Hola
Las vacaciones, como quizás recuerden los de izquierdas mayores de 50 años, son un invento inglés del siglo XIX
Como dice el dicho: “Partir es morir un poco”. A lo que un ingenioso francés añadió: “Y morir es partir un poco demasiado”. Hace un mes partimos como galgos. Ahora volvemos, que es morir en serio porque nos espera lo eterno. En este mes nada se ha remediado. El dinosaurio con barretina seguía allí y también la monja de las llagas, la concejala que orina, el pequeño Nicolás, en fin, Celtiberia.
Las vacaciones, como quizás recuerden los de izquierdas mayores de 50 años, son un invento inglés del siglo XIX, cuando eran necesarias. A nadie antes se le había ocurrido que hubiera que interrumpir el trabajo para viajar a lugares en donde no se nos ha perdido nada. Los japoneses, por ejemplo, siguen sin entender esto de las vacaciones y se quedan de un aire cuando comprueban que en España el mes de agosto es un agujero negro, 30 días en los que el país se muda en un gigantesco camping con chiringuito y bar de copas. Lo que no saben es que no sólo agosto sino también julio y septiembre son así de raros.
Las vacaciones se habrían prohibido hace ya mucho tiempo por ser algo infecundo, desatinado y fatigoso, de no ser que de pronto se convirtieron en la única entrada de dinero contante y sonante que caía en caja. El resto del año la gente se mata a trabajar pero sólo produce unos céntimos. El dinero verdadero entra a paletadas en cuanto dejamos de trabajar. Este es un país difícil de analizar.
El caso es que ya hemos vuelto. Nos hemos encontrado en casa con nosotros mismos agitando una banderita. Nos hemos dicho que ha sido fabuloso, homérico. Y ahora ya podemos entretenernos de nuevo con nuestra muy agradable compañía, si ustedes me lo permiten…
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