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Cada nueva generación tiene una misión implícita: despreciar el modo de vida de la siguiente. Este ciclo funciona como un bucle eterno, y seguro que en el paleolítico la gente se quejaba de que "ya no se hacen pinturas rupestres como las de antes". Muchos adultos actuales se enorgullecen de haber crecido sin internet, como si eso no fuese algo circunstancial, y miran mal a esos padres que dejan a sus hijos jugar con la tablet. Se olvidan de que, cuando ellos eran pequeños, la generación anterior les criticaba por ver demasiada televisión. El ser humano parece destinado a vivir con la certeza de que su generación es la última que creció en un ambiente sano e inofensivo. El cine pone de manifiesto esta infatuación nostálgica constantemente. Todo el mundo cree que las películas que veía de pequeño son las mejores películas infantiles con las que un niño puede crecer, y se queja de que ya no se hacen películas como las de antes. ¿Pero acaso aquellas películas eran adecuadas para los niños? Durante los primeros años 90, el cine de Hollywood se propuso reconquistar a los adolescentes, y para ello apostó por historias luminosas, imaginativas y originales que a menudo albergaban un nada disimulado reverso trágico. Una oscuridad que los chavales apenas llegábamos a procesar, pero que traumatizó a una generación entera de (hasta entonces) inocentes espectadores. Ese "cine de antes" rebosaba violencia lúdica, connotaciones sexuales, palabrotas, malos tratos y niños en constante peligro de muerte y, disfrazado de piñata festiva, escondía relatos terroríficos. Y nosotros somos, para bien o para mal, el resultado de esa educación. Aquellas películas nos trataban como adultos sin que nos diéramos cuenta, y cada vez que las veíamos nos hacíamos un poco más mayores. Las hay mejores, y sin duda las hay peores, pero estas son las nuestras.
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Películas familiares que se olvidaron de que había niños en la sala

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