9 fotosNuevos negocios para luchar contra la desigualdad en PechichalLas mujeres en Ecuador sufren más el paro, la precariedad laboral y los bajos salarios. Un proyecto de la cooperación española quiere apoyarlas a emprenderAlejandra Agudo Ecuador - 09 jun 2017 - 08:05CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceCarmen Ruales, de 38 años, emigró desde su Ecuador natal a España cuando tenía 22. Allí, en Madrid, trabajó como empleada del hogar en una casa. Una época que recuerda con cariño. "Nunca sufrí discriminación y tuve buenos jefes, eran unos padres para mí", rememora. Pero conoció a su esposo, también ecuatoriano, y en enero de 2016 decidieron regresar a su país. Así acabaron en Pechichal, la comunidad de la que procedía el esposo, en la que viven 80 familias, a la que solo se llega por carreteras de barro delimitadas por la verde naturaleza alrededor y donde no hay agua potable. "O compramos botellas o recogemos la lluvia", explica ella. Pero también hay ventajas: "Aquí hay paz y tranquilidad. No tenemos las comodidades de Madrid, pero no hay contaminación". Ruales, actual presidenta de la pedanía, es una de las escogidas para beneficiarse de un programa de Manos Unidas y el Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio (FEPP), con fondos de la cooperación española (AECID). El programa contempla el apoyo a emprendedores en situación precaria. Y la mayoría son mujeres porque, según datos del Instituto de estadística del país, la población femenina sufre más el paro, la precariedad laboral y los bajos salarios. En marzo de 2017, la tasa de empleo adecuado (no informal ni esporádico) era de 45,3% entre los hombres y 29,5% entre las mujeres. ¿Qué va a hacer Ruales con la ayuda? "Quiero montar una peluquería, aquí las mujeres son muy coquetas", detalla.Reunidas bajo la misma cabaña del restaurante que les sirvió de refugio tras el terremoto del 16 de abril de 2016, el grupo de mujeres (y algún joven) de Pechichal que se beneficiarán del proyecto de apoyo a emprendedores de Manos Unidas y el FEPP debaten sobre sus posibilidades. Fanny Basurto, de 48 años, lo tiene claro: hay que producir algo juntas. "Se lo he propuesto a la presidenta: hagamos todas yogur casero. Se trata de lanzar una actividad, pero bien hecha. Trabajar en grupo, no de manera individualista. Integrar siempre es mejor", razona. Ella tiene vacas y pollos, pero no sabe nada del procesado de lácteos. Con todo, cree que esa puede ser la mejor apuesta. "Aquí el trabajo es escaso para las mujeres y no tenemos ingresos. Pero los hombres aceptarán que trabajemos porque ellos no nos pueden satisfacer con ropa, viajes... Así que se han dado cuenta de que es más probable que les dejemos por eso que por ser independientes económicamente", detalla. Su reflexión abre un paréntesis en la conversación sobre planes empresariales. La comunidad, coinciden las presentes, es muy machista. Los últimos datos de empleo nacionales (marzo 2017) confirman que, al menos en el terreno laboral, el problema es general. En Ecuador, la población femenina con empleo cobra de media un 22% menos que los varones en la misma situación. Para luchar contra la estadística, al menos el 50% de los negocios que apoyarán las ONG en el marco de este programa tienen que estar liderados por mujeres.Gertrudiz Garcés es "de aquí", nacida en Pechichal hace 45 años. ¿Cómo se gana la vida? "Hago dulces y apoyo a mi marido en el restaurante", responde. De su esposo, Agustín Piloso, es la cabaña que sirve a la vez de comedor y de punto de reunión comunitario. La construyó en dos meses, explica con orgullo el hombre, y aguantó el azote de la tierra tan bien, que los vecinos acudieron allí tras el seísmo en busca de resguardo y compañía. Garcés muestra su buen hacer en la repostería y los fogones deleitando a los reunidos. Y responde a los cumplidos con una sonrisa tímida, pero sus ojos brillantes delatan su emoción ante tanto reconocimiento. Sin embargo, no se conforma con apoyar el negocio familiar, quiere emprender uno propio con el apoyo de la cooperación española: un asadero de pollos. "No hay ninguno en la comunidad y los gallos aquí son muy ricos", justifica su idea. El conocimiento de las artes culinarias, lo tiene, pero le faltan los recursos. "Necesito el horno", apunta. Para evaluar qué requiere cada beneficiaria, el FEPP y Manos Unidas están realizando los estudios pertinentes y así decidir cuál será la dotación económica, los materiales o las herramientas con las que proveerán a cada una.Mónica Medranda, de 35 años (derecha), posa con su hija. Pese a la lluvia y los caminos embarrados, ambas han acudido juntas a la reunión vecinal a la que, casi siempre, acuden solo las mujeres. Por eso, explican, hay una presidenta y una tesorera. Ellas van y ellas se eligen para el gobierno de la comunidad. La mayoría de varones se desentienden de las cuestiones comunes, añaden las presentes. "Yo trabajo en mi casa 'nomás', tengo mi marido, gallinas, chanchos...", dice Medranda. Tiene la vida tranquila, aún con las dificultades propias de la pobreza, que aseguran que tienen los habitantes de esta zona. Sin embargo, lejos de conformarse, madre e hija han hecho cursos de estética. Quieren montar un salón de belleza juntas. "Aquí no hay", apunta Medranda. Si lo consigue abrir, con el de Carmen Ruales, quizá en unos meses haya dos en Pechichal donde las autodeclaradas coquetas podrán ir a hacerse las uñas o cambiar de peinado. Para que así sea, necesitan "lo propio de una peluquería, como secadores".Gertrudiz Garcés quiere abrir un asador de pollos y Elisabeth Piloso, su hija de 28 años, ha visto la oportunidad: "Quiero montar un criadero". No solo planea que su madre le compre los animales para cocinarlos, sino venderlos directamente a otros vecinos. "Aquí se come mucho. Frito, estofado, rebozado...", afirma. El menú sobre la mesa del restaurante de su padre da buena cuenta de ello: sopa de pollo y pollo con arroz. Heredera del espíritu emprendedor de sus progenitores, la joven ya hace cálculos: "Ahora tengo poquitos, como unos diez, pero quiero una caja para empezar". Eso son 100 pollos y supone dar un gran salto cuantitativo en su actividad. Para ello, ya ha previsto que necesitará un sistema para darles de beber con temporizador y comederos. No es mucho, pero el negocio familiar, el restaurante, no da para adquirir todos esos materiales, ni la caja. Por eso, ella es una de las candidatas a recibir ayuda en el marco del proyecto con el que el FEPP y Manos Unidas planean apoyar a 240 familias de esta y otras comunidades.El seísmo del 16 de abril de 2016 causó estragos en esta comunidad en la que los habitantes se alimentan predominantemente de lo que cosechan --maracuyá, cacao, plátano (qué llaman "verde" a secas)-- y crían, sobre todo pollos. Los daños que causó el temblor en esta zona montañosa de la provincia de Manabí, de vegetación frondosa y caminos imposibles, no fueron de la envergadura de los que sufrieron ciudades como Pedernales. Simplemente, porque en los pueblos no se caen edificios. No hay. Pero el latigazo de la tierra fue tan fuerte como para destruir casas y bienes. El FEPP envió ayuda a Pechichal y otros pueblos fuera de los focos de atención: mantas, agua, comida... Pasado un año, sin embargo, las necesidades son otras, como en el caso de Evelyn Intriago, de 25 años. "Mi familia tiene una pequeña tienda de comida. Vendemos lo que preparemos en el día", explica. Las empanadillas de verde, por ejemplo, son muy apreciadas por los lugareños. El terremoto rompió la nevera que tenían sus padres. "Me gustaría conseguir una", declara. Y pronto, porque va a empezar un campeonato de fútbol en la cancha. "Ahí vendemos mucho", zanja.Jefferson Burgos tiene 25 años y, como varón, es minoría en la reunión vecinal. Sin embargo, él también tiene un sueño, un negocio en mente para el que necesitará ayuda. "Quiero dar servicio de mecánica para motos", dice. Este es el transporte estrella en el lugar, más ágil y barato. Además, Burgos ha aprendido a arreglarlas en un taller en el pueblo. En la comunidad de Pechichal, solo él sabe hacerlo. ¿Qué necesita? "Herramientas adecuadas y repuestos", responde. Eso, para empezar. La idea es que cuando su negocio sea rentable, él mismo pueda adquirirlas. Y emplear a sus primos, apostilla. El joven es consciente de que quizá eso tarde en suceder, pues en la parroquia (división político-territorial de menor rango en el país) apenas viven 80 familias y no todas disponen de motocicletas. Pero él desea quedarse y confía en que le irá bien. "No quisiera irme, aquí la gente es muy amigable", manifiesta.Es de las más jóvenes en la reunión. Sin embargo, Victoria Basurto, de 19 años, sabe bien lo que es trabajar. Ya lo hace en el negocio familiar de venta de empanadas. "Las hago con mi mamá. De verde, pollo, camarón de río...", relata. Con timidez, explica el proceso de elaboración del manjar que vende a domicilio a 25 centavos de dólar. "¡Son muy baratas!", anota la presidenta de la comunidad, Carmen Ruales. Para mejorar sus ingresos, Basurto no contempla subir los precios. No le hace falta: tiene su propia vaca, de la que obtiene la leche, y muchos vecinos cultivan verde que le venden a bajo precio. Con ambos ingredientes se hace la masa de las empanadas y, a veces, también el contenido, explica haciendo el gesto de machacar y amasar con las manos. Su estrategia para obtener mayores ganancias es vender más. "Con un quiosco, la gente vendría allí a por ellas", razona. Eso es lo que necesita.Espléndida tiene 24 años y un plan. "Medio sé vender, así que quiero poner una mini tienda de víveres", dice. Sin duda, cuenta con el desparpajo de una buena comerciante. ¿Para vender qué? "Arroz, manteca, aceite, azúcar...", enumera. Todos alimentos de primera necesidad que, a diferencia de lo que ocurre con los animales pequeños y las legumbres, la gente no tiene en casa para autoabastecerse. Pero, como todas, necesita un empujón para que su idea se transforme en una realidad. En su caso, necesita "un quiosquito", un lugar en el que poder abrir su negocio. "Estoy gratamente sorprendido de ver a tantas mujeres con ideas. Mi organización fue fundada por mujeres hace 57 años", comenta Carlos Vicente Alconcé, representante de Manos Unidas en Ecuador, ONG encargada de canalizar la ayuda para que sus destinatarias alcancen su ansiada autonomía económica. "Queremos valernos por nosotras mismas y no depender de un hombre", concluye la charla la líder de Pechichal, Carmen Ruales.