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Ilusión de verano al 50%

Tiendas llenas en el inicio de las rebajas de los grandes del textil El sector espera que los descuentos le permita cerrar el primer año sin pérdidas desde la crisis

Primer día de rebajas en un centro comercial de Murcia.Foto: atlas | Vídeo: Atlas / EFE
Luz Sánchez-Mellado

En estos tiempos de incertidumbre, hay hechos inmutables que ayudan al ser humano a reconciliarse con las certezas de antaño. O a renegar de ellas en arameo. Ya pueden dimitir papas, abdicar reyes y proclamarse otros, que las rebajas de verano de Inditex y de El Corte Inglés, los gigantes del textil en España, no empiezan hasta el 1 de julio así se fundan los polos y la competencia vaya por la segunda o tercera oleada de descuentos. La clientela lo sabe. Lo soporta. Espera y desespera lo que haga falta. Y, llegado el momento, se tira de cabeza a por las gangas. Así están, desde que abrieron la mañana del martes, los centros comerciales y las tiendas a pie de calle. Abarrotados de gente buscando como agujas en pajares las prendas para sufrir y gozar este año del calor a mitad de precio.

Quien la ha sentido, la conoce. Todos los años igual, y todos los años distinta. La emoción de buscar, y encontrar, el vestido, la blusa, las sandalias, el traje de baño soñado que se lleva viendo desde marzo en su anaquel con su prohibitivo precio de temporada, asequible por fin al bolsillo. Al presupuesto, las circunstancias y los deseos de cada uno. Porque cada cliente es un mundo. Unos van a buscar chollos. Otros, a encontrarlos. Unos, por necesidad, a rellenar los huecos en un armario pelado por la crisis. Otros, por placer, a renovar un ropero –o una vida– aburrido o frustrante, y gastarse en trapos lo que de otra forma se dejarían en psicólogos. Las rebajas son como una cacería. Y el botín de bolsas que acarrea el personal junto a una sonrisa de oreja a oreja a la salida de las tiendas contiene los trofeos obtenidos. Ya pueden ser tres camisetas de 4,99 euros, o un vestido de firma que valía 300 y se ha logrado por 150. Conseguir más por menos. De eso se trata.

Un paseo por la intersección de las calles Goya y Serrano de Madrid basta para ver el universo completo de depredadores y presas de este ecosistema. Están las tiendas de firmas de lujo sin complejos. Las de clase media, media-alta. Las del quiero y no puedo. Y las de moda quizá no tan buena ni tan bonita pero sí imbatiblemente más barata. Pongamos que hablo de Prada, de Adolfo Domínguez, de Zara y de H&M. El tamaño de los carteles de rebajas es inversamente proporcional a los precios de los artículos. Mientras en la cadena sueca y en la marca madre de Inditex, los anuncios de saldo ocupan todo el escaparate, en Max Mara, Ferragamo y Loewe, una minúscula tarjeta como de boda fina informa a su distinguida parroquia de que en el interior hay artículos rebajados. En realidad, no les hacía falta. Ya les habían llamado por teléfono hace semanas los solícitos empleados para invitarles personalmente al festín de precios, aunque todo el mundo sabe que es una ordinariez hablar de dinero.

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Con vestidos a 400 euros, gafas de sol a 200, y bolsos a 2.000 del ala, ya rebajados, las tiendas de lujo no tienen más barreras en la puerta que el vigilante de seguridad reglamentario. No hace falta. Ya se autocensura la clientela. Hay que tener una autoestima a prueba de bomba, o una tarjeta de crédito sin límite de gasto, para romper la frontera de clase invisible que los circunda y atreverse a profanar estos templos de la moda donde reinan como diosas paganas, exquisitas prendas expuestas como piezas de museo. Todo lo contrario de los establecimientos de moda rápida. La tienda de bandera, perdón, flasgship, de Zara en la calle Serrano, impoluta y minimalista el día de su inauguración hace solo unas semanas, parecía ayer el paisaje después de una batalla de almohadas. Bueno, de fundas de almohadas. Tiradas como pingos –lo que eran muchos de los artículos sacados del almacén al efecto–, toneladas de prendas esperaban que las desbordadas dependientas, con cara de qué he hecho yo para merecer esto, dieran abasto a recolocarlas en los burros repletos de descartes de las clientas. Siempre habrá alguna que mate por lo que otra desprecia.

Clientas, sí, en femenino. Mujeres eran el 90% largo de las que abarrotaban las salas de señora y niños, mientras que en los casi desiertos departamentos de hombre, los dependientes se mataban ellos solos de aburrimiento. En la caja, en colas de hasta 45 minutos de reloj, hordas de adolescentes y chicas jóvenes capaces de probarse docenas de tops y shorts y sandalias de dedo con una tachuela de diferencia entre una y otra. Legiones de señoras de mediana edad, solas o en compañía de otras, calibrando hilo a hilo la calidad del chollo-vestido de la boda de su cuñada abatido en una tienda de campanillas. Faltaban ayer, no obstante, las auténticas reinas de la jungla de las rebajas. Las que saben que, quien espera, ríe dos veces. Las habituales saben que las rebajas son como un coche recién matriculado y sacado del concesionario. Cada día que pasa, valen menos. Las más pacientes esperarán a que la mercancía esté al 70% o al 80% por ciento. Entonces, saldrán a cobrarse la pieza. Si cae, bingo. Si no, siempre habrá un premio de consolación. En cualquier caso, dispone usted de quince días para cambiarlo o que le devuelvan el importe con el tique de compra.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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