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El barrio de Valencia que puede convertirse en un ejemplo mundial

La ONU otorga un premio internacional a un proyecto para renovar un vecindario de Alfafar

Pablo Linde
Boceto del estudio de arquitectura ganador del premio ONU-Habitat.
Boceto del estudio de arquitectura ganador del premio ONU-Habitat.Improvistos

Hay algo que diferencia al barrio de Orba, en Alfafar, a las afueras de Valencia, de cualquier otro construido al calor del desarrollismo de los sesenta. Lo distingue incluso de un vecindario prácticamente idéntico levantado en la misma época en Sevilla por el mismo promotor, con los mismos planos e idéntico nombre originario: Parque Alcosa (acrónimo del constructor Alfredo Corral, SA). Sobre el conglomerado de viviendas de la albufera sur valenciana hay un proyecto único que ha sido galardonado con el premio internacional de Rehabilitación Urbana en Edificaciones Masivas, una distinción concedida por ONU-Hábitat por la que competían otros 751 proyectos de todo el mundo.

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El plan se basa en la “revitalización de un barrio obsoleto de bloques de vivienda homogénea”, según cuentan sus autores, María García y Gonzalo Navarrete, miembros del estudio de arquitectura Improvistos. El vecindario está compuesto por una agrupación de edificios semejantes, alineados en cuadrículas, en el que viven alrededor de 6.000 personas en solo dos tipos de viviendas distintas: una de unos 70 metros cuadrados (todas idénticas entre sí) y otra de 90 (ídem).

“Nos hemos basado en las experiencias de cohousing y vivienda colaborativa, que en Europa son más frecuentes. En una comunidad de vecinos se pueden definir varios grados de privacidad y aprovechar zonas infrautilizadas, como las cubiertas para servicios comunes, o generar actividades económicas que financien parte de los cambios”, explican los arquitectos. Además de sitios vacíos, el plan contempla, por un lado, aprovechar las viviendas desocupadas para crear lugares de uso vecinal, como pueden ser zonas de estudio o lavanderías; por otro, tomar parte de la superficie de aquellos hogares cuyos inquilinos no precisan de tanto espacio. Se ganan metros cuadrados para la comunidad y el habitante ahorra en gastos.

Los creadores del proyecto buscan una distribución que pueda evolucionar con sus habitantes: ampliaciones, anexiones de las viviendas contiguas, disminuciones. Hogares y personas se adaptan entre sí (ver ejemplos concretos en la fotogalería). Es un fenómeno que se conoce como arquitectura progresiva, la apropiación de los espacios por parte de los usuarios. En lugar de comprar una casa con dimensiones invariables, en una parcela se pueden ir aumentando o disminuyendo las habitaciones y los lugares según las necesidades y los recursos. En el caso de Orba, esto se traslada a los edificios: partiendo de la vivienda tradicional levantada en el barrio, Improvistos sugiere cambios que “aumentan considerablemente la diversidad con un coste muy bajo y sin tocar los muros de carga”.

La descrita sería solo una parte del proyecto, que va más allá: propone, entre otras muchas, medidas de eficiencia energética con recursos renovables; ordenar las improvisadas huertas que los vecinos están creando en las parcelas que hay junto a una carretera y regarlas con aguas grises saneadas del propio barrio; rehabilitar edificios públicos o emblemáticos, como el antiguo colegio —hoy abandonado— o el viejo centro comercial, que en su día fue el núcleo integrador del barrio y prácticamente se está cayendo a pedazos en pleno corazón de Orba. Para él, los arquitectos proponen potenciar el uso asociativo que ya tiene y unirlo con un vivero empresarial que revitalice la actividad económica de una zona con elevadas tasas de paro.

Ejemplo de nuevos espacios en un edificio del barrio de Orba.
Ejemplo de nuevos espacios en un edificio del barrio de Orba.Improvistos

Porque el proyecto premiado es multidisciplinar, como el propio concurso exige. Valora cinco parámetros: urbano (mejorar el espacio público, la movilidad y promover la viabilidad cultural); económico (introducir nuevas actividades, intervenciones agrícolas e identificar áreas de valor en función del territorio); social (propuestas de género, seguridad y respeto por los derechos vecinales); medioambiental (sostenibilidad y promover un microclima a través de la vegetación y de actividades agrícolas) y de participación (contacto con instituciones y vecinos, promover la participación empresarial e involucrar al ámbito académico).

Con todas ellas cuenta el proyecto que hace único al barrio: ningún otro de extrarradio de una gran capital española puede presumir de este premio. Pero más allá de la distinción, ¿va a transformarlo realmente? ¿lo va a convertir en más sostenible y habitable, como proponen los autores del plan? Lo cierto es que no está nada claro. Por un lado, los arquitectos se afanan en aclarar que lo suyo es una propuesta abierta, fruto de lo que partió de un trabajo académico y que después se convirtió en su galardonado planeamiento urbano. “Es importante destacar que la propuesta que hemos desarrollado es solamente un ejemplo de la aplicación de este sistema de intercambio y de creación de espacios compartidos. Nos interesa trabajar con lo existente, tanto con el entorno construido como con el tejido social del barrio y por eso estas sugerencias buscan sólo abrir posibilidades. Pretendemos continuar trabajando con los vecinos y los representantes políticos”, matizan.

Sergio Miguel Guillem, concejal de urbanismo de Alfafar, se muestra abierto a estudiar posibilidades, a hablar con los vecinos y, de surgir consensos, buscar financiación. Porque no hay que olvidar que el proyecto no parte del municipio, no tiene asignado presupuesto ni es una prioridad para el Ayuntamiento, según reconoce el edil. “Estamos trabajando en temas menos utópicos, como la inauguración del Ikea [el primero de la Comunidad Valenciana abrió sus puertas en junio en el término municipal de Alfafar] o unas expropiaciones millonarias. Con todo ese trabajo, lo cierto es que solo hemos visto el plan por encima, pero trataremos de estudiarlo y hablar con los vecinos y la Universidad Politécnica de Valencia, que también ha presentado iniciativas en el barrio”, explica Guillem.

Que el proyecto salga adelante depende de la voluntad municipal, el consenso y, sobre todo, de la financiación

¿Y los vecinos? La mayoría es completamente ajena a lo que sucede. El premio ha tenido escasísima repercusión en los medios locales y el Ayuntamiento tampoco se ha pronunciado oficialmente al respecto. Así que no hay gran implicación por parte de los habitantes de este vecindario, enclavado en un pueblo encajonado entre otros tres que forman parte del extrarradio de Valencia sin solución de continuidad: en pocos metros a pie, de una calle a otra se cruza de Massanasa a Alfafar, de ahí a Benetusser y, unos pasos más allá, a la capital de la provincia.

Pero hay una pequeña y activa minoría que sí está comprometida con el proyecto, que incluso ayudó a redactar con una mezcla de ilusión y escepticismo. Son los miembros de la Asociación de Vecinos Parque Alcosa los Alfafares, un grupo de (en su mayoría) jubilados sexagenarios que durante la transición protagonizaron el activismo vecinal en la zona y que hoy siguen implicados con la vida del barrio, combatiendo y, según asumen con ironía, “perdiendo batallas”.

La ilusión viene por un proyecto nuevo, distinto, que pretende revitalizar el barrio y que tiene el “gancho” de un premio internacional, según cuenta Julian Moyano Reiz, secretario de la asociación. “Es una gran oportunidad, nos han hecho gratis un proyecto que podemos usar como queramos, cambiar y discutir, sería una torpeza no hacerlo. Y el galardón de la ONU es un incentivo para que busquemos una financiación que de otra forma quizás sería imposible”, añade. El escepticismo llega de la mano de la actitud del Ayuntamiento. “Hemos intentado hablar con ellos y de momento no nos han recibido, no nos hacen ni caso y solo se acuerdan del barrio cuando hay elecciones. No parece que tengan intención de hacer grandes cosas”, lamenta.

Muchos factores tienen que converger para que el proyecto salga adelante. Primero, la implicación municipal, después, el consenso con los vecinos y, sobre todo, el gran problema: la financiación. Pero lo cierto es que este barrio humilde y tranquilo, cuya población creció rápidamente gracias la inmigración que trajo el bum inmobiliario y decreció al mismo ritmo después, tiene la oportunidad de convertirse en un ejemplo de transformación para todo el mundo. Los cimientos los tienen. Y, según la ONU, son bastante buenos.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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