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Crítica a Nancy Huston

Tomàs Delclós

Un grupo de arqueólogos me han hecho llegar una carta en la que replican las afirmaciones de Nancy Huston en la entrevista publicada por este diario a propósito de la traducción al castellano de su libro Reflejos en el ojo de un hombre. Como se afirma en el reportaje, el año pasado lo publicó en Francia y ardió Troya. El libro cayó como una bomba en el feminismo institucional, porque Huston pone en cuestión las teorías de género que sostienen que el comportamiento femenino y masculino es el resultado de la educación y la sociedad. La publicación de la entrevista a la citada ensayista y novelista, de larga y polémica trayectoria, estaba plenamente justificada por la actualidad editorial. El motivo de publicar la carta no es, por tanto, que ni el nombre ni la trayectoria pueden fundamentar la difusión de unas declaraciones reaccionarias que parecen buscar notoriedad. Se trata de ofrecer una reflexión que discute sus postulados y favorecer el debate.

La carta, con el título "¿Sociobiología? ¡No, gracias!", dice así:

"Las ideas que expresa la autora en la entrevista son de un reduccionismo esencialista tan anacrónico que nos ofende, no sólo como ciudadanos/as sino como profesionales de las ciencias sociales que somos, en este caso de la arqueología. Hace ya más de un siglo que tanto la antropología como la arqueología vienen explorando la fabulosa variabilidad en el comportamiento humano. Estas disciplinas tienen como objetivo entender uno de los objetos de estudio más complejos que existen: el ser humano en los distintos espacios y tiempos que ha habitado. Nos cansa escuchar afirmaciones terriblemente simplistas al respecto, que vienen de personas poco o nada familiarizadas con nuestro trabajo. Lo peor de todo es la peligrosa repercusión que tienen algunas voces del ambiente intelectual, que pueden convencer a lectores/as desprevenidos/as de que están ante una serie de verdades y no ante un compendio de ideas contestadas desde hace décadas por diversas ciencias sociales, que no deberían serle ajenas a la autora. Nos gustaría, brevemente, desmontar algunas de estas ideas que aparecen en la entrevista (soslayando las implicaciones políticas tan reaccionarias de sus afirmaciones). La autora afirma cosas como que la coquetería y la seducción son universales, que el cuerpo de la mujer existe antes que nada para ser fecundado o que la diferencia fundamental entre los sexos es la maternidad y la testosterona. Todo ello aderezado con constantes apelaciones a la universalidad de tales realidades y la insinuación de que negarlas es un fraude intelectual fomentado por feministas bienpensantes. Pues no hay nada más lejos de la realidad. Huston reproduce el viejo ideario de la sociobiología que está a años luz de ser una aproximación aceptada por la comunidad investigadora en ciencias sociales. El único hecho constatable universal es que los seres humanos, efectivamente, siempre se han reproducido, pero las concepciones que cada grupo humano tiene de la sexualidad, de la reproducción, de los sexos o incluso del cuerpo humano ha dado lugar a prácticas sociales de lo más variopinto que poco o nada se pueden explicar apelando a las hormonas o a los genes. Si no, créannos, los departamentos de antropología y arqueología del mundo entero habrían desaparecido hace décadas. La autora ignora una inmensa cantidad de literatura científica que contradice punto por punto su ideario. Por citar algún ejemplo, Mary Douglas, en un interesante estudio sobre la belleza corporal en África, desmontó hace ya tiempo los lugares comunes en torno a la coquetería y la seducción, demostrando la ingenuidad que supone considerar nuestra manera de entender el apareamiento como un universal biológico humano. La referencia de Huston a la testosterona y al papel de los hombres como esparcidores de semen en distintas vaginas sin sacralidad ninguna es, como mínimo, pueril. Respecto al tema de las hormonas, Investigadoras como Beatriz Preciado o Anne Fausto-Sterling ya cuestionaron con abundantes datos los sesgos erróneos que a menudo se manejan en torno a los niveles de testosterona y progesterona en hombres y mujeres, así como su efecto en el comportamiento. En cuanto a los hombres y su esperma, ¿cómo explicaría Huston la costumbre entre los hombres etoro de Papúa-Nueva Guinea de ingerir semen de los más adultos para conservar su virilidad? ¿Sabe ella si las felaciones de los etoro no son sagradas? ¿Cómo explicaría que la homosexualidad masculina tenga, en casos como éste, una relevancia cultural más extensa que el coito heterosexual? ¿No resulta osado ignorar toda la literatura sobre la construcción social del género que desde hace décadas intenta, analizando cuidadosamente las fuentes de todo tipo, entender cómo eran la masculinidad y la feminidad en cada lugar y en cada periodo histórico? Basta ya de trasladar nuestra realidad socio-cultural actual a todo el género humano. Nuestra realidad no es más que el resultado de un proceso histórico concreto, que ni se ha reproducido, ni tiene por qué reproducirse en el resto del mundo. La biología tiene poco que decir en ello. Sabemos, porque lo sufrimos, que el debate entre cultura y naturaleza es complejo y carente de consenso. Pero los/as lectores/as han de tener presente que, empíricamente, el ideario sociobiológico o darwinista hace aguas por todas partes. Peor aún, que entre una parte de quienes lo defienden se aprecian retazos de un racismo sutil, implícito, que considera que aquellos grupos que no se ajustan a lo que la biología supuestamente les ordena son excepciones problemáticas. Estando tan cerca del Día Internacional de la Mujer, no entendemos cuál era el interés que tenía la obra de esta escritora. Siempre es interesante mostrar la variabilidad de visiones que existen en el seno del movimiento y la teoría feministas, pero mostrar como una novedad enriquecedora la vuelta a preceptos sociales esencialistas no nos parece adecuado. Aunque en ocasiones desde el ámbito profesional de las ciencias sociales abandonemos el escenario de la intelectualidad, hay determinadas cuestiones que no debemos pasar por alto. En este caso, ni el nombre ni la trayectoria pueden fundamentar la difusión de unas declaraciones reaccionarias que parecen buscar notoriedad con la vuelta a teorías controvertidas, trilladas y descartadas hace décadas. Desde nuestro punto de vista es conveniente que sean contestadas públicamente y por eso le hacemos llegar esta misiva."

Sandra Lozano Rubio, Manuel Sánchez-Elipe Lorente, Carlos Marín Suárez y Jaime Almansa Sánchez

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