7 fotos8 libros de esta semana en BabeliaLa intimidad de Nabokov en sus cartas, la vida de Bolívar, el último premio Loewe de poesía... los libros destacados en BabeliaBabelia06 jul 2015 - 15:54CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceDenis Johnson, autor estadounidense, nacido accidentalmente en Múnich en 1949, llega, por fortuna, periódicamente a nuestras librerías. Autor de culto, se nos presenta siempre con la mitología pertinente y la ristra de ajos de los Hawthorne, Melville, O’Connor colgada al cuello. En esas circunstancias, ¿qué demonios puede hacer un crítico con la corona de laurel o la estaca de madera? ¿Con respecto a qué baremos se puede juzgar o comparar un autor como Johnson? ¿Con respecto a su propia obra, con entregas como Hijo de Jesús oÁrbol de humo? ¿Con la del resto de novedades? Johnson es un trozo de escritor que hace deslizar desde lo alto de su aislamiento su Sueño de trenes para que dé la buena nueva al mundo. Y aquí la esperamos. Todas las veces que quiera. Por CARLOS ZANÓNRANDOM HOUSEEnviar Imprimir Guardar El Bolívar de William Ospina “vivía ebrio de sueños napoleónicos” y “formó parte de una procesión de iluminados”. En ese tiempo, fin del XVIII, eran varios los individuos que aspiraban a convertirse en “Bolívar”. El rico hacendado de la capitanía general de Caracas eliminó a todos los competidores porque “la fuerza de las circunstancias”, como decía De Gaulle, le fue favorable, lo que no niega méritos de tenacidad, noble fanatismo y, sobre todo, convicción absoluta de que la posteridad se lo agradecería. Este Bolívar no es, en ese sentido, diferente del pergeñado por otros autores. El escritor colombiano asume el mantra de que la invasión napoleónica fue la espoleta que llevó a la explosión de las independencias, cuestión sobre la que los historiadores han escrito mucho. Y ocurre que las Cortes de Cádiz tuvieron mucho que ver, como posibilidad frustrada, de que no hubiera tanta prisa por desligarse de la Monarquía española. Por MIGUEL ÁNGEL BASTENIERDEBATEEl 15-M nació un día de mayo de 2011 con la manifestación de los primeros indignados por la gestión política de la crisis de 2008. La novela del israelí Nir Baram (1976) es un relato internacional que nos devuelve al ambiente de aquellas protestas y al tiempo de la burbuja que lo precedió. Para ello, el autor ha novelado las vidas de tres grupos de personas en otros tantos lugares del planeta, alternando tres técnicas narrativas diferentes. Por FERNANDO CASTANEDOALFAGUARAEl último Premio Loewe ha consagrado a un poeta ya consagrado: el chileno Óscar Hahn (1938), uno de los nombres indispensables en la lírica latinoamericana del último medio siglo. Si En un abrir y cerrar de ojos conectaba un episodio de ceguera transitoria con la noche oscura de Borges, Los espejos comunicantes se pone bajo la advocación del otro símbolo borgiano por excelencia: el espejo, que aquí multiplica sus reflejos y distorsiones en una infinita mise en abyme. El itinerario por las aristas de la imagen funciona como hilo conductor de un libro desigual, al que perjudica su excesiva disparidad tonal, pero en el que asoma a ráfagas el talento de un autor capaz de deslumbrarnos con una metáfora o de proyectar una áspera alegoría sobre la pantalla global. Por LUIS BAGUÉ QUÍLEZVISOR“El día 18 de enero de 1973, en el hospital de El Pino en Las Palmas de Gran Canaria, nacieron dos gemelas que fueron introducidas en incubadoras en el nido, donde ya había otra niña. Al alta, una de las mellizas se le entregó a la madre que había dado a luz a la otra recién nacida, y su hija se unió a la otra melliza. Y así vivieron durante 28 años, hasta que por casualidad una dependienta en una tienda local, cuando vio entrar a la otra melliza, que no la saludó, no salió de su asombro. Propició una entrevista entre las dos, descubriéndose el cambiazo”. Se trata solo de uno de los infinitos casos que documenta el doctor Antonio Garrido-Lestache en su monumental La identidad del ser humano. Errores, falsificaciones y garantías de identificación a lo largo de la historia. Pediatra vocacional, este médico humanista se autoimpuso la tarea de evitar los intercambios de recién nacidos en los hospitales. Por AMELIA CASTILLAMEMORALIASi mientras leía este libro, por ejemplo en un café, se me hubiese acercado un conocido bastante respetuoso con la cultura, pero no excesivamente implicado en ella, queriendo saber de qué iba lo que leía, me habría visto obligado a hacerle una descripción que casi con toda seguridad le habría quitado las ganas de comprarlo. Pues no tendría más remedio que decirle que el autor fue un poeta francés nacido en 1876 cuyos versos, hoy como entonces, gozan de un merecido aprecio, pero que no vende (ni pinta) mucho. Debería añadir que Léon-Paul Fargue, el autor, estuvo metido en la mayor parte de las movidas literarias y artísticas más importantes de la primera mitad del siglo XX con la excepción del surrealismo, pues si empezó tratándose mucho con sus principales estrellas, A. Breton, L. Aragon y P. Soupault, al final se las tuvo tiesas con todos ellos. Fruto de su omnipresencia en la vida parisiense es la impresionante lista de nombres que surgen a lo largo de su vida, pues si tuvo como profesores a Mallarmé y Bergson, más tarde iría firmando alianzas y fundando revistas con gente como Jarry, Levet, Larbaud, Ravel, Satie, M. Schwob, P. Valéry, Maurice Barrès o Valery Larbaud, rematando (con perdón) su ciclo de amistades con Pablo Picasso, pues prácticamente murió en sus brazos en 1943 cuando, estando con él en un bistró, sufrió un derrame cerebral del que no se repuso, muriendo en 1947. Por JAVIER FERNÁNDEZ DE CASTROANAGRAMALa literatura de Justo Navarro se asienta sobre superficies opacas. Su filosofía compositiva adquiere su sentido crucial en esa manera de mirar la vida, hombres y mujeres, hijos y padres en busca de una explicación definitiva para entender lo ininteligible. Los argumentos novelescos de Navarro no funcionan paralelos a la trama. Los argumentos son la trama. Navarro hasta ahora nunca había escrito una novela de género policiaco, pero sus leyes estaban en todas sus novelas anteriores. Tangenciales. Estaban en la configuración de las atmósferas, en esa indefinición de los personajes que tan bien cuadran en las aún más indefinidas historias que arrastran, desde sus pasados hasta sus presentes. Sus novelas encarnan lo novelesco, lo indagatorio, el enigma familiar, el pasado sospechoso, el presente a veces indecible. Y algo muy importante, el tiempo en sus novelas, como sucede ahora en su nueva obra, es como la presencia fundida de varios tiempos simultáneos (“El tiempo para mí es una visión”, afirmó un día). Ahora ha dado el paso. Las reglas del género policiaco son las que son. Se puede disimular su rigidez, relativizar su suspense, incluso hacer que una escritura tan singular como la de Navarro nos haga olvidar por momentos que estamos en un género, pero al final debe haber un crimen (o varios) y un culpable. Por J. ERNESTO AYALA-DIPANAGRAMA