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Soledad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La soledad no deseada: un reto social que exige respuestas comunitarias

Hay eventos vitales que aceleran este sentimiento, como la migración, el cambio de empleo o la maternidad

Soledad no deseada
Diego Mir

En la era de la modernidad líquida, caracterizada por la precariedad en las relaciones humanas y la falta de cohesión social, la soledad ha emergido como un fenómeno central en nuestras sociedades. No es casualidad que ocupe un lugar destacado en la agenda política: su impacto en el bienestar y en la salud mental de la población es innegable. Sin embargo, la soledad no deseada no es solo un problema individual, es, sobre todo, un desafío colectivo que requiere respuestas desde la comunidad.

Desde la Fundación ISEAK hemos desarrollado para Cruz Roja Española la mayor investigación realizada hasta el momento en España sobre el sentimiento de soledad, al haber llevado a cabo una encuesta a nivel nacional a casi 6.000 personas para entender el alcance y tipología del fenómeno. De este estudio se desprenden algunos datos preocupantes. Un 9% de la población afirma directamente sentirse sola la mayor parte del tiempo (que es diferente a estarlo) y hasta un 35% se siente sola al menos una pequeña parte del tiempo. Pero, además, hay metodologías de medición indirecta de la soledad no deseada, como la escala internacionalmente validada de De Jong Gierveld. Al aplicarla, la cifra resultante de personas que se sienten solas en nuestro país asciende al 44%.

Además, el sentimiento de soledad varía por colectivos. Si bien no se aprecian diferencias por género, el sentimiento de soledad sí disminuye con la edad —excepto en personas mayores de 80 años—, afectando, al aplicar la escala de De Jong Gierveld, a casi un 50% de las personas entre 18 y 30 años. Además, ciertos condicionantes aumentan el riesgo de sentirse solo/a, como un bajo nivel educativo o la falta de acceso al transporte. Por el contrario, vivir en municipios pequeños o pertenecer a una minoría étnica parece reducir dicho riesgo. También hay eventos vitales que actúan como desencadenantes de este sentimiento: la migración reciente, el cambio de empleo, la llegada de hijos, la pérdida de trabajo o una mudanza pueden intensificar este sentimiento.

Cabe destacar también que el sentimiento de soledad no depende únicamente de la cantidad de relaciones, sino de su calidad y significado. De hecho, aunque son dos fenómenos estrechamente vinculados, una cuestión fundamental a la hora de abordar el fenómeno de la soledad es diferenciarla del riesgo de aislamiento. Este último se mide a través del tamaño de la red social y para su medición se utiliza la escala internacional de Lubben. Según este indicador, una de cada cinco personas en España está en riesgo de aislamiento social, especialmente por una carencia de la red de amistades.

Pero más allá de las relaciones, la soledad tiene una dimensión existencial. La ausencia de un propósito en la vida intensifica este sentimiento. Comprender y dar sentido a las experiencias resulta esencial para abordar la soledad desde una perspectiva más amplia y profunda.

Al preguntar a la población española qué percepción tiene sobre el sentimiento de soledad, se aprecia una preocupación por la gravedad del fenómeno, pero, en muchas ocasiones, su percepción no coincide con la realidad del sentimiento de soledad. Por ejemplo, la mayoría de las personas asocian el sentirse solo con la vejez o la enfermedad, pero no es habitual que se relacione con las dificultades laborales, el cambio de residencia o acabar de ser madres y padres. A pesar de ello, los resultados también arrojan un dato esperanzador: más del 75% de la población estaría dispuesta a participar en iniciativas de apoyo vecinal, asociacionismo y voluntariado para contribuir a la reducción de este sentimiento entre las personas de su entorno. Por lo tanto, la clave para abordar esta problemática está en crear las condiciones para que se puedan canalizar estas iniciativas en marcos de corresponsabilidad, en los cuales las administraciones públicas e instituciones juegan un importante papel, acompañando a las comunidades en función de las características de cada uno de los territorios.

El estudio también analiza colectivos en situación de vulnerabilidad dentro del programa comunitario CRECE de Cruz Roja, incluyendo personas sin hogar, mayores, jóvenes y mujeres en dificultad social, y personas con problemas de salud mental. Mientras que para estos colectivos problemas como la vivienda o el empleo son más acuciantes que el sentir soledad, lo cierto es que un 45% de los encuestados declara directamente sentirse solo la mayor parte del tiempo y, al aplicar la escala De Jong Gierveld, la cifra asciende al 86%. Sin embargo, es esperanzador constatar que participar en un programa como CRECE ha fortalecido las redes de confianza de una gran mayoría de sus participantes, evidenciando la importancia de las iniciativas comunitarias para mitigar la soledad.

Los resultados de esta investigación dejan una conclusión clara: sentirse solo es un sentimiento inherente a la vida, pero la intensidad de esta vivencia puede variar y, sin duda, no todas las formas de soledad no deseada son graves o requieren intervención. Si bien se trata de un fenómeno complejo, las respuestas comunitarias pueden marcar la diferencia, promoviendo espacios y equipamientos de proximidad que faciliten la interacción y amortigüen malestares, especialmente en los colectivos más desfavorecidos. Es necesario reconocer el sentimiento de soledad como un reto colectivo, no como una consecuencia exclusiva de decisiones individuales. La construcción de comunidades cohesionadas e inclusivas debe situar el sentimiento de soledad en un plano de prevención y reparación, exigiendo un ejercicio de corresponsabilidad entre múltiples actores, con un enfoque comunitario, interseccional y con perspectiva de ciclo vital para abordar las diversas formas de soledad no deseada.


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