Sombras tras la muerte de un magnate del comercio
Poco se sabía de la vida del millonario alemán Otto Beisheim hasta que uno de sus criados se lo encontró el lunes tendido agonizante en el baño de su mansión con un disparo. El ex soldado nazi deja un imperio de las grandes superficies que emplea a 300.000 personas y una plaza en Berlín con el nombre de su fallecida esposa.
A Otto Beisheim, un criado lo encontró agonizante en el suelo del baño de su mansión junto a la pistola con la que se había disparado. La crónica más escueta de su muerte contiene tres pistas sobre su vida previa: mansión, criado y suicidio. Como uno de los hombres sin rostro que amasaron fortunas fabulosas durante el milagro económico de la posguerra alemana, Beisheim vivía apartado del público. El tímido multimillonario carecía de descendencia y apenas llevaba tres años casado con Liese Evers, una danesa mucho más joven que él. El pasado lunes por la mañana murió en un baño bávaro un hombre muy rico, solitario y decidido a imponer su voluntad. Según la empresa, padecía una “enfermedad incurable”. Beisheim, magnate del comercio minorista y fundador de Metro, tenía 89 años y un patrimonio de al menos 3.500 millones de euros, que algunos allegados elevan hasta el triple. Pocos alemanes habrían reconocido al viejo Beisheim en la tienda de helados que frecuentaba en la carísima Rottach-Egern, la localidad en el valle del lago Tegernsee donde se pegó un tiro. Pero más difícil aún sería dar con alguno que no haya pisado los supermercados del consorcio que fundó en 1964. Alrededor de los centros logísticos que conforman el núcleo de Metro AG giran las miles de dependencias de los súper Real, los grandes almacenes Kaufhof y las marcas de venta de electrónica Media Markt y Saturn, con tiendas en medio mundo. En conjunto emplean a casi 300.000 personas.
El fundador del imperio fue una incógnita hasta que, en 2004, decidió dar su nombre al complejo de edificios que construyó por 450 millones de euros junto a la Potsdamer Platz de Berlín. En el centro de los hoteles del Beisheim Center se encuentra la plaza de Inge Beisheim, cuyo único mérito público son sus cinco decenios de matrimonio con Otto. Inge Beisheim murió en 1999 y estipuló en su testamento que Lisa Evers, hoy viuda de su viudo, no asistiera a su entierro. Los restos de su marido ya descansan en una tumba gemela a la suya.
Un reportaje de la revista política Cicero narraba hace siete años la vida de un jubilado que se movía sin guardaespaldas entre su residencia suiza de Lugano y el campo de fútbol del Rottach, donde aterrizaba su helicóptero Augusta. A su apartamento de Miami viajaba en un jet privado junto a algunos amigos suizos. El capítulo de los lujos de Beisheim no riñe con su costumbre de calentarse el café cada mañana él mismo en el microondas o chalanear con el servicio por los gastos más nimios en sus lujosas residencias.
De Beisheim quedan más fotos que de sus paisanos Essen Karl y Theo Albrecht, feroces competidores en el comercio minorista y en el rechazo a los medios. Muestran al empresario de Metro vestido con trajes tradicionales o con el uniforme de una hermandad de tiro bávara del que prende una Cruz de Hierro de segunda clase. Durante la II Guerra Mundial, Beisheim fue miembro de la 1ª División Acorazada Leibstandarte Adolf Hitler, cuerpo de élite que empezó como guardia personal del dictador nazi y posteriormente fue integrado en la Waffen-SS, brazo militar de las SS.
Fundó un consorcio en 1964 que incluía las cadenas Media Markt y Saturn, presentes en medio mundo
El historiador militar Bernd Wegner traza una línea entre dos fases del Leibstandarte Adolf Hitler, que “hacia 1942 perdió parte de su carácter elitista y distinguido”. Por la época en la que entró Beisheim, esta división ablandó sus requisitos racistas de admisión y empezó a alistar reclutas “más o menos forzosos”. Formaban un grupo particularmente fanático al que las bajas y el desgaste convirtieron en una división de combate más que “conservó aun así el halo de elitismo y la exacerbación nacionalsocialista”. Según Wegner, profesor de la Universidad de las Fuerzas Armadas (Bundeswehr) en Hamburgo, “que su jefe fuera Hitler no tenía efectos prácticos”, pero sí le otorgaba “un papel destacado en el aparato propagandístico nazi”.
Dado que nunca se pronunció en público al respecto (ni prácticamente sobre nada más), es imposible saber si Beisheim fue voluntario o si participó en alguno de los crímenes de guerra perpetrados por su insigne división acorazada. Era muy joven, porque había nacido en 1924, y no pasó de cabo.
El hipotético patriotismo de Beisheim pesaba menos que sus habilidades fiscales. En 1988 adoptó la nacionalidad suiza para orquestar mejor la distribución de su fortuna en diversas fundaciones con sede helvética. De esto tampoco le gustaba hablar.
En 2007 sufrió su mayor revés empresarial, cuando las familias Schmidt-Ruthenberg y Haniel, con las que se había asociado para expandir el imperio Metro, compraron bajo mano participaciones suficientes para dejarlo sin voz en la empresa. Dicen que cuando era el amo indiscutible solía asistir a reuniones de accionistas haciéndose pasar por un inversor más, de nombre Müller. Hace seis años que no le hacía falta el truco.
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