El trabajo, en busca de sí mismo
La actividad laboral vive una momento de transformación que no termina de explotar, condicionada por las plataformas digitales, el teletrabajo y la automatización, con la precariedad como constante amenaza
El trabajo, motor de la actividad productiva, cada vez se explica con menos certezas. Está en cuestión el espacio en el que se desarrolla, con el teletrabajo convertido en objeto de deseo para los empleos de oficina tras una pandemia ...
El trabajo, motor de la actividad productiva, cada vez se explica con menos certezas. Está en cuestión el espacio en el que se desarrolla, con el teletrabajo convertido en objeto de deseo para los empleos de oficina tras una pandemia que demostró que funciona. También cuánto tiempo dura la jornada, por una mejora exponencial de la tecnología que no ha cambiado las 40 horas vigentes desde hace un siglo. No está claro para quién se trabaja, ante la pujanza de plataformas (como Uber o Glovo) y de las plantillas compuestas por empleados de la casa y externos. Está en tela de juicio incluso la idea de que hay que trabajar para vivir, teniendo en cuenta que en algunos sectores cada vez hay menos puestos a repartir y las rentas básicas echan raíz en varios países. Para responder a estas y otras preguntas EL PAÍS inicia una serie de reportajes sobre la redefinición del trabajo, uno de los principales retos de la sociedad moderna.
“Afrontamos varias crisis estructurales que están modificando el mundo del trabajo. Hay una inercia transformadora”, opina Joan Sanchis, profesor asociado de Economía Aplicada en la Universitat de València, asesor de la Consejería de Economía Sostenible de la Generalitat Valenciana y autor de Cuatro días. Trabajar menos para vivir en un mundo mejor (Sembra Llibres, 2022). En su libro y en su actividad política fomenta la necesidad de repensar la actividad laboral, con propuestas tan rompedoras como la jornada de cuatro días. “Ha cambiado mucho lo que las personas esperan ahora del trabajo. Los jóvenes tienen cada vez más claro que el salario no es lo único que buscan. El gran propósito es el desarrollo vital, lo que fomenta fenómenos como el de la Gran Dimisión en Estados Unidos. Algunas empresas se están viendo empujadas a plantear mucha más flexibilidad en la presencialidad para retener talento”, añade Sanchis.
No es un análisis diferente al que hace Carlos de la Torre, socio del área laboral en el despacho de abogados Gómez-Acebo y Pombo y vicepresidente de la Asociación de Directivos y Profesionales de Relaciones Laborales: “El trabajo híbrido ha sido un éxito sin precedentes. Esto hace que los conceptos clásicos de dónde, cuándo y cómo se trabaja estén en fase de búsqueda de equilibrios virtuosos”. También se debate sobre el “cuánto”, como destaca Albert Cañigueral, autor de El trabajo ya no es lo que era: Nuevas formas de trabajar, otras maneras de vivir (Conecta, 2020): “Hay que terminar con esta manía de que todos tenemos que trabajar 40 horas. El trabajo es un bien tirando a escaso, y si queremos que siga siendo central en nuestras sociedades, debemos repartirlo”. Este análisis parte de informes como los del Foro Económico Mundial, que en un estudio de 2020 estimó que en 10 años se habrán eliminado el 5% de los puestos que había entonces y que el 50% del total serán diferentes por la automatización.
“En muchas reflexiones partimos de una idea falsa, la de que todo el mundo tiene que trabajar. En ningún sitio está escrito que para que el sistema funcione tenga que haber tantas personas en edad laboral como puestos de trabajo”, abunda Sanchis. Sin embargo, este economista cree que las mejoras que permiten abordar estos conceptos, mediante la automatización, la inteligencia artificial o la especialización, apenas están mejorando la vida de los trabajadores: “Hay que distribuir mejor los beneficios de la digitalización, que no vaya solo a los márgenes de las empresas. Ese es el debate más importante en términos sociales”.
Juan Francisco Jimeno, economista del Banco de España especializado en mercado de trabajo, cree que los avances tecnológicos, hasta ahora, han destruido empleo “fundamentalmente” en las “ocupaciones manuales y no manuales de nivel medio”. Esta reflexión es consistente con los mayores estudios sobre este tema. “El peso relativo de ocupaciones de menor y mayor cualificación ha aumentado. Parece claro que el desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial afectará también a ocupaciones que hasta ahora habían sufrido menos, entre ellas muchas de cualificación baja y de cualificación alta”.
Los expertos del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cefedop, una agencia de la UE) Konstantinos Pouliakas y Jasper van Loo coinciden con Jimeno en su respuesta por correo electrónico: “Es muy probable que antes de 2035 haya más trabajos altamente cualificados que de calificación media. Esto requiere una mejora y actualización masiva de habilidades”. Estos investigadores del Cefedop creen que trabajos fácilmente automatizables, como los de las cadenas de montaje o los conductores, “probablemente” acabarán desapareciendo. “Pero no nos dirigimos a un futuro sin trabajos. Hay mucho temor a ello, pero la automatización masiva no va a suceder. El futuro tiene más que ver con la transformación de tareas”, insisten.
“Con los avances tecnológicos”, abunda el economista del Banco de España, “siempre aumenta la productividad y con ese incremento el tiempo de trabajo se reduce. Durante las últimas décadas ha habido una disminución continua de las horas de trabajo, una tendencia que se acentuará”. Matiza, a la vez, que considera las políticas de reparto del empleo como “ineficaces” para combatir el paro. “La semana de 35 horas que se implementó en Francia, aun cuando tuviera efectos positivos en otras dimensiones (conciliación familiar, aumento de la demanda de actividades de ocio...), no impactó apreciablemente en la tasa de paro”.
Precariedad
Otro riesgo de la nueva ola de formas de trabajar es ahondar aún más en la precarización en un país en el que el salario mediano en 2021 fue de poco más de 21.000 euros brutos al año, apenas 6.000 euros por encima del salario mínimo y lejos de la retribución media en la Unión Europea. “La fragmentación del trabajo mediante plataformas puede generar oportunidades, pero también está causando mucha precariedad. Si no encontramos una conciliación mejor entre estas fórmulas y los derechos del trabajador, el sistema sufrirá”, añade Cañigueral. Pouliakas y Van Loo creen que los legisladores “deben asegurar que las plataformas y sus clientes no evitan responsabilidades básicas consagradas en el pilar europeo de derechos, como salarios mínimos, bajas por enfermedad o seguros sociales”.
Jimeno advierte de más debilidades en España respecto a la precariedad: “Con carácter general, los salarios siguen a la productividad. Seguirán siendo relativamente bajos en España si no mejora su productividad, si no converge a la media europea“. Sanchis va más allá: “No podemos pedir peras al olmo. Tenemos una economía con un peso enorme de sectores como la hostelería, que tal como están configurados nunca van a pagar mejores salarios. Es una quimera. Hay que replantearse el modelo productivo y acudir a estrategias de diferenciación centradas en la calidad. La reforma laboral ha traído cosas muy positivas y está mejorando la vida de muchos trabajadores, pero el modelo productivo es el que es”.
Para corregir la precariedad y adaptarse al capitalismo digital, De la Torre considera imprescindible que las Administraciones públicas sean más ágiles: “El marco normativo evoluciona muy lentamente y a veces no en la dirección adecuada”. Pone como ejemplo de esta disfunción la norma que regula el teletrabajo, a la baja en España mientras en otros países se ha consolidado tras la pandemia: “Se han establecido parámetros que lo desincentivan, como la creación de nuevas obligaciones de las empresas y derechos de los trabajadores”. Cañigueral cree que las nuevas formas de trabajar empiezan a encontrar acomodo normativo, pero “durante demasiado tiempo han vivido en el salvaje oeste”: “Hemos dejado que se enquisten muchos problemas. Por ejemplo, el cobro del paro solo está pensado para las formas de trabajo tradicional”.
Ana Gómez, presidenta de la Asociación Nacional de Laboralistas en España, apunta que el derecho laboral siempre va un paso por detrás. “Se adapta a las necesidades, no se adelanta a ellas. Y ahora estamos ante nuevos paradigmas, nuevos escenarios, que exigen una mejor regulación. El desafío es encontrar el equilibrio entre la seguridad de los trabajadores y la flexibilidad para las empresas”. Cree que hay mucho por mejorar en España, pero destaca algunas normativas “vanguardistas”, como la que obliga a las empresas a informar a los trabajadores sobre los algoritmos que afecten a sus condiciones laborales. En la misma línea, Jimeno apuesta por un “Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI”, ya que en el actual “los trabajos flexibles, el empleo a distancia, la definición del contenido de la ocupación laboral y otras cuestiones se contemplan con una concepción que no se corresponde con las características tecnológicas del presente y de las que se vislumbran en el futuro”.
En ese futuro, todos los informes de organismos internacionales auguran a España en particular y a Europa en general un inmenso reto demográfico. “Con el envejecimiento de la población, los desajustes entre oferta y demanda de trabajo pueden agravarse, especialmente en aquellas ocupaciones más proclives a ser realizadas por la población joven (las que requieren mayor movilidad geográfica o capacidades físicas). El retraso en la edad de jubilación puede aminorar la escasez de trabajadores, pero solo en algunas ocupaciones. En el resto, la inmigración debería contribuir a aumentar la población disponible para trabajar”, comenta Jimeno. También apunta a un aumento en la demanda de oficios de atención a la tercera edad. “Pero, a día de hoy”, continúa, “es difícil prever cuáles de esos servicios podrán prestarse sin intervención humana, ya que esto dependerá de cómo se desarrollen los avances tecnológicos”.
Justo esa es la gran cuestión que condiciona el debate, que puede dejar en papel mojado las previsiones y estrategias de los gobiernos, interpelados por un desafío mayúsculo.
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