Anjelica encuentra su sitio
La actriz y modelo repasa su vida en 'Mírame bien', que acaba de salir en castellano. Una existencia rodeada de grandes del cine: John Huston y Jack Nicholson
Formar parte de la primera saga de Hollywood con tres generaciones seguidas de oscarizados tiene que pesar lo suyo. Sin embargo, Anjelica Huston soporta esa responsabilidad con una elegancia y sencillez envidiables. Las mismas cualidades de las que se ha servido para escribir sus memorias, una empresa que le ha llevado más de tres años y cuya primera parte se ha publicado esta semana en castellano. Mírame bien (Lumen) relata a través de casi 700 páginas su infancia en la casa familiar de St. Clerans, en Irlanda, rodeada de mitos del cine universal como Marlon Brando o Peter O’Toole; su rebelde adolescencia; su catastrófico estreno como actriz bajo las órdenes de su padre, el gran John Huston, en Paseo por el amor y la muerte (1969); el fallecimiento de su madre, la bailarina Enrica Soma, en un accidente de tráfico; sus primeros años de modelo en Nueva York, sus amores… La actriz y directora ha buceado en su pasado sin ayuda de un escritor en la sombra, lo ha hecho ella misma y a mano, apoyándose en cartas, diarios, recuerdos de sus amigos y, sobre todo, en su portentosa memoria.
“Tú tienes que ser responsable no solo de tu propia vida, sino también de las palabras que eliges para contarla. Un negro tiene que intentar meterse en tu piel, imaginar cómo te sientes para poder contarlo, y pensé que eso nunca funcionaría”, explica Anjelica Huston (Los Ángeles, Estados Unidos, 1951) por teléfono desde su casa cerca de Malibú, en la escarpada costa del Pacífico, a la que se mudó tras la muerte de su esposo, el escultor Robert Graham, en 2008. Además de ser tozuda e inteligente como su padre, ha heredado del director de La reina de África —película que John Huston estaba rodando cuando ella nació— una fina ironía que exhibe también en sus escritos.
Pregunta. Lo primero que sorprende de sus memorias es la profusión de nombres, fechas y lugares que despliega. ¿Cómo puede usted acordarse de tantos detalles?
Respuesta. Cuando era niña tuve una infancia muy simple, en el campo. No estaba expuesta a las influencias de la ciudad, a la televisión. Claro que también me he apoyado en mis notas, siempre lo he guardado todo, mis diarios y las cartas de mis padres. Nunca tiro nada y he sido muy fiel a todos esos escritos.
P. ¿Le ha costado más escribir que actuar?
R. En parte es lo mismo, ambos son trabajos de creación. Cuando actúas te metes dentro del personaje y al escribir estás reviviendo esas situaciones, es casi como representarlas. No puedo decir qué me gusta más, son experiencias distintas.
P. Usted narra experiencias dolorosas, como la pelea que tuvo con su padre cuando, con 14 años, bailó “meneando las cachas” en una fiesta y él se lo recriminó; su intento de suicidio cuando salía con el fotógrafo Bob Richardson, o el trágico accidente de su madre, que falleció a los 39 años. ¿Le ha costado sincerarse?
R. Si la experiencia que estás narrando fue algo que te produjo dolor, tiene que doler escribir sobre ella, porque tienes que ser capaz de volver allí y experimentar otra vez esos sentimientos. Si no lo haces de verdad, no merece la pena. Una copa de vino, de vez en cuando, te ayuda.
Recuerda la niña que hizo de todo para conquistar el corazón de su “casi siempre ausente” padre. La pequeña Anjelica no dudaba en volver a montar su pony, aún maltrecha por la caída, cuando su padre le decía: “¡No me digas que has perdido el coraje!”. El amor a los caballos es una constante en la existencia de Anjelica Huston, quien se resarció de las malas críticas que recibió tras su debut en Paseo por el amor y la muerte cuando en 1985 obtuvo el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por su papel en El honor de los Prizzi, película que la consagró junto a dos de los hombres más importantes de su vida: John Huston y Jack Nicholson, con quien mantuvo una tempestuosa relación durante 17 años. Esa estatuilla convirtió a los Huston en el primer clan con tres generaciones de premiados. Antes habían sido galardonados el abuelo Walter por mejor actor (El tesoro de Sierra Madre, 1948) y el padre, John, por mejor director y mejor guion adaptado en la misma cinta. La proeza la repitieron después los Coppola.
P. ¿Sigue usted montando a caballo?
R. Sí, pero no todos los días, porque están en una finca a más de tres horas de casa. Tengo cinco caballos y, aunque algunos están muy viejos, monto a un par de ellos de vez en cuando. Me encantan los animales salvajes, creo que me gustan todos salvo los cocodrilos y las serpientes, porque no muestran sus sentimientos.
P. La casa de su infancia en St. Clerans, en el condado de Galway, debía de ser un auténtico museo con antigüedades de todo el mundo y obras de Monet, Toulouse-Lautrec… ¿Qué ha ocurrido con esos tesoros? ¿Conserva usted algo?
R. Mi padre vendió la finca a mediados de los setenta con casi todo lo que tenía. Antes nos preguntó a sus hijos si queríamos conservar algo. Yo elegí una pequeña escultura de Rodin, el bronce de una familia que teníamos en el salón. Y es gracioso porque últimamente me han dicho que puede ser falsa. Creo que me la llevaré al Museo Rodin de París alguna vez para que la vean; pero incluso si no fuese auténtica me la quedaría, porque el sentimiento que representa para mí sí lo es. De mi madre también conservo muchas joyas, sus trajes de ballet y fotos.
P. Tanto en su filmografía, con su icónica encarnación de Morticia Adams, como en su vida parece que se siente más atraída por el lado oscuro…
R. Todas las niñas queremos ser princesas, pero a mí me tocó representar el otro lado, me resultaba más fácil. Toda bruja es una princesa frustrada.
P. ¿Fue ese lado oscuro el que le llevó hasta las fotografías del torero Manolete como describe en sus memorias?
R. Era una imagen muy poderosa, yo estaba fascinada por la idea de un hombre que se ponía frente a un toro y estaba dispuesto a morir. Siempre me fascinó la idea de la muerte, y recuerdo muy claramente esas dramáticas fotografías que mi padre tenía en el baño.
P. ¿Ha visto alguna corrida de toros?
R. La primera fue en Barcelona y salí corriendo a los 10 minutos; después asistí a otra en Madrid y tampoco me gustó, pero me quedé porque a Robert [con quien estuvo casada de 1992 hasta su fallecimiento en 2008] le gustaba mucho. Además, hace unos 10 años asistí a otra en México DF. El Palacio de Bellas Artes le había organizado una exposición a mi marido y parte de la fiesta era una capea con un pequeño toro. Después de varios tequilas me animé y dije: “Yo lo hago”, y salí al ruedo con un capote, pero el toro estaba más interesado en mis pantalones rojos y tuve que salir corriendo y esconderme tras el burladero.
P. Al escribir sobre su vida ha podido revivir aciertos y errores. ¿Cambiaría algo si pudiese?
R. Creo que no, probablemente volvería a hacerlo todo otra vez. Quizá sería un poco más cauta; pero en cuestiones del corazón, uno se siente atraído siempre por el mismo tipo de persona, y eso no lo puedes controlar. Supongo que si volviese a encontrarme con Ryan [O’Neal] y con Jack [Nicholson], sentiría por ellos lo mismo que la primera vez. Pienso que la única diferencia sería que tardaría menos tiempo en tomar ciertas decisiones.
P. Tiene usted una vida de película. ¿Le gustaría verla en la gran pantalla?
R. Hace dos años, al poco de salir el libro en Estados Unidos, una persona vino a verme para planteármelo, pero no adelantaré nada porque soy muy supersticiosa. La productora ya tiene un escritor que está trabajando en el guion y, hasta ahora, me han gustado mucho sus propuestas, aunque de momento solo son eso, propuestas.
La modelo que revolucionó Londres en los locos años setenta, la actriz que conquistó Hollywood una década después descubre su lado más vulnerable en Mírame bien, una ventana al corazón de un niña que siempre ha buscado la aprobación de los demás y que, por fin, ha encontrado la más importante: la de Anjelica Huston.
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