Elogio de la fotografía de viajes
Papúa-Nueva Guinea
El ser humano ha sentido la necesidad de plasmar en imágenes lo que veía durante sus viajes desde la mismísima invención de la fotografía. O incluso desde antes, porque ¿qué son los grabados que los viajeros románticos del XIX nos dejaron sobre la Alhambra, por ejemplo, sino fieles fotografías sin cámara de una realidad pasajera gracias a las cuales hemos podido documentar el pasado?
Viajamos para descubrir, para conocer, para documentar. Pero también, para compartir. Y aquí el invento de Nicéphore Niépce encontró un campo abonado para su desarrollo y su popularización. Muy pocos eran los elegidos por las musas para poder plasmar en el lienzo un paisaje, una naturaleza muerta o un grupo de personas faenando en el campo como Turner o Van Gogh. Pero con una cámara, casi todo el mundo es capaz de captar ese paisaje, ese rostro, ese atardecer y compartirlo luego con los amigos y familiares.
Es cierto que en los albores de la fotografía la posesión y manejo de una cámara era cosa de profesionales, por no decir casi de magos. Por eso se inventaron las postales. ¡Qué hubiera sido del turismo sin la aparición de aquellas maravillosas cartulinas de 9 x 14 cm. con escenas clásicas de los monumentos del mundo! Las postales no solo fueron el origen de la fotografía de viajes sino que contribuyeron a crear clichés turísticos que permanecieron por décadas. Aquello que salía en una postal adquiría rango de patrimonio de la humanidad y los afortunados que en aquellos lejanos años podía viajar lo hacía para visitar lo que salía en las postales. Las que enviábamos durante un viaje solían llegar a destino después de nuestro regreso, pero qué más daba. Lo importante es que acreditaban nuestra estancia.
Kirkenes (Noruega)
Fue siempre así, desde que aparecieron las primeras Werlisa Color o las Kodak Instamatic, aunque ese nivel de exposición pública de nuestra fotos de viajes empezó a alcanzar cotas de fenómeno histórico con la aparición de la fotografía digital y el consiguiente abaratamiento de las cámaras y mejora de sus prestaciones. Pero sobre todo ocurrió con la aparición de los smartphone. Ahora todos llevamos una cámara en el bolsillo (¡si el bueno de Nicéphore Niépce levantara la cabeza!) y nos hemos convertido en voyeaur de la vida de los otros y de la nuestra propia. No solo fotografiamos compulsivamente todo lo que nos rodea en un viaje sino que lo compartimos al instante con los seres queridos, como antes las postales, y además con otras miles de personas a las que ni conocemos ni conoceremos en la vida.
La exposición pública de nuestras pequeñas glorias y miserias sin mayor pudor ni reserva se ha convertido en la nueva droga social. Un cambio drástico para la fotografía, que nunca volverá a ser lo mismo. Ya no importa la calidad (¿quién se para a pensar en eso?). Importa la inmediatez y la cantidad. Si las fotos de viajes se hacen con un teléfono, ¿a quién diablos le importa la distancia focal, la profundidad de campo y el uso correcto de un filtro neutro de tres pasos? Es más, ¿quién sabe ya qué es la distancia focal, la profundidad de campo y un filtro neutro de tres pasos?
El fotógrafo de viajes debe transmitir emociones, como cualquier creador, pero además está obligado a hacerlo de forma original sobre una apuesta probablemente reproducida por millones de personas antes que él.
(Extracto del prólogo que escribí para el libro Fotografía en tus viajes, de mi buen amigo y genial fotógrafo de viajes y naturaleza Oriol Alamany. Libro que os recomiendo leer si queréis mejorar vuestras imágenes viajeras)
Las fotos que acompañan este post son algunas de mis instantáneas viajeras más queridas.
Gales (Reino Unido)
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