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Más allá del gusto estético

Tacones que no pisan asfalto

Altocalcifilia: Sexo entaconado

Zapatos imposibles de lucir en la calle, perfectos fetiches en la cama. Los zapatos de tacón forman parte de nuestro repertorio sexual más habitual.

El gesto es sencillo y rápido. Llegas a la cama prácticamente sin ropa, te comen la boca mientras con ambas manos te exploran hasta el último rincón de tu anatomía. La lengua del que va a empotrarte va por libre y está claro que va a partirte en dos si hace falta. Tú, en apenas tres segundos, encuentras los zapatos con el tacón más alto de todos los que tienes. La ocasión los merece. Y en décimas de segundos los ves frente a ti, sobre los hombros de tu amante mientras quien proceda cumple con creces tus expectativas. Sexo oral incluido. Y del rico. La magia está en que el que se excita viendo esos taconazos en las sábanas no los pierda de vista. Sea el que sea. Con suerte sois ambos. Qué polvo más rico, entonces... Los tacones son uno de los fetiches más potentes y hay quien no los perdona por muy esporádico que sea el polvo.

Alguna es capaz de llevarlos en el bolso si sale con la más firme intención de triunfar esa noche. Y alguno se hace doscientos kilómetros si se le antoja follarte con los verdes del lazo y, qué putada, el calentón le pilló en el pueblo.

El fetiche es el objeto que se pondera en los actos sexuales. "Eso" que te pone a mil en cuanto aparece en tu campo de visión. Para la RAE tiene un componente primitivo, lo que no especifica es si eso lo convierte en menos sofisticado. Quiero creer que los señores de la RAE también contemplan la posibilidad de que solo su bendita presencia acelera el pulso, excita y en el caso de unos zapatos de tacón, consiguen que sigas con la mirada los pasos de una mujer sin percatarte siquiera si está buena. A ella no la ves. Solo ves sus zapatos. La altocalcifilia, que es la denominación técnica del fetiche que hoy nos atañe, afecta lo mismo a hombres que a mujeres. Y aunque a más de uno (y de una) podría explotarle la cabeza solo de pensarlo, a muchas nos excitan las mismas cosas que a los hombres sin que por eso dejemos de ser ni siquiera feministas. Lo juro. Si esos tacones nos excitan al verlos en otras personas se denomina rectifismo, pero en ambos casos de excitación (propia o ajena) hablamos de altocalcifilia.

El cine lleva alimentándonos desde sus orígenes. El legendario cartel de Juan Gatti paraTacones Lejanos (1991) de Pedro Almodóvar es solo una ínfima demostración de cuánta testosterona provocan un buen par de tacones. Andar con ellos es difícil y hasta arriesgado. El culo se sale de la curvatura natural de la espalda y hay quien sostiene que ese sinuoso perfil entaconado recuerda al gesto que hacemos las mujeres al llegar al orgasmo. Los tacones obligan a que las caderas cimbren.  Con esos vaivenes de curvas hemos disfrutado al verlas en la pantalla. Ellas se convertían a cada paso en ELLAS, con letras mayúsculas y luces de neón. Hasta Marilyn Monroe llevaba tacones en la mítica escena de La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955) y sin ellos, sus piernas nunca nos habrían parecido tan magníficas.

¿Alguien podría imaginarse a Marilyn Monroe en esta película sin sus taconazos?

Sufrirlos a pie de calle es otra cosa. Primero son los juanetes, después el arco del pie para claudicar en cuanto nos destrozamos las caderas de los malos pasos viciados. Por eso hay quien prefiere coleccionar zapatos de tacón que no pisen asfalto pero que reventarán sábanas. Una detrás de otra. Ningún fetichismo se considera enfermedad mental hasta que no se nos va de las manos. Es decir, hasta que no afecta a nuestra vida personal impidiéndonos tener relaciones sexuales si no está presente. Se considera parafilia cuando aparece sistemáticamente la necesidad de incluirlo, pero también las parafilias son tan cambiantes dependiendo del momento en el que nos toque clasificarlas, que los propios psiquiatras se cuidan muy mucho de catalogarlas más allá de informar de su existencia. Espelúznense: hubo un tiempo en el que se consideraban parafilia las felaciones.

Afortunadamente recularon en su estigmatización.

Las tiendas de objetos sexuales cada vez introducen más tacones en sus catálogos y en la pornografía es prácticamente imposible encontrar escenas en las que las mujeres no lleven zapatos de más de nueve centímetros. Lo mismo que sobre el escenario. Desde Lady Gaga hasta Beyoncé pasando por Madonna han sucumbido al poder de atracción que ejercen sobre la humanidad. Como será que en 2014 tres bailarines franceses revolucionaron el británico Got Talent con una actuación que dejó sin habla al jurado y que dos años después lleva más de 28 millones de reproducciones en Youtube. ¿Su secreto? Los botines que calzaban.

Tres bailarines franceses revolucionaron Got Talent británico sobre tacones de once centímetros.

Los tacones dan literatura. Es más que probable que quien sucumbiera a la lectura de La filosofía en el tocador del Marqués de Sade difícilmente podrá ponerse a cuatro patas sin sus tacones que no pisan asfalto.

Y quien empotra suele embestir aferrado a ellos. ¡Slurp!

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