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OBJETIVO SALUD / 13

¿Las mujeres y los niños primero?

En muchos lugares del mundo las horas y días alrededor del parto son las más peligrosas tanto para las madres como para los recién nacidos Hay 75 países de África y Asia que concentran más del 95% de todas las muertes maternas e infantiles mundiales

Ilustración: María José Durán

Probablemente se haya producido hace poco algún nacimiento en su entorno más cercano. Ese acontecimiento tan feliz en nuestra sociedad no es un hecho tan habitual en el mundo. En muchos países —hay 75 países de África y Asia que concentran más del 95% de todas las muertes maternas e infantiles mundiales—, las horas y días alrededor del momento del parto son las más peligrosas tanto para la vida de las madres como para la de sus recién nacidos y, por tanto, hay escasos motivos de celebración.

La causa de esta situación es la falta de atención o la deficiente calidad de la atención en salud materna, especialmente en el parto y el periodo posterior, que reciben millones de mujeres y recién nacidos. Cuatro de cada 10 partos que se producen en el mundo no son atendidos por un profesional cualificado. El resultado: cada año se producen 300.000 muertes maternas y alrededor de tres millones de muertes neonatales —durante el primer mes de vida; la mitad de ellas en el primer día de vida—, en su mayoría evitables.

¿Por qué se produce esta situación en el siglo XXI? La respuesta si hubiera que resumirla en una frase sería: no ha habido voluntad política. La comunidad internacional ha mirado hacia otro lado durante décadas. Las muertes maternas no han sido una cuestión prioritaria. Y hasta recientemente no se le ha empezado a otorgar la visibilidad que merece esta cuestión. Sobre todo al constatar el pobre balance: en el último cuarto de siglo la tasa de mortalidad materna a nivel mundial ha pasado de 380 muertes por cada 100.000 nacidos vivos en 1990 a los 210 muertes por cada 100.000 nacidos vivos actuales.

Cabe señalar, aunque parezca obvio, que no se trata aquí de combatir una enfermedad para la que no disponemos aún de las herramientas adecuadas (como nuevos fármacos o vacunas); sino de un hecho biológico, para el que desde hace varias décadas conocemos y aplicamos en muchos países las estrategias que minimizan el riesgo para la vida de las mujeres. Sin embargo, durante décadas los recursos se han canalizado hacia otros grupos de población en detrimento de las madres, hacia otras cuestiones que sí eran percibidas como una amenaza global, como la lucha contra el VIH/sida, o hacia intervenciones que por sí solas no pueden erradicar la mortalidad materna (como elevar el número de consultas antenatales o capacitar a parteras tradicionales). Otro factor que ha contribuido al escaso avance es la falta de reconocimiento de la contribución de las causas de mortalidad indirectas (debidas al agravamiento de enfermedades preexistentes) a un gran número de muertes maternas, lo que ha dificultado la integración de los programas de malaria y VIH/SIDA con los de salud reproductiva.

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No hay atajos para reducir la mortalidad materna. La solución pasa en gran medida por mejorar los sistemas de salud de los países donde se produce, especialmente en tres ámbitos: prestación de servicios, recursos humanos y financiación. Los países que más progresan están ampliando o universalizando la cobertura de las intervenciones consideradas básicas para la prevención o el tratamiento de las causas más comunes de mortalidad materna y neonatal, como atención profesional en el parto o el tratamiento de la neumonía. Mejoran la calidad de la atención principalmente aumentando el número de profesionales de la salud y su nivel de capacitación (mejora de habilidades específicas para la atención en el parto y de los recién nacidos, incentivos para los trabajadores de salud rurales…); y ponen en marcha mecanismos de protección financiera que ayudan a eliminar barreras en el acceso a los servicios (como la expansión de seguros de salud o las transferencias condicionadas de efectivo). Sin olvidar otros factores, más allá del sector salud, que abordan los determinantes sociales de la salud (como el acceso a educación, la gobernanza, la condición socio-económica de las mujeres o su grado de participación en la toma de decisiones, la gestión medioambiental o las estrategias de reducción de la pobreza de los países) a los que se atribuye nada menos que la mitad de la reducción de la mortalidad materna e infantil en los países de rentas medias y bajas desde los años 90.

Por ello, a pesar del lento progreso alcanzado hasta ahora, el creciente consenso en torno a la necesidad de un enfoque de sistemas de salud, sostenible y que implique a otros sectores en relación a la salud materna y reproductiva de una forma más integrada es una buena noticia con vistas a la definición de la agenda de desarrollo para los próximos años.

Anna Lucas es coordinadora de la Iniciativa de Salud Materna, Infantil y Reproductiva del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).

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