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En una de las cartas que escribió en noviembre de 1887, cuando estaba instalado en Niza, Friedrich ­Nietzsche confiesa que está cerrando una época. Lleva 10 años enfermo, tuvo que dejar su cátedra en Basilea en 1879, quiere darle carpetazo a todo lo que ha sido hasta entonces. Unos meses más tarde llega a Turín, tras un viaje accidentado en el que se confunde de tren. La ciudad lo seduce desde el principio: “¡Y dónde habrá un adoquinado semejante! ¡Un paraíso para los pies, incluso para los ojos!…”, cuenta entusiasmado. En octubre, cuando le toca cumplir 44 años, decide sumergirse en su autobiografía, Ecce homo, que escribe en pocas semanas. A comienzos de enero del año siguiente se abalanzó al cuello de un caballo al que estaba maltratando su cochero para abrazarlo. Fue el inicio de su locura, el fin. PINCHA BAJO ESTAS LÍNEAS PARA LEER LA CRÍTICA COMPLETA
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