La vida no tan arruinada de los Ruiz-Mateos
Acorralados por la Justicia y embargados sus bienes, los hijos del empresario disimulan sus fuentes de ingresos
No hay límites para el asombro en todo cuanto concierne a quienes llevan el apellido Ruiz-Mateos, convertido en una marca hiperbólica. José María, el prócer de la familia, fue un genio de la propaganda más que un empresario: dotado de un gran carisma, su afán de notoriedad le acompañó desde sus primeros pasos hasta que tornó en escándalo, incluso después de su muerte hace casi dos años. Y ahora que sus descendientes tratan de evitar el ruido y los focos, no lo consiguen. Como si fuera una maldición.
Sobre aquella familia unida, ultracatólica, formada por 13 hijos y 60 nietos (según la última contabilidad conocida), de matrimonios prolíficos con apellidos de alcurnia como si fuera un holding familiar equiparable al empresarial, de hijos emprendedores (6) e hijas reproductoras (7), que para ese fin las destinó el padre, se cierne un horizonte que anuncia malos presagios. El fiscal pide 16 años de cárcel para cada uno de los seis hijos varones (Álvaro, Zoilo, José María, Pablo, Francisco Javier y Alfonso) por la estafa de los pagarés de Nueva Rumasa, que no fue un asunto cualquiera: 4.011 afectados y 289 millones de euros sin devolver. Dos de los hijos, Alfonso y Javier, viven en la prisión de Navalcarnero por un delito fiscal. La hija menor, Begoña, la única divorciada, se querelló con sus hermanos por asuntos tan poco amistosos como la estafa y el blanqueo de capitales, entre otros siete delitos. La primogénita, Socorro, falleció de leucemia el pasado mes de enero.
Y el cuerpo del patriarca fue exhumado hace unas semanas para atender a una demanda de paternidad de Adela Montes de Oca, una mujer de 25 años que sostiene ser su hija, como resultado de cuatro encuentros amorosos que su madre tuvo con José María en Chicago. De aquel padre ejemplar también se sabe que su asistente personal, Marta González, fue su amante: no por ello cotizó a la Seguridad Social como empleada, algo que sucedía con mucha frecuencia en las empresas de Ruiz-Mateos.
Quienes han conocido a fondo la vida y milagros (cómo, teniendo deudas ingentes, aparentar prosperidad exultante y ser premiado anualmente como empresario del año) de Ruiz-Mateos saben de su osadía. Y, también, a lo largo de sus dos aventuras empresariales, Rumasa (556 sociedades, cerca de 60.000 trabajadores) y Nueva Rumasa (117 empresas, 14.000 trabajadores), conocen de su habilidad para desvirtuar el orden de las cosas. De ser el primer magnate de la España posfranquista pasó a ser el gran perseguido por la España socialista, para luego ser el gran resucitado y posteriormente la gran víctima de los bancos depredadores. Ruiz-Mateos siempre supo buscar un culpable en cada ocasión para obtener beneficio. Y nunca conoció la ruina, aunque aparentara haber sido desposeído de su patrimonio.
Ahora son sus hijos quienes le culpan. Nadie habrá pisado tanto los tribunales de justicia en España como el padre: no hay un dato fiable sobre los procesos en los que ha estado implicado. Siempre alardeó de no haber perdido un juicio, aunque hay, al menos, más de 200 sentencias en su contra en el Supremo. Como más de 50 causas persiguen a los hijos en distintos tribunales, hijos cuya estrategia es la de hacer responsable de todo lo sucedido al padre fallecido en 2015. Él tomaba las decisiones; ellos solo firmaban.
Acosados por las demandas, embargados todos los bienes de la familia, los hijos aparentan vivir con modestia y sin deseos de publicidad. Ya no se muestran, ya no hay foto de familia, ya no hay ruedas de prensa ni entrevistas. Cierto es que carecen del carisma del padre. Pero esta actitud tiene truco, como lo tuvieron los imperios del patriarca: desde hace unos años se sospecha de unas cadenas de restaurantes y otros establecimientos como el germen de una especie de Rumasa 3. Naturalmente, con administradores interpuestos y una maraña de sociedades a su alrededor. Es el mismo modus operandi del patriarca.
Ya en su día, Ruiz-Mateos tenía un empleado en Rumasa cuya única dedicación era registrar nombres para empresas, que se iban fundando incansablemente hasta crear una red tan tupida que dificultase cualquier acción investigadora. Ruiz-Mateos fue, además, un adelantado a su tiempo: el origen de la red desaparecía en lejanos paraísos fiscales. El secreto de Rumasa y de Nueva Rumasa sigue sin aclararse: ¿cuánto dinero se fugó al exterior?
A pesar de los embargos y la cuantiosa fianza (496 millones) que les impone un juez, ninguno de los descendientes ha tenido necesidad de buscarse un trabajo remunerado, de ingresar en el paro, de comprarse un coche de segunda mano o vivir alquilado. No se conoce que tengan dificultades para llegar a final de mes. Sin embargo, la madre, Teresa Rivero, fue rotunda en una de sus escasas manifestaciones de los últimos meses: “Estamos arruinados”, dijo, “vivimos gracias a la fe”. Una fe que mueve cuentas corrientes.
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