Historias de Kazajistán (III): las Montañas Celestiales
Una leyenda kazaja dice que cuando Dios creó el mundo en Kazajistán solo puso estepas. Los kazajos se quejaron y entonces Dios rebuscó en el fondo del saco y encontró aún unas cuantas maravillas naturales que espolvoreo sobre la estepa. Una de ellas son las Thian Shan, las Montañas Celestiales.
De momento lo que más me está gustando de lo que llevo visto en Kazajistán es esta gigantesca cordillera nevada al sur del país, que hace frontera con Kirguistán y con China. Las Tian Shan, una estribación del Himalaya, se elevan por encima de los 7.000 metros y el blanco de sus glaciares y nieves perpetuas parece aún más inmaculado por el contraste con el marrón eterno de las estepas que las circundan.
Las Tian Shan son el decorado espectacular que acompaña -allá en la lejanía- a todo viaje por el sur del país. El mismo paisaje que veían las caravanas de la Ruta de la Seda. Vista desde la monótona planicie por la que avanza la carretera que va de Almaty hacia el este, hacia Kegen y la frontera con Kirguistán, es como si de repente la aburrida llanura estallara y se abombara con la facilidad del papel de estraza.
En la región de Almaty las Tian Shan ofrecen muchas zonas de trekking y observación de la naturaleza. Las rutas más próximas a la ciudad parten de la estación de esquí de Chimbulak (de la que hablaba en el primer post de esta serie), a la que se puede acceder en un teleférico que te deja a 3.160 metros de altitud. Desde allí se pueden hacer trekkings de uno o varios días por el valle Malaya Almatinka.
Paralelo a éste por el oeste está el valle de Bolshaya Almatinka. Aquí se puede remontar el valle en vehículo hasta una central hidroeléctrica desde la que empieza el trekking hasta el lago Bolshoe Almatinskoe (unas 5 horas).
Yo opté por ir en coche hasta los lagos de Koslay, un parque nacional a cinco horas (340 km) al este de Almaty. Son tres lagos glaciares que se despliegan entre 1.800 y 3.000 metros de altitud, encajados entre laderas tremendas donde crecen bosques de abetos azules, cuya madera es de una dureza legendaria. En cambio más abajo, en el valle y en torno a la orilla de los lagos, los que abundan son los abedules, fáciles de reconocer estos días por el intenso amarillo otoñal que llevan como vestuario.
El lugar sobrecoge por la fuerza de una naturaleza salvaje sin contemplaciones. Los inviernos son aquí capaces de matar a cualquier cosa que no esté adaptada. Hay osos, leopardos de las nieves y lobos, grandes manadas de lobos que campan a sus anchas. A finales de febrero, cuando ya no encuentran comida en el bosque, los lobos no dudan en bajar hasta las aldeas en busca de ganado o de algún incauto aldeano que se haya quedado a la intemperie en medio de la noche por culpa de dos copas de más.
Los lobos son venerados y temidos en la región y el gobierno paga 50 dólares a los cazadores por cada uno que maten.
En torno al primero de los lagos Kolsay, al que se llega en coche, existen varios albergues de montaña. En el que yo dormí se llama Zhibek Zholy; es sencillo, limpio y acogedor, con habitaciones cuádruples y agua caliente. Muy recomendable.
A 11 kilómetros al este aparece otro lago también muy escenográfico: Kaindy, el lago de los abetos. Durante el terremoto de 1911, que destrozó buena parte de la ciudad de Almaty, las laderas de este valle cedieron y represaron el agua del arroyo, que terminó formando un lago. Los abetos que había cerca del cauce quedaron anegados y murieron. Hoy su tronco blanquecino sobresale de las extrañas aguas azules del lago Kaindy como un código de barras siniestro.
En fin, que si te gusta el senderismo, en la vertiente norte de las Tian Shan, es decir, en la parte kazaja de esta cordillera, tienes un montón de rutas esperándote.
También te puede interesar:
Historias de Kazajistán (II): el cañón Sharyn
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.