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Tribuna
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Realidades y pronósticos

Los grandes partidos políticos deben dejar de invadir las instituciones

Cuando el miedo es mayor que la inquietud, los pronósticos que el día anterior parecían imposibles se hacen asumibles, cotidianos, posibles; dejando las interpretaciones de los sacerdotes del siglo XXI en lo que decía Marco Pacuvio: “Pues esos que comprenden la lengua de las aves, y que más saben a través del hígado ajeno que a través del suyo… estimo que se les debe oír más que escuchar”.

La encuesta del CIS, confirmada por la de EL PAÍS entre otras, parece que anuncia cambios radicales en la política española. El PSOE sigue siendo según estas encuestas un partido importante pero subalterno y el PP ve cómo las cuentas de los pactos previsibles empiezan a no salirle, debido a un claro alejamiento de parte de sus votantes y al fracaso de algunas expectativas partidarias incapaces de superar siglas y personalismos. Seguro que muchos no se lo creerán y algunos pensarán que todavía queda tiempo por delante para dar la vuelta a la situación, cuando la realidad es la contraria: en este estado de cosas todo el tiempo imaginable es insuficiente.

Las secuelas sociales de la crisis económica han aumentado la distancia entre la sociedad y la política, pero a la vez han provocado que amplias capas sociales débilmente institucionalizadas o que han vivido de espaldas a la política hayan encontrado motivos para el compromiso. Esto sería menos grave si no coincidiera con un debilitamiento de la legitimidad de todas las instituciones, la aparición en los medios de comunicación de numerosos casos de corrupción y una espectacular falta de política —discurso y acción— en la vida pública española o por lo menos en los grandes partidos nacionales. Y es en ese vacío donde aparece, impulsada por algunos medios de comunicación, una nueva formación política: Podemos. Cuando la política con mayúsculas desaparece, aparece la demagogia. Como la mala moneda sustituye a la buena, en la vida pública no se da el vacío.

Habrá sagaces observadores que pensarán que la encuesta del CIS provocará, como decía al principio, el miedo suficiente como para remediar la situación. Pero creo que el malestar seguirá siendo mayor, por lo menos en determinados sectores de la sociedad española. No me cabe duda de que al Partido Popular le servirán estas publicaciones para aglutinar una parte de su electorado a pesar de su descontento por algunos incumplimientos del Gobierno. Pero ese factor no será suficiente para engordar las alforjas electorales de los socialistas, que siempre han necesitado provocar ilusión para movilizar a los suyos. Tal vez esta sea la situación que algunos “aprendices de brujo” persiguen y así se lo susurran al oído al presidente del Gobierno en estos días de zozobra e inquietud. En estas circunstancias, el éxito relativo del Partido Popular se basará en la inestabilidad política y el resquebrajamiento del sistema. Que alcancen su objetivo puede ser la ruina para todos.

Ante esta situación que anuncia un fin de ciclo, el Gobierno y el primer partido de la oposición se vuelven a equivocar. El Partido Socialista se muestra incapaz de construir una alternativa política razonable al Gobierno actual y provocar ilusión en un electorado confundido por su confusión. Así deambula entre la voluntad de alejarse del partido del Gobierno, atenazado por el frío aliento que siente en el cogote, y un rechazo casuístico y atemorizado a un partido que no se atreven a mencionar. El partido del Gobierno por su parte sigue actuando como si dominara lo que está sucediendo. Pero cada vez es más evidente que el Gobierno, nacido para huir de la política y concentrarse en la gestión de la crisis económica, se ve sobrepasado por las circunstancias. La negativa a realizar una crisis profunda en el Gobierno pone a las claras que detrás de esa terquedad solo se esconde una parálisis provocada por no saber hacia donde dirigirse.

Los casos de corrupción provocan pánico en los dos grandes partidos

Un buen ejemplo de este vacío político lo encontramos a la hora de enfrentar el problema que nos plantean los independentistas en Cataluña, ante los cuales los dos grandes partidos nacionales oscilan entre el cerco jurídico y una propuesta de negociación que se parece más a una capitulación, al anunciar lo que se va a ceder; olvidando la política de los valores, de los principios en defensa de la ciudadanía española… la de Cataluña y la del resto de España. Hubiera sido más razonable que el problema catalán hubiera provocado un debate nacional, evitando que se convirtiera en un asunto exclusivamente interno de los catalanes, con una única solución que tiene más de palaciega y de intriga que de participación democrática y compromiso cívico de la sociedad española. Pero en un escenario público sin política, el debate se confunde con el conflicto y de este siempre se debe huir, imponiéndose o capitulando.

También los casos de corrupción han provocado a partes iguales pánico y errores en los dos grandes partidos. El Partido Socialista, dominado a control remoto por Podemos, se niega a llegar a un acuerdo con el Gobierno para luchar contra la corrupción y el Partido Popular se apresura a aprobar una serie de medidas que, sin ser rechazables, son insuficientes. No se trata de llegar de prisa y corriendo a un pacto, es un objetivo noble pero insuficiente, muy humilde para la situación que vivimos. El objetivo debería ser más ambicioso y el diagnóstico acertado. El objetivo es una regeneración de la política que obligue a reformas profundas del sistema, de sus actores y de su comportamiento. El diagnóstico acertado no es el que nos lleva irremediablemente a la “maldad del hombre”, sino a una confusión muy compleja y muy profunda que llevamos arrastrando desde hace tiempo: los intereses partidarios se han confundido con la política, cuando son una porción menor; esta ha ocupado todo el espacio público, jibarizando a una sociedad civil que es imprescindible en una democracia articulada. Dicho de otro modo, la política partidaria ocupa hoy espacios demasiado amplios de nuestra vida, como ayer denunciaba Azaña, y los partidos ocupan de manera autoritaria toda la vida pública. La primera decisión encaminada a regenerar la política española sería una disminución del protagonismo de los partidos. El problema que se les plantea a los dos grandes partidos nacionales es que la recuperación de la POLÍTICA con mayúsculas pasa inevitablemente por un debilitamiento de su comportamiento invasivo en las instituciones y en la sociedad civil. ¿Serán capaces de comprender la situación, de actuar en consecuencia y por lo tanto disminuir su protagonismo? Esta y no otra es la cuestión. Luego vendrán los cambios imprescindibles en la ley electoral y los compromisos de la sociedad española para convivir —vivir juntos— respetando las diferencias de unos y de otros originadas por su religión, ideología o lugar de nacimiento, pudiendo ser a la vez todos ciudadanos españoles de pleno derecho.

Nicolás Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad.

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