Jaque al rey del ajedrez mundial
La lucha por el control de la Federación tiene un rico historial donde caben corrupción, política, espionaje y hasta supuestos secuestros alienígenas. Ahora mueve ficha el campeón Kaspárov. Su partida contra el inefable Iliumyínov no acabará en tablas
La corrupción es muy frecuente en la mayoría de los países, y debe de serlo también en la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que agrupa a 178. El excampeón del mundo Gari Kaspárov quiere presidirla con el objetivo de introducir el ajedrez masivamente en los colegios por su gran utilidad pedagógica. Pero esa lucha implica meterse en el barro. Y la porquería ya ha empezado a salpicar.
La chispa saltó hace dos semanas. Un tal Bill Warth, desconocido en el ajedrez, filtró el borrador de un contrato entre Kaspárov y el singapurense Ignatius Leong, actual Secretario General de la FIDE con mucha influencia en Asia que ahora trabaja a favor de Kaspárov en la campaña electoral. El documento indica que el ruso pagará medio millón de dólares a Leong, más un millón para la Academia de Ajedrez de Asia (cuyo propietario es él) en caso de victoria en las elecciones de la FIDE, previstas para agosto en Tromso (Noruega). Kaspárov reconoce que el acuerdo existe, pero aclara que ese borrador fue sustituido por un contrato firmado en el que “ninguna cantidad va a al bolsillo de nadie sino a instituciones que promueven el ajedrez”. Y recalca: “Todo es absolutamente legal”. La FIDE niega haber filtrado el borrador, enviado por el abogado de Kaspárov al correo de la FIDE a nombre de Leong.
La réplica tardó pocos días, en forma de un contrato entre el actual presidente de la FIDE, el millonario ruso Kirsán Iliumyínov, y el estadounidense Andrew Paulson, presidente de la empresa Agon, a quien la FIDE ha cedido los derechos de organización y comercialización del Campeonato del Mundo de Ajedrez. Pero de manera harto curiosa: según el documento, Iliumyínov tiene el 51% de las acciones y adelanta 2 millones de dólares en forma de crédito; Paulson tendrá un sueldo de 240.000 euros por año; y el presidente adjunto de la FIDE, el griego Georgios Makrópulos, 75.000 el primer año y 150.000 cada uno de los siguientes. Preguntado por EL PAÍS, Makrópulos responde que es sólo “uno de muchos borradores” y niega todo, a pesar de que el documento está firmado por ambas partes. El organizador del torneo de Londres, Malcolm Pein, aseguró el jueves por escrito: “Paulson me ha dicho por lo menos dos veces que Iliumyínov posee el 51% de Agon”.
Un poco de historia ayuda a entender el embrollo. Janti Mansiisk (Siberia), finales de septiembre de 2010. Vísperas de las elecciones de la FIDE, con dos candidatos rusos. El excampeón del mundo Anatoli Kárpov es entonces el rival de Iliumyínov. Un delegado bosnio entra muy enfadado en la sala de prensa porque alguien pretende usurpar su puesto: “Quiero ser yo quien vote por Iliumyínov; para eso me han pagado 25.000 dólares en material de ajedrez y el billete de avión hasta aquí. Soy un hombre de palabra, y cumpliré mi compromiso”.
Iliumyínov dice haber sido secuestrado por alienígenas, con quienes jugó al ajedrez
El autor de este reportaje se quedó estupefacto en las primeras elecciones de la FIDE que cubrió (Dubái, 1986). El entonces presidente, el filipino Florencio Campomanes, y su equipo (incluido el citado Makrópulos) luchaban con denuedo durante días y noches por lograr el voto de países muy pequeños (con el mismo valor aritmético que el de Rusia); catorce años después, cuando cubrió los Juegos Olímpicos de Sydney, comprobó que los mecanismos en el Comité Olímpico Internacional (COI) eran similares; la principal diferencia era el precio de los votos, porque el COI mueve mucho más dinero que la FIDE.
Campomanes, fallecido en 2010, era tan inteligente como amoral; “El fin justifica los medios” era para él un principio básico; la justicia filipina lo condenó por fraude en 2003, y hay indicios sólidos de que trabajó para los servicios secretos soviéticos (KGB); su momento de mayor gloria llegó el 15 de febrero de 1985 en Moscú, cuando, presionado por los poderosos padrinos políticos de Kárpov y Kaspárov, suspendió sin vencedor el duelo entre ambos por el título mundial, que había empezado cinco meses antes, con el marcador 5 a 3 para Kárpov, quien, agotado, había perdido las dos últimas partidas. El escándalo fue tan grande que mereció un editorial del The New York Times, y sirvió para que Campomanes ganase influencia y dinero en los años siguientes.
Los mecanismos de elección del Comité Olímpico son similares. La diferencia es que el precio del voto es menor
Iliumyínov aprendió mucho de Campomanes, a quien sucedió en 1995. Entonces ya era el presidente de Kalmukia, una de las repúblicas autónomas más pobres de Rusia, situada entre el Cáucaso y el Caspio, cerca de Chechenia. La presidencia de la FIDE durante 19 años le ha dado notoriedad internacional y acceso a muchas personas influyentes. Y es cierto que ha aportado millones de dólares al ajedrez. Pero sus sospechosas visitas a los sanguinarios dictadores Sadam Hussein (Irak), Muamar El Gadafi (Libia) y Bachar El Asad (Siria), a quienes definió como “amigos” justo cuando estaban masacrando a sus respectivos pueblos (hay razones para suponer que esas visitas eran misiones secretas encomendadas por el Gobierno ruso) le han causado un gran desprestigio internacional. Para colmo, dice haber sido secuestrado por alienígenas, con quienes jugó al ajedrez.
Con esos antecedentes, no es arriesgado pronosticar que Iliumyínov continuará sin lograr que alguna multinacional de prestigio patrocine el ajedrez. Por el contrario, Kaspárov, furibundo opositor del presidente Putin, tiene una trayectoria mucho más presentable. Y su objetivo declarado también es muy limpio: “Si pierdo las elecciones, podré seguir difundiendo la enorme utilidad pedagógica del ajedrez a través de mi fundación. Pero si gano tendré acceso a 178 ministros de Educación”. El gran problema es que esta partida no se juega en el lujoso teatro Chaikovski de Moscú, donde destronó a Kárpov en noviembre de 1985, sino en el barro de las miserias humanas, donde la lógica cuenta poco y la porquería salpica mucho.
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