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Crisis financiera
Crónica
Texto informativo con interpretación

Rato contra el resto del mundo

Ante el horizonte de la cárcel, el exministro ajusta cuentas con media España y acusa al PP de conspirar para librarse de él

Íñigo Domínguez
Rodrigo Rato ante la comisión de investigación de la crisis financiera en el Congreso.
Rodrigo Rato ante la comisión de investigación de la crisis financiera en el Congreso.ANDREA COMAS

Rodrigo Rato era esta mañana del martes el más pálido de los ocho que estaban en la mesa de la comisión de investigación de la crisis financiera del Congreso. O todos han estado de vacaciones menos él, que preparaba el discurso, o estaba más preocupado ante el reto que se le presentaba. Enseguida quedó claro que podían haber sido las dos cosas, porque se tomó la sesión muy en serio: como un gran ajuste de cuentas con el resto del mundo. En su relato, Rato se fue librando de los marrones que jalonan su carrera porque justo empezaban cuando se iba él, sin que hubiera le menor relación entre una cosa y la otra, y todos los demás que vinieron después se fueron equivocando. El Banco de España, sus inspectores, los peritos, Deloitte, la CNMV, el FROB, los jueces de la Audiencia Nacional, los bancos centrales europeos, los Gobiernos sucesivos y no digamos Luis de Guindos, a quien dedicó frases venenosas. A cada uno que sacudía, era una espina que se quitaba, pero también, se sobreentendía, un amigo o un apoyo que ya no tenía, hasta que al final se quedó desnudo, sin espinas y, por eliminación, sin aliados conocidos. Como un puercoespín desarmado. O más sencillamente, un hombre solo.

Rato quizá vaya a la cárcel en breve –es inminente la decisión definitiva del Supremo sobre su condena a cuatro años y medio por las tarjetas black- y se presentó como alguien vendido y traicionado, o víctima de las circunstancias. Debe reconocérsele que en esta tesitura se comportó con elegancia, que a veces él mismo confunde con arrogancia, un problema suyo. Para la oposición era puro morro, sin más. A veces soltaba cosas de este estilo: “Paso ahora a Bankia, que por lo que veo es objeto de esta comisión…”. O también momentos de bronca: “Si me hacen ustedes venir, no me vengan con mítines”.

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La paradoja es que tal vez el horizonte de la cárcel liberó a Rato. Quizá es la última vez que pisa el Congreso, donde entró con 33 años y pasó más de 20, y echó el telón con un corte de mangas a todos. Peleó solo contra media España. Encajó bien y se defendió bien, porque es listo e inteligente –no se llega a ministro, o presidente del FMI, o de Bankia, sin lo primero, ni se salta fuera a tiempo sin lo segundo-. Fue hábil y certero al describir las contradicciones de los peritos, la discutible instrucción del juez en el caso Bankia y fue feroz con Guindos, al que acusó de despellejarle en 2012 ante sus competidores a espaldas del Banco de España, “y estos mismos competidores fueron sin duda los grandes receptores de depósitos salientes de Bankia en verano de 2010 a raíz de su nacionalización”. Hasta desmintió al ministro de Economía algunos pasajes de su libro.

Pero en el fondo lo más destructivo es que sus argumentos eran casi más subversivos que los de un partido antisistema: si él es inocente, no hizo nada del otro mundo, se movió entre las reglas, era todo el sistema el que estaba mal. El resto del mundo estaba equivocado. Hubo un momento algo vertiginoso cuando se encaró con el portavoz de Ciudadanos, Antonio Roldán, uno de los más duros, que denunció el “bipartidismo de amiguetes”, al plantearle si quería decir que el Parlamento y el Tribunal Constitucional están corruptos desde 1978. Roldán decía que sí con la cabeza, pero es que el propio Rato acababa de describir el sistema como algo manifiestamente imperfecto. No se sabía qué era peor para España en esta dialéctica, si ser un sistema podrido o un sistema fallido, más aún porque Rato era uno de sus más insignes y orgullosos representantes. Pero es que le ha fallado incluso a él.

No hubo ninguna autocrítica. Rato hasta cargó la responsabilidad en los propios diputados, pero los actuales: “¿Es usted es diputado? Usted es responsable”, le dijo al portavoz de Ciudadanos para que controle ahora mismo el FROB. “¿No son ustedes el Parlamento? ¿No controlan ustedes al Gobierno? Lo tienen ustedes ahí”, le espetó a Ester Capella de ERC para que le pida cuentas en este momento. También recriminó al PSOE que hasta 2010 no aprobara la ley de cajas de ahorros. Volvió a desentenderse de las tarjetas black, por las que ya ha sido condenado. Es más, negó tener dinero en paraísos fiscales: “Todavía Hacienda me tiene que decir qué dinero le debo, he declarado todas mis rentas, voluntariamente". Aunque esto no explica del todo por qué se acogió a la amnistía fiscal.

Sin duda, a Rato le ayudó a mantener el tipo el formato de la sesión, pues se había acordado suprimir el modelo de pregunta y respuesta, que se presta a interrogatorios correosos y momentos de nerviosismo. Si ya ha sido fuerte con el freno de mano echado, quién sabe lo que habría pasado con auténticos careos. Antonio Roldán, de Ciudadanos, cargó contra PP y PSOE al acusarles de pactarlo para tapar sus vergüenzas, y la presidenta de la comisión, Ana Oramas, de Coalición Canaria, le interrumpió para recordarle que fue decisión de todos los grupos –Ciudadanos lo niega- porque con el último compareciente estuvieron cinco horas y no era plan. Aunque hoy al final han estado cuatro horas y media, así que esta fórmula tampoco sirve.

Los portavoces de los grupos compitieron por ser los más duros y salir con la frase más contundente en la tele. Todos coincidieron, salvo el PP, en que no podía dar lecciones a nadie. Variación más destacada, la de Pedro Saura, del PSOE: “Es lamentable que venga aquí a ajustar cuentas con personalidades de este país, algunas de su propio partido, usted está aquí para rendir cuentas ante los ciudadanos (…) Usted es un presunto delincuente compulsivo y no le voy a permitir que diga que no tiene ninguna responsabilidad y que nos trate a los diputados como nos ha tratado esta mañana”. La presidenta de la comisión le preguntó a ver si retiraba lo de delincuente compulsivo y dijo que no. Alberto Garzón, de Unidos Podemos, incluso le deseó que acabara en la cárcel, por el bien del país.

Por todo ello la gran curiosidad de la mañana, comprobada una vez más la flema encomiable de Rato, era ver qué decía el PP, el último grupo en intervenir. Carlos Florián, portavoz adjunto del PP en el Congreso, llegó tarde y prefirió sentarse en la silla más lejana, en un extremo de la sala. Siguió la sesión tocándose la barbilla con circunspección. Al portavoz habitual, Ramón Aguirre, tampoco le debía de apetecer hablar hoy. Aunque con otro compañero veterano del PP se acercó en el descanso a darle a Rato unas palmadas en el hombro, mientras él se tomaba un caramelito, o quizá era una pastilla. Pero no, el honor de decirle algo a Rodrigo Rato, todo un exvicepresidente del Gobierno de Aznar, recayó en Miguel Ángel Paniagua, diputado desde 2016 y miembro de la ejecutiva provincial de Palencia. Nada memorable, ni memorizable por lo visto, porque leyó su intervención con tono temeroso. Fue un penoso intento del PP, no solo de autoabsolverse, que ya, sino de disolverse y desaparecer, como si no estuviera allí. Pero estaba, y Rato le soltó directamente al PP su última bomba, porque al final al pobre Paniagua, que casi ni le levantaba la voz, le pudo el sentimentalismo. Dijo sentir “tristeza y pena” por cómo ha acabado Rato y “el daño que ha hecho el partido”. Rato le replicó entonces que más triste estaba él con el PP, después de 30 años en el partido, tras su arresto "ante mi familia y mis vecinos" en abril de 2015, y pasó a explicarle por qué. Describió prácticamente un montaje de Montoro y Guindos, con revelación de sus datos fiscales, para librarse de él y que pagara el pato. Aunque, aseguró, la acusación de alzamiento de bienes se cayó a los 15 días y en tres años Hacienda aún no le ha encontrado nada. Hasta acusó a Fátima Báñez de llamar a su secretaria para que le dejara ante lo que se le venía encima. Y ahora ya será interesante, con permiso de Paniagua, lo que digan Montoro y Guindos, y hasta, por una vez, Báñez.

Rodrigo Rato está involucrado en tres procesos –tarjetas black, salida a Bolsa de Bankia y presuntos delitos fiscales-. Si el tiempo y los tribunales le dan la razón se le recordará por su heroica resistencia de hoy, un desmelene total con la única ayuda de su soberbia, pero si no es así, habrá quedado retratado como su último y asombroso intento de presentarse como alguien completamente inocente, salvo ninguna cosa.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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