Sobre antipolítica y responsabilidad
Es de agradecer el tono ilustrado, bien argumentado y reflexivo del artículo de José María Lasalle (Antipolítica y multitud, EL PAÍS, 1-10-12), pero, a mi parecer, en su análisis del preocupante fenómeno de la “antipolítica” acaba derivando en un evidente sofisma. Dejemos por un momento de lado (lo que es mucho dejar) que la caricaturización de los representantes políticos como una “clase parasitaria y prescindible” ha sido posible, no por un “caldo de cultivo” generado mediante invenciones o falsedades, sino porque en efecto se ha hecho evidente la indignidad del comportamiento y la ausencia de mérito de muchos de ellos.
La falacia consiste en el falso dilema de elegir obligatoriamente entre aceptar la democracia existente y sus leyes o echarla abajo, es decir, regresar a las tentaciones totalitarias. El problema es que muchos ciudadanos perciben que mientras a ellos se les impone, en efecto, el respeto estricto de las leyes, sobre todo para depauperar sus condiciones de vida y para limitar el ejercicio de su derecho a la protesta y a exigir cambios, las mismas leyes parecen adquirir una extraña flexibilidad para ciertos políticos corruptos, para banqueros como mínimo incompetentes, para los privilegiados que pueden demorar indefinidamente las decisiones de la justicia.
Advierta, señor Lasalle, que quizás sea usted, y otros como usted, quienes lanzando a la ciudadanía esta falsa idea —o admiten que la democracia es esto y nada más que esto, o elijan otra cosa— están alimentando el populismo antipolítico. Ah, y por cierto, sobre la revalorización de las ideas de Carl Schmitt haría bien en mirar hacia sus propias filas: tengo entendido que es uno de los ideólogos favoritos de la FAES como lo había sido de don Manuel Fraga.— Miguel Vázquez Freire.
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