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Traducciones erróneas

Tomàs Delclós

La traducción errónea de determinados términos es motivo de reproche habitual por parte de los lectores. También lo es que no se traduzcan palabras que se publican en otro idioma. Todo ello muestra la necesidad de una mayor atención a estos procesos.

Más de un lector defiende, por ejemplo, que la palabra inglesa instalada en deportes cuando un jugador, particularmente en el fútbol, marca tres tantos en un mismo partido (hat-trick) tiene una perfecta expresión castellana (triplete o tripleta) prácticamente en desuso en este sentido.

Conflictiva es la distinción en determinados contextos entre los términos informáticos hacker y cracker. Ambos se traducen por pirata, pero en el caso del hacker (cotilla electrónico que burla los sistemas informáticos de seguridad, según el Libro de estilo) no forzosamente va asociada a finalidades delictivas.

David Pulido, por ejemplo, critica el empleo del verbo flipar en el sentido de evolucionar o cambiar. Y es que en inglés to flip significa ‘voltear, dar la vuelta’. Por fortuna, nuestro idioma tiene con qué nombrar esa acción. También reseña un artículo de The Guardian publicado sobre el cambio climático, donde se afirmaba que los modelos con los que trabajan los científicos son bastante acurados. ¿Acurados? ¿Qué clase de traducción es esta? Una muy mala. Ese palabro viene del inglés accurate, que significa preciso, exacto, certero (…) Ya sé que EL PAÍS no es la RAE ni tampoco un aula de Hispánicas, pero es el periódico más importante de España, y si bien su responsabilidad no es académica, sí lo es comunicativa. La traducción se sustituyó en la edición digital por bastante precisos. La Real Academia define acurado como esmerado y cuidadoso.

Un caso singular que ha llegado al buzón del Defensor es a propósito de la información, obtenida de Cuatro, según la cual Cristiano Ronaldo, tras anotar el segundo gol al Málaga, exclamó mirando al banquillo una palabra que inicialmente se tradujo por jódete. Un lector portugués, André Mendes, coincidiendo con varios comentarios a la noticia, escribe que foda-se es una expresión lusa que significa joder o que se joda. La traducción más correcta para jódete sería vai-te foder u otro término ofensivo como vai para o caralho. En ningún tipo de situación, los portugueses usan foda-se para insultar a otra persona, esto es muy claro, no hay ningún tipo de duda aquí. Y lo aclara, prosigue, no tanto en defensa de Ronaldo o Mourinho, ambos portugueses, sino en defensa de Camões, de la lengua portuguesa y de la verdad. Aunque algunos diccionarios incluyen la traducción cuestionada, varios hablantes portugueses han suscrito la objeción del lector.

Jesús Frades remite dos observaciones a propósito de un artículo traducido de The New York Times titulado El dióxido de carbono en la atmósfera llega a su nivel máximo en la evolución humana. Una se refiere a la unidad partes por millón, cuyas siglas en la nomenclatura científica internacional son ppm, y no ppa como sorprendentemente aparecen, y en tres ocasiones. La otra es un tropiezo habitual con un falso amigo (palabra que se parece a otra en la lengua del hablante, pero que tiene un significado distinto). Se trata del término inglés billion que no debe traducirse como billón. Equivale a 1.000 millones. Este error fue reparado en la versión del artículo que publicó la edición digital de EL PAÍS, aunque no se advirtió de ello en una fe de errores.

Aunque menos reciente, recupero la queja de un lector, Jon, desde Estados Unidos. Me refiero a la noticia sobre el anuncio de Ford con una imagen de Berlusconi y las velinas. Se trata de un anuncio en el que Silvio Berlusconi aparece al volante de un coche con un grupo de mujeres en el maletero, que viajan atadas y amordazadas. Junto al dibujo publicitario figura el lema, según el diario: Deja tus preocupaciones atrás con extra-grande el Figo de arranque. Esta traducción, que no hizo la firmante de la nota, carece de sentido. El original dice Leave your worries behind with Figo’s extra large boot. Creo que no resulta muy difícil de traducir esta frase, que sería algo así como Olvida tus preocupaciones con el maletero extra grande del Figo. Resulta sorprendente que un gazapo de este calado se cuele en el artículo y muestra su perplejidad porque nadie advirtiera su sinsentido.

Miguel Ángel Ruiz se centra en textos de Paul Krugman. En su carta sobre el artículo Los banqueros hunden a Chipre, destaca el párrafo: Los bancos de Islandia, en el momento de máximo apogeo, tenían unos activos que equivalían al 980% del producto interior bruto; los de Irlanda representaban el 440%. Chipre, con un 800% aproximadamente, estaba más cerca de Irlanda en este sentido. Se trata de una incorrección ya que lógicamente estaba más cerca de Islandia, no de Irlanda (...). Y Krugman, evidentemente, no cometió ese error en el texto en inglés. Este lector añadía una reflexión sobre el estilo de la traducción de un autor que si se distingue por algo en especial, aparte de por su intelecto y sus acertadas ideas, es por cómo las expresa en un lenguaje (en inglés). No es esta la única impugnación de los lectores basada en algo ya más sujeto a discusión como es calibrar la fluidez de la traslación. La ha hecho, por ejemplo, Carme López Mercader, a propósito de Hans Küng. Hace muchos años que leo y escucho a Hans Küng en sus conferencias y le puedo asegurar que su expresión no es nunca confusa, como no lo es su pensamiento.

En otros casos, como el de María Jesús Benedet, aportan reflexiones más generales no motivadas por ningún fallo. En una carta alude a su libro Cuando la dislexia no es dislexia para plantear el problema de la importación desde el inglés al español de palabras y nombres propios traducidos al inglés desde una lengua no alfabética o con un alfabeto diferente. Los anglosajones, comenta, cuando traducen respetan las reglas de la lengua en que se traduce. No así los españoles, que en lugar de traducir nosotros mismos esas palabras desde la lengua original a la nuestra, respetando las reglas de correspondencia de grafemas a fonemas de nuestra lengua, tomamos sin más ni más del inglés esas palabras escritas. Nos encontramos así con secuencias de letras que, de acuerdo con las reglas del español, no tienen lectura posible (…) Véase, por ejemplo, qa (en Alqaeda). En español no existe ninguna regla que permita leer la secuencia qa. Por eso, al articularla, hemos de convertirla en la secuencia ca (Alcaeda), que es como se escribiría si hubiera sido traducida directamente del árabe.

A propósito de este término, Fundéu, aunque centrándose en otro aspecto, recomienda Al Qaeda. Si nos atenemos a la grafía original (en lengua árabe) de ese nombre y lo transcribimos letra por letra deberíamos escribir Al Qaida, pues en árabe (en la lengua escrita) no existe la letra e. Pero el hecho de que no exista en la lengua escrita no significa que tampoco exista en la lengua hablada, y en esta sí existe esa letra, o su sonido. Y en las normas de transcripción del Manual de español urgente se explica que de lo que se trata al transcribir es de acercarse lo más posible a la pronunciación en la lengua original.

Artículo publicado en el diario el 2 de junio

Comentarios

El problema que veo yo con las traducciones, desde hace muchos años, es que los traductores españoles no dominan la lengua de destino: el español. Da igual que dominen a la perfección la lengua de origen: el resultado es que el texto resultante es malo. Yo prefiero un traductor con poco dominio de la lengua de origen, capaz de entender el sentido del texto, y que, siendo aficionado a la escritura, tenga un buen conocimiento del español: sus traducciones son mejores.
¿Cómo tienen la desvergüenza de abrir un foro para solo dar paso a aquello que les regala el ego?
Creo que Al Caeda es una transcripción francesa de la palabra.En la lenguas romances no existe la letra” ع” es una gutural. Se recurre a las partículas “el caída” o “el caeda”, que significa en español: base o regla depende del contexto. Yo optaría por caída con acento sobre la i. Gracias por sus observaciones.

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Sobre la firma

Tomàs Delclós
Licenciado en Derecho y Periodismo, fue profesor de Historia del Cine en la UAB durante varios años. Trabajó en las redacciones de Fotogramas, Tele/Expres, El Periódico y, durante más de treinta años, en EL PAÍS donde, como subdirector, participó en la fundación de Babelia y Ciberpaís. Fue Defensor del Lector.

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