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En un mundo con valores más volátiles y cambiantes que nunca, la tradición ha ganado a la modernidad por goleada en el territorio de las bodas del siglo: donde haya príncipes y sangre azul, que se quiten modelos y rockeros. La supermodelo y superpolémica Kate Moss se ha casado con el músico Jamie Hince. Pero ni el glamour de los novios ni la fama de algunos de sus 300 invitados pudieron competir con la verdadera boda del siglo de este fin de semana -la de Alberto de Mónaco con una mujer, la nadadora olímpica sudafricana Charlene Wittstock- y menos aún pudieron competir con la otra Kate: las televisiones británicas ignoraron durante toda la tarde de la boda de Kate Moss mientras ofrecían constantes imágenes en directo del viaje de Guillermo y Kate, duques de Cambridge, a Canadá.
No es que a la Moss le importe mucho esa competencia, aunque le ha obligado a adelantar al viernes 1 de julio una ceremonia que parecía planeada para el sábado 2. Pero hizo un hermoso día de sol en Southtrop, uno de esos sus paraísos de la Inglaterra rural en los que el Partido Conservador se mueve como pez en el agua de la alta clase media, realzando la hermosura de la pequeña iglesia normanda en la que se celebró la ceremonia ante un puñado de íntimos.
No fue una boda principesca, pero sí un acontecimiento lo bastante importante como para que el ayuntamiento local cortara la calle principal del pueblo y un puñado de calles y paseos adyacentes para garantizar así la privacidad de novios e invitados. Pero en este mundo moderno la información circula a la velocidad de la luz y Kate Moss fue contando el acontecimiento al globo entero a través de las páginas de Internet de Vogue, la revista que le ha comprado la exclusiva.
A través de Vogue hemos sabido que ella llegó a la capilla poco después de las cuatro de la tarde -una hora más en la España peninsular- en un Rolls Royce plateado acompañada de su padre, Peter. Y pudimos ver una primera foto de la novia, aunque apenas un detalle del rostro y el velo a través de la ventanilla del Rolls, guardando el conjunto para más adelante. Pero a esas horas era ya un secreto a voces que la modelo iba a ir vestida por su íntimo amigo John Galliano, el diseñador británico que se encuentra hoy al pie de los caballos, respondiendo ante un tribunal de las acusaciones de racismo anti-judío y confesando sus problemas con el alcohol y el estrés de la creación. Imposible olvidar que la propia Moss estaba también hace no tanto tiempo al pie de los caballos, viendo cómo sus patrocinadores la abandonaban debido a sus problemas con la cocaína. Ella salió a flote y, al vestir Galliano, espera que también él logre superar sus problemas.
Si la boda se celebró en una capilla recogida y coqueta, la fiesta tuvo lugar en enormes carpas levantadas en los jardines de la mansión de la modelo. Y el rumor anoche aseguraba que un a cohorte de espigados Drag Queens ayudaban a los invitados a localizar los lavabos mientras un pequeño ejército de musculosos hombres desnudos lucían falsos tatuajes con el nombre de los contrayentes. En eso, seguro, no hay príncipe ni sangre azul que pudiera competir con Kate Moss.
Cuentan que la comida procedía del restaurante China Tang, uno de los preferidos de la modelo, y de los hoteles Dorchester de Londres y Ritz de París. Enormes camiones de Grey Groose Vodka, Red Bull y Dom Perignon daban una idea del catálogo de bebidas a disposición de los invitados. Entre ellos se esperaba a Naomi Campbell -a la que se espera también en Montecarlo-, Viviente Westwood, Stella y Mary McCartney, el empresario sir Philip Green, la artista Tracey Emin y el actor Jude Law.
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