Reformismo mágico
El crecimiento español se basa en la demanda nacional, como antes de la crisis
La legislatura termina, en cierto sentido, de forma parecida a como empezó: con expectación sobre las reformas estructurales que están por venir y con la duda de si bastarán para asegurar una recuperación sólida. Hoy la pregunta ya no es si lo que sucede en España puede desatar la ruptura del euro, como se temía en 2010 y 2012, sino qué tipo de crecimiento puede generar la economía española. En otras palabras ¿salimos reforzados del túnel que ha supuesto la crisis?, ¿se han sentado las bases para no repetir los errores del pasado?
Como suele suceder, las respuestas a las preguntas sencillas son complejas. Para empezar, se ha avanzado en dos ámbitos clave. En primer lugar, se ha despejado el panorama en el sector financiero y, aunque no está todo hecho, los balances de las entidades que han sobrevivido son más realistas que los que había hace cuatro años. En segundo lugar, nuestra relación y la de Bruselas con el déficit público se ha normalizado. Esto es curioso porque, a pesar de que los déficits se han reducido, la deuda sigue creciendo. La explicación seguramente tiene que ver con el efecto combinado de una serie de medidas interrelacionadas, que su justifican entre sí: los dos últimos gobiernos de España han practicado importantes recortes de gasto público, el BCE viró de rumbo en 2012 y la Comisión Europea también ha empezado a ser más sutil en su gestión del binomio consolidación fiscal y crecimiento.
Pero en el otro lado de la balanza hay una serie datos inquietantes que sugieren que no hemos aprovechado la crisis para cambiar a fondo. España se recupera pero lo hace con un modelo de crecimiento basado en la demanda nacional, como ocurría antes de la crisis. Según el INE desde principios de 2014 la demanda nacional contribuye positivamente al crecimiento del PIB mientras que demanda exterior lo hace negativamente. Eso supone clausurar la fase 2009 – 2013 durante la cual el sector exterior contribuía positivamente y volver al régimen pre-crisis. No se puede sostener, por tanto, que la crisis haya modernizado la economía española y que las empresas que han sobrevivido hayan aumentado, de forma estructural, su orientación hacia el exterior. Los datos sugieren lo contrario: el cambió es más bien cíclico y, con todas las excepciones pertinentes, en la medida en que la demanda interna repunta volvemos al pasado.
Tampoco hay razones para el optimismo en el mercado laboral si uno va más allá de las cifras agregadas: la tasa de paro se viene reduciendo desde el primer trimestre de 2013, cuando alcanzó su máximo en el 27% hasta llegar, según la última EPA, al 21%. Ahora bien, el paro en 2015 no es como en 2008: antes de la crisis los parados de larga duración, aquellos que llevan más de dos años en búsqueda de empleo —y cuyo regreso al mercado es más difícil— eran un 11% del total de parados pero hoy son el 44%. Por otro lado, para aquellos que abandonan el desempleo y encuentran trabajo lo más probable es que, a pesar de la reforma laboral, les espere un contrato temporal.
En resumen, quedan muchas reformas pendientes para reparar la economía española. Por ello ya han empezado, y se intensificarán, la subastas y contraofertas de propuestas, lo cual podría degenerar en una especie de reformismo mágico, en la creencia de que hay ideas geniales que pueden mejorar la vida de todos. Sin duda, alguna habrá. Pero, por norma general, los cambios auténticos y de calado generan ganadores (en general, difusos) y perdedores (en general, concentrados y bien organizados). Por esa razón, reformar es tan difícil. Pero, por eso mismo, si uno quiere reformar conviene que desconfíe del reformismo mágico y se dedique en cambio a desarrollar la capacidad de escuchar, negociar y, a fin de cuentas, intentar convencer.
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