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Botín vuelve al pueblo

Los restos del banquero descansarán en el panteón familiar de Puente San Miguel

Eneko Ruiz Jiménez

“Cada vez que venía, lo sabíamos. Había mucho movimiento de coches y nos conocían hasta los guardaespaldas”. José Manuel Movellán se acercó ayer a la puerta de la casa palacio del Promontorio en Santander para dar “un último aplauso” a su vecino Emilio Botín, presidente del Banco Santander en las últimas tres décadas, que murió el pasado jueves a los 79 años de un ataque al corazón en su casa madrileña. “Era muy afable y cercano y ahora el nombre de Cantabria se conoce en todo el mundo”.

Una veintena de curiosos como él se acercaron a la residencia de infancia del banquero, que fue convertida durante toda la mañana en una capilla ardiente cerrada y familiar. Contemplaron desde la verja la salida del coche fúnebre, acompañado por un séquito de 12 autos, y la llegada paulatina del expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, el actual presidente de la Comunidad, Ignacio Diego, así como la de los presidentes del BBVA, Francisco González; de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán; Endesa, Borja Prado, y Bankinter, Pedro Guerrero, o el financiero Juan Abelló.

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“Hoy es un día de luto para todos y hemos venido a rendir homenaje a un colega que ha tenido un papel muy relevante en la historia de las finanzas españolas”, comentaba González a los medios, antes de subrayar que Ana Patricia Botín, hija y sucesora del fallecido al frente del banco, está “sobradamente preparada” para su nueva tarea.

La ciudad de Santander estaba, sin embargo, de celebración. En sus calles se notaba el ambiente del Campeonato del Mundo de Vela que comenzaba ayer. Las tiendas llenaban el paseo de la bahía, guiado ahora por las obras el Centro de Arte Botín, el proyecto cultural que el dueño de Santander no llegará a ver y que se anuncia en sus carteles como una oportunidad para atraer a la capital cántabra más “creatividad y riqueza”.

El velatorio, privado e íntimo como se había dispuesto, se trasladó a las 16.20 a la cuna de los Botín, el pequeño Puente de San Miguel, de unos 3.000 habitantes, donde la familia mantiene una fastuosa finca y un panteón en el que enterraron a Emilio Botín. Junto al antiguo hogar del clan, esperaban también un grupo de vecinas que incluso se habían traído sus sillas de casa. A lo lejos podían adivinar las siluetas de los familiares y amigos mientras subían el féretro a la capilla para oficiar el entierro.

A la vuelta a la finca tras la ceremonia, Patricia Botín, con un pañuelo rojo Santander, y algunos de sus hermanos pararon unos segundos para escuchar las palabras de vecinas como Montserrat Mendaro, que decía haber conocido a toda la familia, y agradecerles su apoyo. Mendaro les contó que llevaba ochenta años viviendo en el pueblo en el que descansan los restos toda la familia. “A su padre le conocí mucho, pero él no ha estado tanto, solo en verano”, reconocía.

Sus compañeras aprovechaban esta reunión improvisada para compartir antiguas historias: rememorar cómo Marcelino Sanz de Sautuola, bisabuelo de Botín, encontró las cuevas de Altamira “casi por casualidad” junto a su hija María y resaltar cómo ha ido expandiéndose la finca, que cuenta incluso con un lago, a medida que la fortuna crecía y comenzaban a comprar los edificios de alrededor. Pilar aseguraba erguida que su casa era la “única” de las colindantes que todavía no se había vendido, aunque reconocía que le habían hecho una oferta. En las inmediaciones se rodará, además, la nueva película sobre las famosas cuevas. Una serie de acontecimientos alrededor de los Botín que ha atraído una atención inusual a este pueblo cántabro.

Algunas de las señoras habían pasado toda la mañana, otras llevaban dos horas y había quien estaba de paso. Todos ellos se mostraron “impactados” por la noticia y agradecían el valor que el banco había dado al nombre de la ciudad. “Este es un sitio donde pasan pocas cosas. Tenemos que agradecerle que haya puesto nuestro nombre en el mapa”, apuntaban las hermanas Rosa y Marisol. “Yo una vez necesitaba dinero y el banco me lo dio, así que le tenía aprecio”, respondía Flor.

Todos sacaron sus móviles y cámaras para sacar la foto de los coches fúnebres.Todos aprovecharon para dar ese “último aplauso” al banquero que les dio un nombre. Algo que destacó también Miguel Ángel Revilla, que a la entrada al velatorio agradeció la labor del fallecido al “alentar a la familia a volcarse con la región cuando él faltara y a no perder nunca las raíces”.

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Sobre la firma

Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.

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