4 fotosCinco libros de esta semanaLa comedia de José María Guelbenzu o la poesía de Rafael Espejo, esta semana en Babelia 05 feb 2016 - 11:42CETWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceSherlock Holmes nació porque un médico escocés de cabecera, que no ganaba casi ni para encender el gas, tenía la consulta siempre vacía. Aquel doctor se llamaba Arthur Conan Doyle y había encontrado un modelo para su detective en uno de sus profesores de la Facultad, Joseph Bell. Pocos personajes han tenido un impacto tan tremendo en la sociedad que les vio nacer como Holmes y pocos han logrado prolongar su sombra de forma tan profunda sobre el futuro. De hecho, cuando su autor, que quería seguir otros caminos literarios, tuvo la peregrina idea de matarlo en las cataratas de Reichenbach, no le quedó más remedio que resucitarlo al poco tiempo ante la furia de sus lectores. El propio Conan Doyle escribe en un artículo recuperado ahora dentro del volumen que recoge sus textos de no ficción, Mis libros. Ensayos sobre lectura y escritura: “Que Sherlock Holmes es para mucha gente cualquier cosa menos un personaje de ficción lo demuestran todas las cartas que he recibido dirigidas a él y en las que formulan peticiones”. Un banco situado en la famosa dirección de 221B Baker Street, que no existía en la época en que fue creado el personaje porque la calle era más corta, tuvo que contratar a alguien para responder todas las misivas dirigidas al detective. Por GUILLERMO ALTARESFernando Iwasaki siempre ha estado muy atento a los brillos y rugosidades de la lengua española, a cuyo estudio ha aportado su formación como historiador y filólogo y además su doble condición de peruano (con ascendencia japonesa) y español (reside en Sevilla, donde ha vivido casi 20 de sus 56 años). Todos esos rasgos personales se vuelcan ahora en el libro Las palabras primas, publicado por Páginas de Espuma y que fue galardonado con el IX Premio Málaga de Ensayo José María González Ruiz. Por ÁLEX GRIJELMOA Horacio Castellanos Moya no le favorecen las etiquetas que, siendo características de su obra narrativa, han pasado a querer significarla toda. Es injusto encasillarla en una supuesta literatura de la violencia, como suele hacerse, junto al novelista guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Bien es cierto que las largas y sangrientas guerras civiles centroamericanas son la matriz fundamental de ambas trayectorias; que, citando un artículo del propio Castellanos Moya, “la realidad rebasó una vez más nuestro potencial de ficción”, nuestras obras literarias “palidecen ante los hechos cotidianos” que consigna cualquier diario. Pero no es menos cierto que esta humildad frente a la realidad esconde la clave por la que ambos autores, reinventando la literatura centroamericana, se han convertido en puntas de lanza de la narrativa reciente en español. La incorporación de lo “real”, bien a través del documento dentro de la narración literaria o bien del “principio de realidad” dentro de la paranoia de sus personajes, es uno de los mayores logros de Horacio Castellanos Moya en obras fundamentales como El asco: Thomas Bernhard en San Salvador (1997) o Insensatez (2004). Castellanos Moya es un maestro de los “aterrorizados” y su relación febril con los hechos, desfasada y clarividente a la vez (no es gratuito acordarse de Dostoievski). Leerlo es adentrarse en un mundo de vasos comunicantes y personajes familiares, un El Salvador que no requiere transmutarse en territorio de ficción porque es, a un tiempo, cruelmente real y un poderoso artefacto mítico: un mundo dentro del mundo de las ficciones, incluyendo los alucinados puntos de vista de sus narradores. ¿Qué añade Moronga al resto de su obra? Por ambición y perfección, Moronga (que significa morcilla, con sus correspondientes connotaciones sexuales) es una suma narrativa y una de sus mejores novelas. Por CARLOS PARDOSerá presente lo que ya es pasado se ofrece a la vez como una antología temática y como un recorrido temporal que permite constatar la evolución biológica de una obra y la congruencia orgánica de un universo creativo. Las seis secciones en las que se divide el libro muestran el tránsito desde la “verbosidad experimental” hasta la “reformulación del símbolo”, como indica Consuelo Triviño en el prólogo. En concreto, los principales núcleos semánticos en torno a los que gira la poesía de Jorge Urrutia son la escritura y el viaje, o más bien la concepción de la escritura como viaje. Si los primeros títulos del autor, publicados a finales de los sesenta, no renuncian a ciertas marcas de taller de época, como la escenografía culturalista o la referencialidad pop (“Escuchar a Tom Jones / y rizarnos el pelo en bucles acortados / al decir con Bob Dylan: on the road again”), poco a poco se irá instalando en los versos un poso de desencanto irónico. Prueba de ello son los ejemplos de poesía cívica compuestos en los años setenta, en los que no faltan la meditación sobre la circularidad de la historia, la crítica a las revoluciones fulminantes del sesentayochismo, el homenaje al “líquido canto” de Paco Ibáñez o las impurezas intertextuales que le tuercen el cuello al estructuralismo barthesiano (El grado fiero de la escritura, 1977). Con todo, el mayor logro de Urrutia consiste en la proyección desdoblada de un pasajero-poeta que retrata el mundo y se autorretrata en él, y que descubre el reverso mágico de la rutina bajo los “ritos y reflexiones” de cada día. Desde mediados de los ochenta hasta la actualidad asistimos a la construcción de un sujeto náufrago que busca la compañía confidente del mar y que se presenta como un Ulises de vuelta de todo. Los asombros cosmovisionarios de los poemas últimos, algunos de ellos inéditos, reflejan una intemperie existencial que solo se redime mediante el “sencillo gesto” de emborronar la página en blanco. Esta pertinente antología demuestra que Urrutia forma parte de ese selecto club de autores que han sabido combinar la retórica efervescente del 68 con la destilación de un sereno escepticismo. Por LUIS BAGUÉ QUÍLEZ