Javier Reverte "roba las almas" de las gentes para sus libros
El periodista y escritor Javier Reverte, que esta mañana ha inaugurado en León el I Congreso Castellano y Leonés de Literatura de Viajes, ha revelado que ya no compra "souvenirs" sino que, como recuerdo de sus viajes, "roba las almas" de las gentes que va conociendo para luego plasmarlas en sus libros.
"Las personas te cuentan cosas que nunca hubieras encontrado buscando en tu imaginación", ha explicado Reverte (Madrid, 1944), lo que termina por ser su mayor inspiración a la hora de escribir literatura viajera.
Para "robar las almas" de los ciudadanos, ha explicado, se vale de diversos trucos como el de no desvelar nunca que es escritor ni periodista para no perder la confianza de sus interlocutores.
"Nunca digo mi oficio, porque al que se lo dices se da cuenta de que vas a robarle el alma. Yo me invento profesiones, y la que más éxito tiene es la de ser un oficial jubilado de Caballería", ha añadido.
Todo buen viaje empieza en una librería, ha recomendado, por lo que solo elige destinos que le recuerdan a libros y que le sumerjan en historias ya escritas, por las que se pasea en la vida real.
"La literatura, en el fondo y por eso riman, es aventura. Es asomarte a lo que no conoces, a lo imprevisto, tener la posibilidad de crear un mundo y trasladarlo a un lector que imagina contigo", ha apuntado.
Viajar es una forma de que el tiempo no pase tan deprisa: "Cuando viajas, tú vas avanzando, pero el tiempo se detiene; sin embargo, cuando vemos las mismas caras, cuando hacemos las mismas cosas, en definitiva cuando la vida se repite constantemente, ahí el tiempo vuela", ha explicado.
A su juicio, la literatura de viajes no es sencilla, puesto que precisa de un estilo literario, de una estructura y de historias "que se salgan del camino", porque "esa aventura es la que se reflejará en los libros".
Por último, ha confesado su afición a los viajes desde que era un niño, en plena posguerra, cuando envidiaba la vida de los músicos ambulantes y de los feriantes, que "no se sabía de dónde venían ni a dónde iban", mientras en España "todos los adultos vivían enfadados" en una tierra que, cual avestruz, tenía la cabeza enterrada.
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