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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En trance de convulsiones

Todo empieza a recordar ominosamente acontecimientos de 2007 y 2008 y, una vez más, el elevado endeudamiento y la toma excesiva de riesgos como problema

Juan Ignacio Crespo

En esta semana se dan cita cuatro hechos extraordinarios que podrían poner a la economía y a las finanzas mundiales en trance de convulsiones: la caída del precio del petróleo que, desde hace diez días, parece no tener freno; la eventual subida de los tipos de interés de corto plazo en EEUU; la suspensión de los reembolsos por parte de dos fondos de inversión “hedge” (fondos de inversión libre) y la continuada depreciación del yuan frente al dólar.

De todos ellos, el más acuciante hoy parece la caída del precio del petróleo, intensificada tras la última reunión de la OPEP en la que no solo no hubo acuerdo para reducir la producción sino que se quitó el tope a la producción total previamente acordada (por si fuera poco que el exceso de la oferta sobre la demanda de petróleo ascienda a dos millones de barriles diarios y que el petróleo de Irán esté a punto de llegar al mercado).

La caída, muy acelerada en algunos tramos, se inició a mediados del año 2014 y ya alcanza un 68% (desde 115 hasta 36 dólares para el barril de Brent). O, si se quisiera exagerar la nota, no habría más que tomar como referencia el nivel máximo de 2008, 143 dólares por barril, para obtener una caída de 75%, lo que la convierte en la segunda mayor caída de precio de los tiempos modernos (solo comparable a la que llevó el precio del barril desde los más de 40 dólares de la guerra de Irán e Iraq hasta los apenas 9 dólares de 1986) ex aequo con la que se produjo tras la quiebra de Lehman Brothers. La probabilidad de que la caída se contenga aquí es bastante alta pero, de no ser así, se estaría ante la mayor caída desde la II Guerra Mundial.

Si estuviéramos en 1982, parecería lunático el preocuparse por la caída del precio de la energía (y más en España que importa el 75% de la que consume) pero es que los tiempos han cambiado más de lo que parece, de modo que, si la obsesión de entonces era la inflación y el elevado precio de la energía, la de ahora es la deflación y la quiebra de quienes, países y empresas, se dedican a producir energía u otro tipo de materias primas con precios muy bajos. Muchas de estas empresas, por cierto, tanto de minería en general como de energía, tienen sede en los países desarrollados y unos niveles de inversión y endeudamiento que las hacen inviables con los precios actuales.

Y es aquí donde entran en la ecuación los dos fondos norteamericanos de inversión libre que han dejado de atender las peticiones de reembolso de sus clientes. Son fondos que a su vez invierten en los llamados, de forma eufemística, bonos de alta rentabilidad y, de manera menos delicada, bonos basura, unos bonos cuya cotización ha caído mucho en las últimas semanas y que son difíciles de vender. Pues bien, muchos de los bonos basura que se compran y venden en los EEUU han sido emitidos por empresas ligadas al sector de la energía y, por tanto, con claros problemas para hacer frente a sus compromisos financieros.

La eventual subida de tipos de interés mañana por parte de la Reserva Federal en EEUU complicaría aún más la vida de los gobiernos y las empresas de los países emergentes, ya afectados por la fuerte caída de precio de las materias primas (34% desde abril de 2011) y con un endeudamiento en diferentes divisas por el equivalente a diez billones de dólares, de los que siete y medio están denominados directamente en dólares.

Un problema que se complica aún más con la fuga de capitales en China que está llevando a una depreciación también continuada del yuan frente al dólar desde que hace quince días el FMI lo admitió en la cesta de divisas que componen los Derechos Especiales de Giro.

Todo empieza a recordar ominosamente acontecimientos de 2007 y 2008 y, una vez más, el elevado endeudamiento y la toma excesiva de riesgos como problema. No va a ser agradable.

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