14 fotosDe Marlon (Brando) a Mario (Casas): así han evolucionado los músculos en el cineEsculpidos, espigados, naturales, depilados... la evolución del ideal anatómico del hombre es, de alguna manera, la historia de nuestra propia existenciaGuillermo Alonso29 sept 2017 - 15:56CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceLa escena del beso en la orilla de 'De aquí a la eternidad' (Fred Zinnemann, 1953) es hoy un clásico del cine, pero fue en su día una impactante escena erótica para unas audiencias acostumbradas a los besos furtivos. El torso de Marlon Brando ya había sentado cátedra entre las audiencias, pero era un mero objeto decorativo. Aquí el de Lancaster se convierte en algo táctil y cálido disponible para el sexo, no solo para el escaparate. Por cierto, Lancaster (Nueva York, 1913) tenía ya 40 años cuando rodó esta escena. Demostró, así, hace ya casi setenta años, que los músculos existen más allá de los treinta.Y en los años sesenta llegó James Bond, el vividor, el hombre libre que sustituyó a John Wayne en la cumbre de la pirámide masculina. El cuerpo desnudo de los hombres anteriores pertenecía a los ojos de una sola mujer, pero ahora Bond demostraba que se puede ser un picaflor internacional que salta de cama en cama gracias a una personalidad arrolladora más que a un cuerpo cincelado: Connery (Edimburgo, 1930) no tenía las bondades anatómicas de Lancaster o Brando. Sencillamente tenía uno de esos cuerpos que se mueven rápido y ligeros por cualquier superficie, sea un submarino soviético o las sábanas de Ursula Andress. El hombre británico llegaba para decirle al americano que los músculos no eran necesarios para ser el hombre más deseado del mundo. Aún no hemos superado esa batalla.Cordon PressPero la espectadora media ya había visto a Brando y, aunque Sean Connery estaba muy bien, quería golosinas para la vista. Warren Beatty (1937, Virginia, EE UU) fue la respuesta a sus plegarias: más guapo, más fuerte y más alto, protagonizó en los años sesenta una serie de películas a mayor gloria de su físico. El mundo asistía a los brazos más fibrados que habían visto en la gran pantalla (mientras los gimnasios empezaban a encargar más máquinas de bíceps) y para la posteridad, por su capacidad ejemplificadora de todo esto, quedará su papel de gigoló en 'La primavera de la señora Stone' (Jose Quinteiro, 1961), donde la viuda Vivien Leigh decidía que esos brazos eran razón suficiente para dilapidar su fortuna.Y entonces llegan los setenta, la liberación sexual y las teorías de Andy Warhol sobre la fama. Y Joe Dallesandro (1948, Florida, Estados Unidos) se inventa algo que hoy es habitual pero por aquel entonces resultó inaudito: ser famoso solamente porque es guapísimo. El modelo se dejó querer de todas las maneras (vestido, desnudo, despierto, dormido) en cientos de sesiones fotográficas y decenas de películas 'underground' que, únicamente gracias a su cuerpo cincelado en las calles, pasaron a ser populares. Joe, los 'influencers' de Instagram del siglo XXI te saludan y te dan las gracias por todo.Cordon PressY llegan los ochenta y su intención de mezclarlo todo para crear el producto cultural 'mainstream' definitivo. Y resulta que, en el caso que nos ocupa, fue algo parecido a Tom Selleck (Detroit, 1945): un hombre que servía para el matrimonio, para la paternidad, para la lujuria, para la lucha y para presentar en casa a la hora de comer. El vello se imponía en la década como respuesta a esos modelos lánguidos de los setenta. El torso esculpido, sí, pero no demasiado, que el gimnasio no podía restar tiempo a los negocios. Para que el gimnasio fuese negocio habríamos de esperar a los anuncios de Calvin Klein.Su personaje de 'Falcon Crest' (1981-1990) inauguró la tradición de un poco de golosina visual en cada culebrón para las señoras (y algunos señores). Lorenzo Lamas (California, 1958) fue el único actor en aparecer en todos los episodios de la serie y a menudo lo hacía ligero de ropa para recalcar su papel de heredero y playboy de buen corazón. Los tatuajes, hasta entonces reservados al malo de la película, hacían acto de presencia y pasaban de ser señal de peligro a fetiche sexual.Y llegó Calvin Klein e hizo del músculo una marca registrada. Los noventa ya no querían a figuras protectoras ni a yuppies musculados representantes de un modelo económico y cultural que se iba a freír espárragos. El chico malo que ya intuíamos en Lorenzo Lamas tomó forma en Marky Mark (hoy Mark Wahlberg, Massachussetts, 1971), pero liberado de cualquier intención de agradar a una suegra. Las marcas hacían "pst" en el hombro de los jóvenes cuando sus padres no miraban y él era perfecto para el papel: exconvicto, rapero y cuadrado gracias a una suma de peleas y gimnasios. Popularizó un gesto que hasta entonces a ninguna mente precavida se le hubiese ocurrido incluir en un anuncio publicitario. La marca ya había fotografiado a hombres fuertes en ropa interior en los ochenta, pero era la primera vez que las vallas publicitarias nos mostraban a un chico agarrándose su sexo y mirándonos fijamente. Herb Ritts obró el milagro.Calvin KleinPero ojo: el 'grunge' empezaba a cobrar fuerza y Brad Pitt (1963, Oklahoma, EE UU) resultó ser una mezcla perfecta entre un guapo de anuncio y el chico atormentado sin futuro que ya no escuchaba a Michael Jackson sino a Soundgarden. De hecho, en 'Thelma & Louise' (Ridley Scott, 1991) daba a la primera el mejor orgasmo de su vida, pero luego se escapaba con todo su dinero. El guaperas fibrado había aprendido la lección en una nueva coyuntura económica: mirar y disfrutar de él tiene un precio. Al gigoló que interpretaba Warren Beatty en 'La primavera de la señora Stone' le había salido un hijo atracador de bancos y rompecorazones profesional. El mundo entero deseó que alguien parecido le robase igual que a Thelma.Bruce Willis (Idar-Oberstein, 1955) no se parecía en nada a estos nuevos tótems juveniles y cincelados de la sexualidad masculina, pero arrastraba desde los ochenta una imagen impecable por hacer lo que le daba la gana. En 'Luz de luna' (1985-1989) se arremangaba los trajes caros, los manchaba y los rompía. Y en 'Jungla de cristal' (1988) necesitaba estar semidesnudo para moverse mejor mientras mataba a terroristas alemanes. Por primera vez un 'sex symbol' masculino atraía tanto a hombres (que querían ser como él) como a mujeres (que querían estar con él). Todo gracias a una estructura corporal que no era carne de gimnasio, sino un beso de la genética: él era así. Quién va a reprochar nada a un tipo que tuvo suerte cuando la naturaleza repartió osamentas.Que Leonardo Dicaprio (1974, California, EE UU) se convirtiese en uno de los actores más deseados de la segunda mitad de los noventa gracias a 'Romeo + Julieta' (Baz Luhrmann, 1996) y, sobre todo, a 'Titanic' (James Cameron 1997) fue un acto de justicia hacia los cuerpos más delgaditos. Ellos también podían conseguirlo. Para cuando llegó a 'La playa' (Danny Boyle, 2000), película a la que pertenece la imagen, Dicaprio ya había trabajado en su físico, pero su aspecto en las dos películas anteriores era refrescantemente "normal" para una industria que ya había reclutado al ultramusculado Mark Wahlbergh y lo intentaba convertir en su nueva estrella (noticia: lo consiguió).Y siguiendo la estela del galán delgado y tímido, Inglaterra lanzó su propia bomba H: Jude Law (Londres, 1972). Él fue la respuesta socarrona, mejorada y algo más velluda a Leonardo. Alguien capaz de derretir corazones por unos ojos profundamente azules y una cara que parecía hecha de encargo. Las cámaras de cine perfeccionaban su definición y ya no la usaban para enfocar cuerpos de héroes, sino primerísimos planos de rostros aniñados y llenos de dudas. Pese a todo, y como esto es el cine, tenían que tener buena pinta en bañador. En 'El talento de Mr. Ripley' (Anthony Minghella, 1999), Jude Law sacó un diez en ese examen. Los gimnasios empezaban a revelarse menos necesarios que las herboristerías: para conseguir ser algo parecido a DiCaprio o a Law ya no era necesario hacer bíceps, sino hidratarse la piel y comer vegetariano.Pero entonces uno de esos actores de rostro inmaculado, surgido además a la vez que Dicaprio o Law, decidió volver al gimnasio. Su nombre es Matthew McConaughey (Texas, 1969) y se convirtió en el epítome de todo lo que iba a venir: músculos, músculos, músculos por aquí y por allí, el hombre mostrando orgulloso su cuerpo, cientos de miles de usuarios de Internet dispuestos a admirarlo en detalle en webs como Perez Hilton o The Superficial. A mediados de los 2000 empezaba el reinado de "está pasando, se lo estamos contando" en todo lo referente a la celebridad y los actores necesitaron volver a estar perfectos en cada visita a la playa. Matthew llegó a reírse de su propia condición de Ken humano para una nueva generación en sus papeles en la saga 'Magic Mike'. Otra de las reglas del nuevo adonis: encima tenía que presumir de sentido del humor.CordonY la moda también respondió: tras una época en la que los modelos masculinos tenían que ser muy flaquitos para embutirse en un traje de Slimane, los anuncios de colonia empezaron a reclamar para sí lo que el cine ya había establecido de nuevo: el macho expansivo, desafiante y 'fucker' definitivo. Gandy (Essex, 1970) lo personificó mejor que nadie: el cuerpo enorme y los músculos ultradesarrollados eran aplacados por un rostro con modernas imperfecciones (esa nariz enorme) y ojos de serpiente, pero de una serpiente rendida. Su estela la recogió el norteamericano Sean O'Pry (Georgia, 1989) hasta el punto de superar al maestro: hoy es el modelo mejor pagado del mundo.Y la industria cinematográfica española tomó nota, obligada casi a punta de pistola por la televisiva. No había músculos en 'Al salir de clase' hace 20 años, pero no existe hoy una sola serie donde las tabletas de chocolate no tengan su ración de protagonismo gratuito por episodio. Pese a que Mario Casas no fue el primero (mucho antes Hugo Silva ya ondeaba con orgullo la bandera de hombre objeto patrio), sí es el epítome de nuevo actor español que gracias a su atractivo físico arrastra masas de espectadores de la televisión al cine. Y no solo gracias a su torso, pero sí luciéndolo con orgullo cada vez que se lo piden. Hoy ser guapo y fuerte ya no es vergonzoso, ya no es cosa menor. Hoy el cuerpo masculino es un valor más. Los gimnasios han ganado. La taquilla también.Cordon Press