Los nuevos pobres ponen cara a la crisis en las calles de Lisboa

Apoyada en una esquina, más pendiente de que no la vea la policía que de potenciales clientes, aguarda Margarida Fernandes, de 63 años, los últimos 20 en Lisboa. Vende un viejo abrigo que guarda arrugado en su bolsa por apenas dos euros. "Paso hambre, no tengo ni para comer", musita.
Su historia es una más entre los miles de ejemplos que dejan traslucir el "via crucis" que atraviesa la sociedad lusa durante los últimos años, víctima de una crisis que afecta a toda Europa pero que es especialmente cruda en Portugal, donde ya en 2010 cerca de una cuarta parte de la población vivía bajo el umbral de la pobreza.
Más allá del rescate financiero, la recesión, el aumento de impuestos y el agudizamiento del paro, un simple paseo por la capital lusa es suficiente para percibir su impacto en los rostros de sus nuevos pobres.
En la céntrica Avenida Liberdade, el brillo de los escaparates de algunos de los comercios más exclusivos de la ciudad no deslumbra lo suficiente como para no observar que los cartones utilizados por los "sin abrigo" cada noche parecen multiplicarse, apilados frente a bancos de madera que harán las veces de cama.
La misma sensación se percibe en la fila de quienes esperan su turno para recibir el tradicional plato de sopa portuguesa y algo de comida frente a la furgoneta de una ONG lusa.
Donde antes predominaban los drogadictos, hoy también esperan padres de familia con problemas para alimentar a sus hijos.
Pero los efectos de la crisis no sólo emergen al caer la noche. De día, algunos pequeños -pero significativos- detalles relacionados con el consumo dan buena cuenta de que las dificultades afectan a la mayoría de los más de diez millones de portugueses, cuyo salario medio se sitúa entre los más bajos de la UE: 17.000 euros anuales.
"Nosotros detectamos ahora que mucha gente compra 60 gramos de fiambre, lo que equivale a apenas dos lonchas, y la carne de ternera ha ido sustituyéndose, primero por la de cerdo, luego la de pollo y ahora incluso por salchichas, debido a su menor precio", explicaba recientemente Alexandre Soares dos Santos, presidente de uno de los mayores grupos de distribución del país, "Pingo Doce".
Pocos escenarios mejores para observar cómo ha menguado la economía del portugués medio que la "Feira da Ladra", un mercadillo callejero en el que históricamente se han vendido cosas usadas, cuando no directamente robadas.
Durante el último lustro, el perfil de los vendedores ha cambiado sustancialmente y se han incorporado decenas de jóvenes que acuden con la idea de sacarse un sobresueldo, según confirman desde el propio Ayuntamiento de Lisboa.
"Se nota que cada vez hay más jóvenes, que vienen y venden algo de ropa, mucha de marca. Ahora somos más vendedores pese a que los ingresos bajan y bajan", se lamenta Manuela, dueña de un puesto de discos abierto los dos días de la semana que funciona el mercadillo desde hace treinta años.
El hecho de tener que pagar un permiso municipal de entre 10 y 25 euros por jornada para poder comerciar en la zona ha llevado a algunos a tirar de picaresca.
Es el caso de Joao y María, dos veinteañeros portugueses que arrastran una maleta, cargada sobre todo con ropas que ya no utilizan. "Lo que sacamos supone una ayuda económica", explican a la carrera, tras ser detectados por la policía.
Zapatos viejos, figuritas, libros o una "melé" de camisetas y jerséis sobre la que se reúnen mujeres y hombres en busca de la mejor ganga forman parte de la fotografía habitual de esta feria.
No era tan común antes de esta crisis, sin embargo, encontrar imágenes como la de Margarida Fernandes, la mujer que vende su abrigo por dos euros.
Cuenta que trabajaba en una residencia de ancianos, pero un cáncer de mama le hizo estar de baja y ya no recuperó el trabajo.
Nacida en Guinea-Bissau -antigua colonia lusa-, asevera que nunca había vivido tantas dificultades desde que llegara a Lisboa, hace ya dos décadas.
Las señales que deja esta crisis en Portugal llegan hasta la sede del Parlamento, convertido en escenario habitual de las protestas ciudadanas, 24 en sólo dos meses.
Sus escalinatas y muros permanecen manchados de pintura y grafiti, sin limpiar, como si se diera por sentado que la recesión y subida del paro que se prevén para 2013 volverán a depararle nuevas manifestaciones. Oscar Tomasi
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