban enamorados. Las dos estrellas del pop adolescente (tenían 19 años) llevaban dos años saliendo y acudieron vestidos a juego, con su propia versión de la indumentaria de gala en flamante tejido vaquero. Posiblemente ellos querían rejuvenecer la alfombra roja con el tejido adolescente por excelencia, pero la combinación de distintos tonos de vaquero en cortes asimétricos, las joyas y los pequeños detalles del estilismo (atención a la gargantilla de Britney, y al sombrero y las gafas de Justin) consiguieron algo mucho más difícil: resultar punk sin pretenderlo (y sin tener ni idea de punk). Aquello fue un despropósito, pero si seguimos recordando su éxtasis vaquero y nos hemos olvidado del resto, por algo será.
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Cuándo. En los Video Music Awards de 1993.
Por qué. Porque esta imagen ilustra los motivos por los que la industria de la música necesitaba desesperadamente a Kurt y Courtney. Ni ropa de lujo ni prendas elegantes: él acudió con vaqueros rotos, zapatillas, camiseta de manga larga y gafas de sol. Ella, con un vestido blanco que recordaba a Marilyn Monroe, pero sin apenas joyería. En sus brazos, su hija, Frances Bean Cobain. El biberón como complemento era una idea que solo podía ocurrírsele a ellos.
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Cuándo. En la Met Gala de 2013.
Por qué. Porque lo más acertado no siempre es lo más obvio. El tema de la gala era el punk, y la alfombra roja se llenó de imperdibles gigantes, cuadros escoceses, prendas desgarradas y chupas de cuero. Básicamente, de elementos que hoy forman parte de la oferta cotidiana de cualquier cadena de moda asequible. Kim Kardashian recurrió a Riccardo Tisci, a la sazón director creativo de Givenchy, que firmó para ella un vestido que llevaba el estampado floral hasta el límite del mal gusto, que es precisamente el punto exacto donde comienza el punk. Y embarazada de su primer hijo. Por excesivo, por inesperado y por apabullante (fíjese que hasta los guantes y los zapatos son del mismo estampado), fue lo más punk de la velada.
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Cuándo. En una fiesta de Versace en Londres en 1995.
Por qué. Porque Elton John siempre ha sido un pionero a la hora de lucir prendas, colores y accesorios que pocos hombres se atrevían a llevar en público. Con Elton llegaron el color, los acabados satinados, la joyería y el barroquismo a las alfombras rojas. No en vano fue el mejor cliente de Gianni Versace, que solía decir que los armarios del inglés custodiaban un archivo de prendas de Versace más completo que el de su propia firma. Aquí declinó en clave monocroma un color poco habitual (un azul pastel casi violeta) con un corte retro (fíjese en esas solapas en pico que siguen en los setenta) y una sana dosis de joyería tan ostentosa que parece bisutería. El cielo es de los valientes.
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Cuándo. En el estreno de la película 'Slogan' (1969), la primera que rodaron juntos.
Por qué. El vestido transparente de Jane Birkin (23 años aquel día), apenas una túnica corta de gasa oscura que se ajustaba a su cuerpo y dejaba ver su braguita y su ausencia de sostén, fue uno de esos escándalos que el prestigio intelectual supo volver tolerable. Birkin, chica yeyé por excelencia, inglesa en un París que quería parecerse a Londres y musa de diseñadores de alta costura que preferían hacer 'prêt à porter', encarnó el espíritu de los tiempos con declaraciones de intenciones como esta. Mención especial para su cesta de paja (le había copiado la idea a Amanda Lear) que inspiraría el bolso Birkin de Hermès, y también para el 'look' de Serge Gainsbourg (41 años aquella jornada), que con su abrigo gastado, sus pantalones de vestir y su cuello descamisado daba la réplica bohemia al 'chic' sesentero de Birkin.
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Cuándo. En una fiesta celebrada en 1990.
Por qué. Porque la cantante jamaicana atesora algunos de los atuendos más excéntricos y deslumbrantes de las últimas décadas, sobre todo si hay tocados en la ecuación. Gracias a la colaboración de artistas sombrereros como Philip Treacy y Stephen Jones, la intérprete de 'Slave to the rhytmn' ha recorrido alfombras rojas sosteniendo en su cabeza estructuras delirantes que hicieron la pascua al pobre incauto al que le tocó sentarse detrás de ella en la gala, y nos hicieron felices a todos los demás.
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Cuándo. Messi, en la ceremonia de entrega del Balón de Oro de 2013. Maradona, en 1995.
Por qué. Porque un 'look' con historia y con significado puntúa doble. Y aunque el esmoquin de topitos de Dolce & Gabbana que Messi llevó al Balón de Oro suscitó en un principio algo de escepticismo, las dudas se esfumaron cuando alguien señaló que posiblemente era un guiño hacia su compatriota Maradona, que había lucido un diseño de inspiración similar en los noventa. En ese momento, los críticos callaron y el carácter emotivo del homenaje sirvió para demostrar que un traje, a veces, es mucho más que un traje.
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Cuándo. En los Oscar de 2014.
Por qué. Porque el esmoquin blanco es un género complicado. Manejado con cautela, puede pasar desapercibido. Con exceso, se acerca peligrosamente a Liberace. Jared Leto eligió un término medio: un esmoquin impoluto con solapas negras y pantalón del mismo color, rematado con una pajarita de terciopelo rojo. Vintage, pero de ahora. Setentero, pero no arqueológico. En plena efervescencia del debate sobre el género en la moda, Leto aportó este argumento a la discusión y se convirtió en uno de los éxitos de la noche.
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Cuándo. Cada vez que pisaron una alfombra roja mientras estuvieron casados: de 2001 a 2014.
Por qué. Porque, si la coherencia personal es algo positivo, la pareja formada por el cineasta y la actriz se llevan la palma en su categoría. Él suele ir despeinado, con toques decimonónicos y rockeros. Ella, sacando todo el partido posible de su estatus de musa gótico-siniestra definitiva. Peinados rotundos, gasas negras, jirones y toques punk aseguran diversión e interés cada vez que pisa una alfombra roja.
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Cuándo. En la Met Gala 2017, celebrada el pasado mes de abril para inaugurar la exposición dedicada a Rei Kawakubo en el Costume Institute del Metropolitan Museum de Nueva York.
Por qué. Porque Jaden Smith (hijo famoso de Will Smith), con ese raro talento para combinar oportunidad, discurso y transgresión, decidió presentarse en la gala con tacones, derribando uno de los últimos tabúes de la moda. Hasta ahora, un hombre con tacones solo podía significar tres cosas: un 'club kid' (tribu urbana de los 90 de jóvenes que vivían intensamente la noche neoyorquina y rompieron las reglas del género con estilismos muy llamativos) de antaño, una reina del 'drag' o una estrella del country necesitada de un subidón de autoestima. Jaden compensó los suyos, unas botas chelsea de tacón ancho, con una imagen minimalista y afilada, en las antípodas del travestismo. Bajitos del mundo: hay esperanza.

Cuándo. En los Grammy de 2011.
Por qué. Porque, puestos a innovar, nada más revolucionario que pisar una alfombra roja sin pisarla en absoluto. En aquella época Lady Gaga estaba en plena reivindicación de la moda conceptual, y decidió dar un golpe de efecto presentándose en la gala encerrada en un huevo gigante llevado en parihuelas por un cortejo de modelos vestidos de látex. Todo el conjunto (el huevo, la ropa y lo demás) lo firmaba Hussein Chalayan, el diseñador extraterrestre por excelencia. Y si repasamos los 'looks' de Gaga en aquellos turbulentos años, el famoso vestido de carne palidece ante esta marcianada.
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