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Sobre sus hombros pesa la carga del sustento familiar. Ellos, que no han superado la edad legal para trabajar, son los encargados de mantener económicamente a sus familias. O, al menos, contribuir a pagar el alquiler de un chamizo de hojalata en un slum. Son casi ocho millones de niños y niñas de Bangladesh, trabajadores en basureros, factorías de calzado, cacharros o sirvientas a quienes la pobreza les ha arrebatado la infancia. Su drama no es número o una estadística. Es muy real, tanto como sus vidas.<p>Emon Hawlader tiene 13 años y desde hace dos años y medio es mecánico. Repara coches y camiones averiados bajo la supervisión feroz de su jefe: Md. Ziaur Rahman. "Me siento bien de tener este empleo y aprender porque así en el futuro seré mejor y ayudaré más a mi familia", dice el crío sentado en la única cama en su casa de apenas nueve metros cuadrados que comparte con sus padres y tres hermanas. A veces, Emon le dice a su profesora en la escuela de la ONG Educo a la que asiste que no quiere continuar trabajando. "Lo deja un tiempo, pero siempre vuelve porque le hace falta el dinero", detalla la maestra. "Mi jefe no se porta bien conmigo, pero veo los problemas económicos en casa...", explica el niño en un tono de voz decadente para no terminar la frase.</p> Artículo publicado en colaboración con la UN Foundation.
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Los ocho de ocho millones

Dicen que no tienen otra salida que trabajar para ayudar a las paupérrimas economías familiares. Son los niños trabajadores de Bangladesh

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