9 fotosDiez libros de esta semana en BabeliaEl último libro de Naomi Klein y las reflexiones de Enzensberger, la vuelta de Lorenzo Silva, muy esperada Marilynne Robinson... Todas las críticasBabelia21 may 2015 - 21:40CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceDe todos los libros de Lorenzo Silva (Madrid, 1966), incluyendo sus relatos y los dedicados al género policiaco, siempre mostré predilección por 'La flaqueza del bolchevique', finalista del Premio Nadal de 1997. Esa 'nouvelle' lleva un título que halla su explicación en el interior de su argumento. Una minihistoria que merecería ella sola otra novela, escrita por el propio Silva. ¿Por qué me refiero a 'La flaqueza del bolchevique', cuando ahora tengo que escribir sobre su nueva novela, 'Música para feos'? Porque, a mi modesto entender, esta es su réplica a la anterior. Dos historias de amor, aunque muy distintas entre sí, casi antagónicas. Si en 'La flaqueza del bolchevique' el narrador era un hombre, en 'Música para feos' es una mujer. Si en la primera el cinismo y su posterior sentido de la culpa eran sus sostenes morales, en la segunda priman la entrega amorosa simétrica, la felicidad inesperada.DESTINO“Toda revolución sólo deja tras de sí el limo de una nueva burocracia”, escribió Franz Kafka; pero Isaac y su amigo D. saben esto sin necesidad de haberlo leído. Ambos estudian, o fingen hacerlo, en la Universidad de Kampala, en Uganda; el país se ha independizado recientemente y ya es gobernado por una dictadura militar pretendidamente socialista que instaura la represión en la capital y vigila cada paso. Ni siquiera la disidencia más aparentemente inocua (señalar a los ricos del campus, entrar en una cafetería a la que sólo concurren los cachorros de la “nueva burocracia”, repartir octavillas satíricas) pasa inadvertida, y los juegos inocentes de Isaac y de su amigo, a los que une el rencor de clase y la mutua lealtad, pronto se vuelven, inevitablemente, más serios. Tiempo después, Isaac está en una pequeña localidad en Estados Unidos y entabla una relación con Helen, una asistente social; pero los prejuicios de una sociedad en la que la segregación racial persiste, y el misterio que rodea a Isaac y a su pasado (“No había mes ni fecha de nacimiento, sólo un año. El lugar de nacimiento figuraba simplemente como África, sin país ni ciudad”), impiden cualquier atisbo de normalidad entre ellos. A caballo entre África y Estados Unidos, Isaac (“un hombre a quien nadie habría dado su aprobación”) y Helen se alternan para narrar el aprendizaje de la decepción política y amorosa, pero también de algo parecido a la creación de “normas, giros y axiomas nuevos por los que regirnos”.LumenConocí a Manuel Puig en Buenos Aires en la época en la que estaba corrigiendo su manuscrito de Boquitas pintadas, con la ayuda del poeta boliviano René Palacios More. Me lo presentó Luisa Futoransky en una chocolatería de la avenida Corrientes donde ensayaba sus particulares lecturas del tarot. Después nos fuimos todos a una fiesta que daba Ediciones de La Flor en honor de Vinicius de Moraes. Fue allí donde descubrimos que Manuel Puig había sido compañero de pupitre de dos de mis tías maternas en el colegio Ward de Ramos Mejía, donde él estaba interno. “A vos te conocí en la pancita de tu mamá”, me dijo. Por entonces ya era una nueva estrella de las letras argentinas gracias a su primera novela,' La traición de Rita Hayworth', que era el libro de moda en la ciudad. Pero tardé casi un año en leer 'Boquitas pintadas', que compré ya en Madrid, en la librería Visor, en su primera edición de Sudamericana, impresa en el mes de agosto de 1969.SEIX BARRALFrancisco Solano (La Aguilera, Burgos, 1952), como todo castillo escocés que se precie, alberga sus propios fantasmas. Obsesiones que como creador sitia, busca y esconde en todo lo que hace. Pero es difícil que cualquier otro libro suyo sea más preciso e intenso que 'Lo que escucha la lluvia'. Es este un engranaje intelectual de, por y contra las palabras como único camino para fracasar al nombrar lo innombrable. Escrito con un dominio ejemplar del lenguaje y del cauce por donde discurre lo narrativo, Lo que escucha la lluvia es un libro a contracorriente de modas y modos, personal y honesto de principio a fin. En el que se exige un esfuerzo al lector como pago previo del viaje. Un esfuerzo de lectura, de conseguir una burbuja de silencio a nuestro alrededor para que Solano nos la llene de una voz que son palabras y más palabras. Palabras, eso sí, que nunca serán cáscaras vacías. Que el escritor no dejará que se le desboquen, que le engañen, que se escondan tras la brillantez o belleza de sus propias imágenes o metáforas. Solano es aquí un jinete que sostiene las riendas para que las palabras vayan al trote, libres, aparentemente diletantes sí, pero siempre marchando hacia algún sitio, con un sentido.PeriféricaLos seguidores de Andrés Calamaro saben de esos periodos de incontinencia musical que atraviesa cada tanto y que le empujan a pasar tiempo grabando infatigablemente. Materiales que pueden acabar en discos oficiales, compartidos en Internet o, sencillamente, almacenados en su archivo personal. Pero quien haya seguido de cerca su carrera sabrá también de su grafomanía: escribe casi tanto como graba, y su firma, desde los inicios de su actividad pública, ha sido recurrente en diarios y revistas musicales (primero argentinas y, luego, con su arribada a España en los años noventa, también de aquí); desde hace tiempo, emplea su propio blog como lugar de expresión. Así ha dejado un sinfín de textos urgentes que sirven para intentar desbrozar el pensamiento de uno de los músicos imprescindibles del rock en nuestra lengua.CÚPULAEn la figura polifacética de Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) convergen el periodista, el novelista —acaba de publicar 'Sus ojos en mí' (Planeta)— y el director y presentador de unos añorados telediarios donde una imagen no siempre valía más que mil palabras. Después de sus comienzos como poeta, ha seguido compatibilizando los altos hornos de la cultura con los fogones domésticos de la lírica. El último hito de esa trayectoria es 'Donde estuve', un libro de entraña elegiaca y de expresión serena.Fundación José Manuel LaraRosamond Lehman (1901-1990) pertenecía a una familia acomodada y agraciada por muy variados talentos artísticos entre los que el suyo no era el menor. Era una mujer muy atractiva, elegante, educada en privado y luego en la Universidad de Cambridge. Casada con el vizconde Runciman, se divorció a los cuatro años y se dedicó a la literatura. Hizo amistad con algunos de los más destacados miembros del grupo de Bloomsbury, volvió a casarse con un aristócrata y, tras un nuevo divorcio, se unió al notable poeta Cecil Day-Lewis, el cual, por cierto, practicaba de tapadillo la novela de crimen y misterio bajo el seudónimo de Nicholas Blake, nombre con el que firmó una obra que renovó el género: 'La bestia debe morir'.Errata NaturaeSi bien Joyce Carol Oates y Anne Tyler son algo mayores que ella, las tres comparten de un modo u otro una generación de narradoras excepcionales. Pero Oates lleva casi sesenta novelas escritas (su productividad acabará denominándose síndrome Oates), y Tyler, una veintena. Robinson, en cambio, se toma su tiempo, pues publicó el año pasado apenas su cuarta novela, 'Lila', que es la que ahora nos ocupa y que sucede a 'Vida hogareña' (1980), 'Gilead' (2004) y 'En casa' (2008). De vocación muy tardía —publica su primera novela a los 37 años—, espera casi un cuarto de siglo para regresar a las librerías con una novela, 'Gilead', con la que ya gana el Premio Pulitzer. Cuatro libros y su voz ya parece indispensable.Galaxia Gutenberg'Esto lo cambia todo', de la periodista Naomi Klein, recordada por libros como 'No logo' y 'La doctrina del shock', es un libro importante. El asunto del que se ocupa no puede ser más relevante: el cambio climático, amenaza que nos acecha y que oscurece nuestro futuro. Al contrario que muchos autores, Klein se centra en la política, en especial en las acciones sociales necesarias para combatir el aumento de temperatura de la atmósfera terrestre y el emponzoñamiento de tierras, aire y mares que este lleva asociado, y no en los argumentos científicos, aunque estos afloren con frecuencia a lo largo de sus páginas. Tiene razón en adoptar semejante enfoque, porque combatir el cambio climático tiene que ver sobre todo con quienes poseen poder.Paidós