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El sorteo global y cosmopolita

Periodistas coreanos, madres de todas las raza y brujas danesas, testigos de la suerte

A lo mejor, hoy es el día de sus ídolos en el Camp Nou. Pero ayer fue sin duda el suyo. A Raúl Barrak se le notó en los ojos que iba a repartir la suerte de los tres millones de euros cuando le hizo un gesto cómplice a su compañero, Álvaro López Guerrero. Un segundo antes, éste había cantado el gordo con el 6.381. En ese momento, la alegría estalló… Pero a escala global.

No sólo en el salón de loterías de Madrid, atiborrado desde las ocho de la mañana de público envuelto en décimos con los fanáticos freaks de cada año. No únicamente en los barrios de toda España donde se han repartido los premios, sino en Sidi Slimane, Marruecos, el pueblo de los abuelos de Raúl, donde lo siguieron en directo por TVE. Y también en Ecuador, en Perú o en Corea, cuando se retransmita el reportaje que ayer preparaban dos periodistas del país asiático. Una prueba de que la Lotería de Navidad se ha convertido en una especie de coso taurino, una atracción más del ruedo ibérico para amantes de las emociones sinceras y auténticas.

En realidad, Raúl no se llama Raúl, sino Achraf. Lo que pasa es que ha cogido prestado el de uno de sus héroes, con el permiso de Iker Casillas. "Si a mí me tocara el premio, me iría a conocer a todos los jugadores del Madrid", asegura, como si eso costara mucho dinero. Alguien le dice que su sueño puede salirle gratis. Pero él insiste en que antes de comprarse nada, es lo que haría. Lo que este chaval de 12 años, interno en el colegio de San Ildefonso, no sabe todavía es que en Sidi Slimane, el pueblo de su madre en el que todavía viven sus abuelos, Jemaa y Abdelsalam, junto a algunos de sus nueve hijos, Achraf ayer fue una estrella. "Cuando cantó el premio empezaron a dar besos a la televisión y a reír y a llorar al tiempo", comentan por teléfono los suyos al otro lado del Estrecho. Su abuelo está exultante y a través de Jamal, su hijo pequeño, tío del niño, proclama lo siguiente: "El crío es estupendo y lo importante es las cosas que le está inculcando su madre, que sea, ante todo, una buena persona".

Los vecinos se han acercado a casa de la familia para ver el día de gloria por televisión. Jugar, no han jugado, pero todo llegará: "Por ahora apuestan a las quinielas", asegura Souad, la madre de Raúl, o de Achraf, como prefieran. La mujer no deja de contar que el niño es una máquina con los estudios. "Ha sacado cuatro notables y cinco sobresalientes, dice que quiere ser abogado y en el colegio me han asegurado que lo puede conseguir". Por lo pronto, Raúl juega de portero y quiere que hoy gane el Madrid, lo mismo que su compañero Álvaro.

Se lo han contado a Min y a Nam Wok, dos reporteros de SBS, la televisión coreana que se ha acercado a ver el circo del salón de loterías. "En mi país les interesa este fenómeno. Tanto la alegría de la gente como que haya niños a los que se prepara para el sorteo; también el reparto de los premios", comenta Min. Todo un ejemplo de que la Lotería de Navidad va calando a manera global.

La inmigración ha sido decisiva. En América Latina es también un acontecimiento. "Casi la mitad de los niños que cantan hoy son latinos", dice Patricia Villarruel, periodista de El Universo y de Raíz Ecuador, que se ha acercado a ver cómo las familias de los niños del sorteo viven ese día.

El cosmopolitismo ha empezado a hacer la competencia a los chupópteros de cámara autóctonos. A la peña de Móstoles que siempre juega el mismo número —el 59.259—, al tipo disfrazado con pesetas y a los dos chavales madrileños, que acudieron con pelucones y una camiseta de homenaje al Rey que decía "¿Por qué no te callas?", se impuso Lis, la bruja danesa de Benidorm.

Vino con uñas largas, sombrero de pico, nariz postiza con verrugas y guantes siniestros. Los niños se asustaban al verla, pero Lis resulta inofensiva. Una bruja desnaturalizada en su lado oscuro. "He venido para dar suerte a todo Benidorm", decía. Allí regenta el restaurante Ray's, un fish and chips, ajeno a las pócimas raras, aunque a Álvaro y Jorge, de siete y cuatro años respectivamente, llegados de Fuenlabrada a las 7.30, les dé yuyu. "Hemos visto a la bruja", comentan con su jersey de Spiderman.

Acaban de ahuyentar su miedo con un buen desayuno: "Con un bocata de jamón", dice el más pequeño. Ayer casi se agotan las existencias. Acabaron esparcidos por las mesas y socorriendo el hambre de los presentes. Menos el de Souad, la madre del niño que cantó el premio gordo. "No puedo comer cerdo, soy musulmana". Aunque ayer, con la mejor voluntad y sonriente, no se privaba de felicitar a todo el que se le acercaba esa cosa tan cristiana que es la Navidad.

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