Palabras vacías en la nieve
La perspectiva de pasar dos horas en un cine aceptablemente calefactado, con butacas cómodas y espacio generoso entre las filas para poder mover las piernas, contemplando paisajes nevados y disfrutando del poder de evocación que estos poseen, de entrada, me resultaba apetecible. Y si en la pantalla me estuvieran contando historias tan poéticas como las de Nanuk, el esquimal y Los dientes del diablo el gozo sería absoluto. O envolverme en medio de esa blancura lírica o terrorífica con una intriga habitada por monstruos humanos o diabólicos. Por ejemplo: me relamo al pensar en una noche de invierno duro viendo Misery, Fargo, El enigma de otro mundo, La cosa...
Aclarado mi amor por ese escenario blanco, exijo que en él ocurran cosas que me provoquen inquietud, miedo, emoción, esas sensaciones tan gratas, y que me preocupen las dichas o desdichas que atraviesan los personajes.
De Fuerza mayor sabía que era una película sueca, que había obtenido premios nacionales e internacionales y cuantiosos piropos en los festivales de cine (lo segundo casi siempre me pone en guardia o me hace temblar), que su argumento iba de intriga psicológica y que toda ella se desarrollaba en una estación de esquí en los Alpes. La protagonizan un matrimonio joven y aparentemente modélico y sus dos niños, dispuestos a relajarse deslizándose en familia por las pistas durante su estancia de cinco días en un hotel de lujo.
FUERZA MAYOR
Dirección: Ruben Östlund.
Intérpretes: Johannes Bah Kuhnke, Lisa Loven Kongsli, Calara Wettergren, Vincent Wettergren.
Género: drama. Suecia, 2014.
Duración: 118 minutos.
Aparecen rótulos marcando los días. Y en el primero me mosqueo un poco con la actitud del marido, aunque no tanto lógicamente como su estupefacta esposa. Resulta que un plácido desayuno en la terraza del hotel, en medio de una geografía espectacular, se ve interrumpido por un alud de nieve presuntamente inofensivo, pero terrorífico a medida que se acerca. Y el tío pilla su móvil y se larga en plan centella, abandonando a su suerte a la mujer y a las criaturas. Pasa el peligro. El fulano retorna.
Me cuenta un lúcido amigo que si los personajes fueran latinos lo más probable es que la dama le atizara un bolsazo en la cabeza a su irresponsable o cobarde marido y hasta luego cocodrilo. Pero como son nórdicos y civilizados, creen que la siniestra movida se resuelve hablando. Y no paran de hablar. No solo entre ellos sino también con los nuevos amigos que van haciendo en el hotel y con los que comparten su secreto. Ni el matrimonio en crisis, ni los angustiados hijos, ni las parejas que comparten su intimidad, logran que me interesen mínimamente su personalidad y sus dramáticas circunstancias. Y mi tedio está suplicando que pasen los cinco tormentosos días, porque se me hacen interminables. Por supuesto, les deseo fervientemente que vuelvan a ser felices y a comer perdices.
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