No quiero ser árbitro
No soy árbitro. No quiero serlo. No entiendo cómo pueden serlo. Puede que algunos no conozcan el reglamento en profundidad. Puede que otros lo interpreten erróneamente. Pero dudo que lo apliquen tendenciosa y perversamente.
Se equivocan. Y también aciertan. Como los jugadores, como todos. No es sencilla su labor, la de decidir en un instante jugadas que a veces ni siquiera son fáciles de descifrar en la pantalla de televisión. Sin embargo, se les juzga con absoluta intolerancia, se les censura sin un mínimo de indulgencia y se les demoniza con irreverente bajeza. El ejemplo de las categorías profesionales se proyecta también a las categorías amateurs y formativas, donde si los jugadores, muchos de ellos niños, se muestran subrepticiamente considerados, no sucede lo mismo con sus progenitores, pésimo modelo pedagógico en sus invectivas recurrentes hacia los colegiados a los que obsequian con todo tipo de toscos y torpes sarcasmos desde su supina sabiduría. “No tienes ni idea”, “dedícate a otra cosa”, “te han regalado el título”, son algunos de los enunciados más amables que reciben de parte de licenciados en el reglamento arbitral, ya sean amas de casa, profesores, conductores de autobús, policías o abogados. Todos ejercen la potestad del menosprecio, la burla, el vilipendio, la desconsideración más grosera e infame. Porque ellos siempre tienen la culpa, porque no tienen ni idea, porque son unos inútiles. Pues venga, sean valientes y díganselo en la calle, cuando acabe el partido. Si no es así, permanezcan callados en la grada.— Federico Sainz.
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